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Revueltas y el cine VII. Contra Jenkins

El recuento de las vicisitudes que llevaron a Revueltas a enfrentarse con el poderoso William O. Jenkins.

 

por Elías Razo Hidalgo

 

En octubre de 1949 Revueltas se ve involucrado en un conflicto con el poderoso grupo de los exhibidores de películas en México. En principio creyó a ciegas en el apoyo que le daba la sección de la que era dirigente sindical: apenas en abril de ese año es nombrado secretario de interior y posteriormente secretario general de la Sección de Autores y Adaptadores, del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica; con este puesto se siente fuerte para declararse defensor de la industria y declarar la guerra con un “Yo acuso” en contra del monopolio de la exhibición y la distribución de las películas mexicanas.

Tres años antes, en 1946, el STPC desató literalmente una guerra por la protección de las fuentes de trabajo en contra de la CTM y del eterno líder de esta central obrera, Fidel Velázquez (1900-1997), que como miembro prominente del partido en el poder, el PRI, se había convertido en el destapador oficial de los candidatos de su partido a la presidencia. Fue a Fidel Velázquez, y lo que representaba y representó desde entonces, que el STPC le marcó un hasta aquí, ya que el sindicato se declaró independiente de la CTM y montó una huelga hasta ser reconocida por las autoridades y por las principales casas productoras de la industria. Esta huelga también fue apoyada por la ANDA y su lista interminable de actores de primer nivel (lidereados por Jorge Negrete, Mario Moreno, los hermanos Soler, Gabriel Figueroa, entre otros), finalmente ganaron el reconocimiento y la titularidad de contratos y el manejo de los Estudios Churubusco.

Revueltas participó activamente en ese movimiento, poniendo su experiencia de militante. Por ello, ya en 1949 se cree con la autoridad moral de iniciar una lucha contra lo que él considera un bloque contra el desarrollo y estabilidad de la industria cinematográfica, pero sería un duro golpe y una traición en contra de él, ya que prácticamente quedaría solo ante el embate de todos: compañeros, contrincantes, periodistas, industriales de la exhibición y distribución, productores, casas productoras, todos. La CTM haría las pases desde entonces con los dirigentes del STPC y éstos tendrían como premio curules permanentes en la Cámara de Diputados, y el grupo monopolista de la exhibición aparentemente ni las manos metió.

Los hechos fueron los siguientes:

En agosto de 1949, en una asamblea de la Sección de Autores y Adaptadores del STPC, José Revueltas, que era secretario de Interior, es nombrado por alcamación como su secretario general. Con esta arrebatada manera de ser electo sintió “el apoyo de las masas”, y al más puro estilo de hacer proclamas políticas e ideológicas, Revueltas en asamblea extraordinaria promovida por él el 7 de octubre planteó la necesidad de iniciar una lucha frontal contra el monopolio de la exhibición de películas en México, puesto que ello representaba más que la defensa de las fuentes de trabajo; era la defensa de México como país soberano, y pensando que el acuerdo fue lo suficientemente “discutido”, puesto que no hubo réplicas en este momento a su propuesta (¿rememoraría sus asambleas del PCM?), él, como secretario general Sindical actuó en consecuencia y con el dictado de su conciencia social.

El 8 de octubre, contando con el apoyo de los actores de la ANDA, se reune la plana mayor del STPC con el Secretario de Gobernación, Adolfo Ruiz Cortines. Ahí Jorge Negrete toma la palabra y lee en voz alta un escrito en donde hacían un extrañamiento por la ausencia que el gobierno mexicano mantenía con respecto al grave problema de la monopilización de las salas de exhibición de cine en México.

Acto seguido, José Revueltas lee un escrito, el “Yo acuso”, que condensa lo que desde su perspectiva se tomó como acuerdo de Asamblea Sindical, lo manda a la revista Hoy, dirigida por José Pagués Llergo (1910-1989), que lo publicaría el 29 de octubre y marcaría los vicios que todos señalaban, pero que sólo José Revueltas se atrevió a denunciar y que para él sería una lucha perdida más, pero que señaló la crisis que se perfilaba dentro de la Industria Cinematográfica Nacional.

