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Que tu alegría perdure harmoniza

 

por Praxedis Razo

 

Harmoniza, hermosea y explora el mundo fabril Que tu alegría perdure (Côté, 2014); lo interviene con actores, un milagroso niño violinista y, por supuesto, con la cámara componiendo cuadros para darnos a entender que se quiere homenajear sí al obrero, pero también a la maquinaria, sí a las manos conscientes de su condición, pero también a las manos que pertenecen –de algún modo (y lo expresa una de las actrices y un obrero orgulloso de “entender” a su máquina)– a la máquina misma que opera el hombre.

Luego de un prólogo que pasa de un primer plano de mujer hablando a la máquina, a un ballet mécanique (Antheil y Leger, 1924) por demás potente en su banda sonora (para subrayar que en esta película el sonido es el rey), por lo menos se cuentan siete fábricas de muy distinta índole (de tostadora y empacadora de café y carpintería, a fabricantes de hule espuma y ensambladora de aluminio) y color, en donde, de manera directa, Denis Côté pone a correr sus cámaras no sin antes conformar un plano preciso y precioso de lo que se tiene que mirar. Porque sí es una obra abierta, ni duda cabe, pero también hay que aceptar que está sólo abierta a unas cuantas posibilidades, pues la cámara está ahí presente, pero en ángulos muy ensayados, la cámara rueda pero no sin antes haber intervenido los espacios (el director, por lo menos, difunde haber jugueteado con posters en la pared), y siempre pretende hacernos sentir la ansiedad del estar afuera, a la luz, en el herbazal.

Todo es harmonía en la clase trabajadora que nos muestra la película, Côté descubre la poética industrial y la explora exclusivamente en sus propios cuadros y en sus propios términos (tan es así que prefiere colar actores en vez de escuchar a los trabajadores). No va más allá, no quiere. La cámara a lo mucho hará un dolly in muy ténue; fuera de eso, todos los planos son postales (imágenes sobreexpuestas al sobretratamiento en busca de una cursi belleza) de las distintas áreas de trabajo en los diversos mundos fabriles, donde muy pocas veces se dirigen la palabra los trabajadores (excepto al llegar el mundo femenino, azul y soleado, de los textiles), donde, completamente alienados y aburridos tratan de pasar el rato lo mejor que pueden (cigarro en mano, audífonos, comiendo con la mirada perdida), pero siempre en un cuadro perversamente “perfecto”, sesgado por lo que nos deja ver el realizador.

Paralelamente a esta película, en algún otro rincón del FICUNAM, pasaron Obreros saliendo de la fábrica (1995), donde Harun Farocki, en actitud de gran homenaje al centenario del cine, rastrea la actitud de los trabajadores frente a su posición en la compañía que les emplea, ensaya sobre esa “graciosa” huida general a la hora del corte de turno, y esa mirada cáustica del checo definitivamente se enfrenta a esta visión tímida de ver el entorno laboral de un grupo multicultural de migrantes que sostiene la producción canadiense desde tiempos inmemoriales. O quizá así sea allá. No lo dudaría.

Ya desde las primeras vistas (1895) los Lumière gozaron al filmar a sus obreros escapando de su lugar de trabajo y, sin contar la reacia crítica que Chaplin representa en las primeras secuencias de Tiempos modernos (1936), Côté decide simplificar el debate de clases (si es que lo hubiera, pues parece que no existe en Canadá) para regalarnos lo que podría pasar como una oda lírica al trabajo a la que se le condimenta con frases duras (como “Lo que me gusta del trabajo es que no tengo tiempo para pensar” y “Nadie ha muerto por el trabajo duro, ¿y por qué arriesgarse?”) que realmente no van a ningún lado.

 

05.03.14

Praxedis Razo


Un no le aunque sin hay te voy ni otros textículos que valgan. Este hombre gato quiere escribir de cine sin parar, a sabiendas de que un día llegará a su fin... es lo que más le duele: no revisar todas las películas que querría. Y también es plomero de avanzada. Mayores informes y ofertas al 5522476333. ....ver perfil
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