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En este pueblo no hay ladrones

 

 

El tedio de la provincia

por Jorge Ayala Blanco, el joven

 

Las actividades personales que preceden al debut de Alberto Isaac como cineasta son tan numerosas como disímbolas: profesor normalista, campeón olímpico de natación (“La flecha de Colima”), ceramista, pintor, caricaturista, periodista cinematográfico y director de un suplemento diario especializado en cine. En su película de largo metraje En este pueblo no hay ladrones ha adaptado, en colaboración con Emilio García Riera, un cuento del colombiano Gabriel García Márquez, localizándolo en un lugar indefinido de Hispanoamérica. El filme, con la desventaja de un sólo punto en la votación final, obtiene el segundo lugar del Primer Concurso de Cine Experimental.

En un pequeño poblado vive Dámaso (Julián Pastor), un vago sin oficio, mantenido por Ana (Rocío Salgaón), su mujer, mayor que él y a la espera de un hijo. Una noche, Dámaso, forzando la puerta, penetra al billar del pueblo y se roba tres bolas, lo único de valor que encuentra. La culpa recae sobre un forastero albino; pero, al estar a salvo, Dámaso se da cuenta de que su acción no sólo ha sido infructuosa, sino que sin el juego de billar el tedio del pueblo es menos soportable que antes. Al enterarase de que las bolas no serán repuestas, decide devolverlas. Se embriaga, golpea a un agente viajero y a su mujer y, al entrar al billar, es sorprendido por el dueño que piensa vengarse exagerando el robo. Ana espera en vela el regreso de su marido.

Lo primero que sorprende de En este pueblo... es la humildad de su lenguaje directo. Una humildad que no deriva de la reticencia, sino de la concentración exclusiva de un hecho singular. Una humildad que, lejos de ser falta de pretensiones, es conciencia abierta, narración sintética, conocimiento estricto de los actos mínimos. Quizá, pese a la vejez de su fotografía y a las diferencias de su construcción dramática, En este pueblo... sea la película mexicana más rigurosa desde la obra de Fernando de Fuentes; quizá se deba a que de ella ha tomado la serenidad de la visión justa, la autenticidad del detalle. Todo suena verdadero. Las digresiones pintorescas y plásticas son nulas. Isaac es el anti Indio Fernández.

El director, basándose en el estilo grávido y progresivo de exploración social de García Márquez, identifica el apacible ritmo de su filme con el desesperante acontecer cotidiano de un mísero pueblo en el que, completamente adormecido por un atraso de siglos, no sucede nada. Tomando cervezas en el embarcadero a la hora del trabajo, yendo al cine con su mujer a reírse de las películas de Manolín despertando un buen día con ganas de colocarse como jugador en las ligas mundiales de beisbol, lanzando provocadoramente a los pies del agente viajero, la abulia de Dámaso tiene características de rebelión. De su antigua actividad de caricaturista, Isaac sólo ha conservado la finura del humor, solidariamente la vida de Dámaso, al que el actor Julián Pastor le presta gestos estudiados y displicentes de un zángano pachuquillo de barriada pueblerina.

El despertar a media mañana, el desfile de emperador romano (envuelto en la sábana) hacia el improvisado baño de regadera en el que las mujeres reafirman afanosamente su servidumbre secular, son los dos ritos preparatorios que culminan en la parsimoniosa ceremonia del peinado ante el espejo, suma de actos que definen sin resabios retóricos el carácter de Dámaso y su muda, inconsciente protesta por una miseria infrahumana y una vida improductiva de ser marginal. El desperdicio del tiempo es vivido con gran intensidad, mientras un burlón tema musical de Nacho Méndez acentúa la mordacidad de la secuencia. Pero enseguida todo cambia.

Gradualmente, como una precipitación insensata pero perfectamente fundada, la evolución de Dámaso se va efectuando hasta que la devolución de las bolas de billar se vuelve inaplazable. Ni la acusación de un inocente (el albino), ni ningún escrúpulo moral tocan al personaje. Los poco duraderos sueños que construye periódicamente para evadirse de su reducidísimo mundo, no logran colmar su tedio. Si riñe con su resignada mujer, puede ser bien acogido por una de las prostitutas del lugar (Graciela Enríquez), que también puede mantenerlo y que le acomoda su pierna sobre la cama cuando se queda dormido perezosamente. Pero todo es lo mismo; poco importa la seguridad. El tedio, intolerable, promueve la violencia. La actitud indolente de Dámaso se convierte en una furia destructora que sólo puede llevarlo a su propia aniquilación.

Lo importante es que Isaac no condena, ni defiende, ni se complace con su personaje. En este pueblo... es una película de inspiración posneorrealista, narrada con un lenguaje de objetividad casi hawksiana, compuesto exclusivamente de planos americanos y de conjunto, pero que conserva siempre una perspectiva bondadosa y crítica que nos recuerda al primer Daves (el de Este es nuestro amor, Pride of the Marines, 1945). El director ha resuelto sobriamente el problema del distanciamiento. la película parece reducirse a la descripción del comportamiento de los vagos de pueblo y de su concepción anárquica de la realidad y, sin embargo, todas las fuerzas vivas del pueblo y todo el ritmo de la vida provinciana, son capturados por la cámara. En este pueblo... analiza la transformación progresiva del desprecio instintivo a la circunstancia personal en una violencia irrefrenable dirigida contra la siciedad; he aquí uno de los contenidos más inteligentes que hayan sido expresados en el cine mexicano, acorde con el momento histórico del país. El equipo de Isaac y la actitud del director abren las puertas a uno de los cines con mayor futuro en Latinoamérica.

 

03.03.14 

Jorge Ayala Blanco


Crítico de críticos, entre los críticos, para ellos y en contra de ellos, publica ahora todos los lunes y desde 1989 en El Financiero una crítica siamesa sobre el estado de las cosas en el mundo de los estrenos cinematográficos. Autor de tesoros bibliográficos (actualmente incluso electrónicos) a propósito de e....ver perfil
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