El “Yo acuso” de Revueltas denunciaba abiertamente al “monopolio que encabezan William O. Jenkins, Gabriel Alarcón y Manuel Espinosa, que sabotean abiertamente las películas”; a Jenkins (1878-1963) lo señala como un informante del Departamento de Estado de los EE.UU. (un espía), que perjudicaba los intereses de México, y a Alarcón (1907-1986) y Espinosa (1909-2000) los señalaba como simples prestanombres del primero, que actuaban sin el más mínimo sentido de servicio a México, ya que pretendían terminar con la industria nacional al extrangularla sin posibilidad de exhibir las cintas y querer controlar todo el proceso de filmación y determinar qué se hace y qué no en el cine.

Asimismo planteaba la enorme “contradicción” que había sobre el acaparar la distribución de las películas mexicanas en prácticamente todo el territorio nacional para mantenerlas detenidas (“quemarlas” dice Revueltas), estirar hasta el máximo las urgencias económicas del distribuidor y del productor de la cinta, para que acepte las negociaciones que les pedía el monopolio, obteniendo enormes ingresos por las entradas, lo que afectaba directamente las fuentes de trabajo, pues exigiría ajustes en la producción de la cintas y despidos del personal que participaba en la elaboración de las mismas, bajando la calidad del producto final, todo en aras del exclusivo beneficio del grupo exhibidor.

Por lo que respecta a los grupos independientes de exhibición, que los había (apenas un 20%), el monopolio decidía qué películas exhibir, cuando bien les iba; cuando no, sus salas estaban sin utilización, hasta que, por supuesto, aceptaran ser “socios” del poderoso monopolio, por lo que la industria de la cinematografía estaba en manos no de sus creadores sino de los intermediarios finales del producto.

Jenkins, a principios del siglo XX, era un simple gringo pobre avecindado en el país desde 1901, en Monterrey, donde entabló amistad con las familias Azcárraga y la Milmo, quienes le abren las puertas para iniciar su relación con las familias Garza, Sada, y Garza Sada. De aquí comienza su viaje hacia el interior del país y montará una fábrica de calcetines que en poco tiempo la convierte en la más productiva de México. En 1910 lo atrapa la Revolución en Puebla, que es donde vivía y transcurrirá toda su vida.

En este tiempo logra ser consul de EE.UU. durante la Revolución, posterior al asesinato de Emiliano Zapata (1919) viene un supuesto secuestro en su contra, que Venunstiano Carranza negocia y paga, pero que él mismo considera autoplagio, y decide detener al gringo para investigar el suceso. El caso Jenkins sube de tono y toma carácter internacionales (el más grave que hubo en el siglo XX entre México y EE.UU.) Al entrar el Departamento de Estado de este país en defensa de su agregado diplomático, Carranza insiste en un autoplagio y que lo demostrará, pero en el transcurso se da el golpe de Estado en su contra y su posterior asesinato en Tlaxcalaltongo (1920), quedando pendiente y posterior y convenientemente “olvidado” el caso Jenkins, pero eso sí: nunca apareció ni un quinto del pago del rescate.

A partir de aquí, William Jenkings se hará de infinidad de tierras de caña de azúcar, se hará del ingenio de Atencingo y procesará alcohol, que de manera ilegal y de contrabando (desde el Puerto de Acapulco, Guerrero, hasta San Diego, California) comercializará en los EE.UU. en la época de ley seca (1919-1933), con lo que incrementará su fortuna que mantiene muy oculta, por su bajo perfil y su austero comportamiento. Al mismo tiempo en Puebla se vinculará a la familia Ávila Camacho y hará negocios con el general Maximino Ávila Camacho (1891-1945), y comenzará a entablar relación con las familias Alarcón y Espinosa, con las que a la larga iniciará la explotación de alcohol y la intalación de salas cinematográficas y la apertura de casas clandestinas de préstamos dedicadas al agiotismo. La historia posterior de Jenkins es aún más larga y llena de recovecos biográficos dignas de las mejores novelas negras o blancas (según el cristal con que se mire).

Gabiel Alarcón y Manuel Espinosa Yglesias, además de la fortuna lograda por la comercialización de la caña de azúcar que convertían en alcohol y el monopolio de salas de exhibición cinematográficas que logran formar con las Compañías Cadena de Oro y la Operadora de Teatros (al paso del tiempo COTSA y la Cadena de Oro, llegan a controlar hasta el 90% de las salas de exhibición en el país, que el Estado expropia en 1960), se convertirán en poderosos empresarios de medios de comunicación y de instituciones bancarias respectivamente, siempre ligados (¿asociados?) con Guillermo (ya hasta mexicanizado estaba el gringo) Jenkins.

Este fue el poder económico real con el que el solitario José Revueltas se enfrentó, apoyado con la promoción de la revista Hoy, en aquel 29 de octubre de 1949. La lucha política sindical que se desató contra Revueltas fue la justificación legal con la que se anuló cualquier protesta en contra del monopolio de la exhibición. El gringo Jenkins no era sólo el “avencindado” en el país, entonces, en 1949, conocía “perfectamente” al presidente Miguel Alemán que desde tiempo atrás estaba viendo, junto con él “el potencial” del puerto de Acapulco y hablaban, al fin y al cabo, el mismo idioma del dinero, por lo que la respuesta fue simple y sencilla frente al conato de denuncia: anulen al “loco”.

En la misma revista Hoy y en más de una docena de periódicos y revistas apareció una contestación inmediata, en forma de desplegado, que dejó sorprendido a Revueltas. Resulta que quienes defendían a los exhibidores, por ser “miembros honorables de la industria, que exponen su capital en beneficio de sostener la elaboración de películas, lo que gracias a ellos se puede sostener innumerables fuentes de trabajo y que, sobre todo, cuidan el confort y la seguridad del público, adaptando salas para que el público asista con la seguridad de ver un buen espectáculo”, y muchas cosas más, eran ni más ni menos que las principales casas productoras del cine mexicano, que de manera grosera, y sobre todo señalando a José Revueltas como “un personaje que desconoce lo que es la industria, siendo estos industriosos empresarios [los dueños del monopolio], quienes han aportado millones de pesos para el desarrollo del cine en México”. Así, desnudaron y flagelado, quedó el “loco” Revueltas.

Quiso recurrir al apoyo de su sección sindical, pues era su dirigente máximo, esperando un apoyo compacto. Por eso vuelve a escribir otro artículo, que pública de nuevo Pagués Llergo el 13 de noviembre, extemporáneamente, pues el 9 de noviembre, en una asamblea extraordinaria, él renuncia al cargo y se repite el linchamiento contra el “loco” Revueltas.

Sus propios compañeros, que habían pedido originalmente incluso la expropiación de las salas cinematográficas le piden explicaciones sobre el artículo publicado y le exigen se deslinde de lo publicado en la revista Hoy. Por supuesto Revueltas ofrece solamente su renuncia al cargo y de ninguna manera se deslindará de lo publicado, pues todo es verdad; todavía publicará un escrito más el 26 de noviembre en donde explicará lo sucedido, desde su punto de vista, desde la perspectiva del escritor, adaptador, defensor del cine, militante, dirigente sindical, que de ninguna manera tomó la iniciativa particular de hacer algo sin un acuerdo de asamblea general y que incluso, apoyado por la ANDA y por productores, acudieron a la Secretaría de Gobernación y denunciaron el acto, pero finalmente, casi un mes (el 7 de octubre inicia las hostilidades contra el monopolio, y fue el 9 de noviembre que antepone su renuncia y se da por concluido el incidente), se da el gusto de pelear de tú a tú con el monstruo, que en los hechos ni metió las manos para defenderse, pues fueron los propios compañeros de Revueltas, sus supuestos aliados de lucha, los que lo traicionaron y lo encaminaron a su viacrucis cinematográfico.

Estas son algunas líneas que escribía Revueltas en 1949, en el famoso y valiente “Yo acuso”:

Los exhibidores independientes del país claman protección en tono cada vez más patético y angustioso. La mayor parte de los productores, que a su vez son enemigos naturales del monopolio, protestan, sin embargo, con los ojos bajos y sin ir más allá de un cauteloso y gemebundo gruñido. Mucho de estos últimos no ven sino sus intereses inmediatos (…). El monopolio de la exhibición está penetrando rápidamente en el terreno de la producción (…). Cuando el monopolio llegue a producir un poco más del cincuenta por ciento de nuestras películas (…), las únicas cintas que podrás ser exhibidas, serán precisamente aquellas que produzcan el capital de Jenkins y sus mayordomos.

José Revueltas, El conocimiento cinematográfico y sus problemas, p. 129. Ediciones Era, México, 2ª. Reimpresión 1991, 175 pp. (Obras completas, 22).

 

10.08.14

Elías Razo Hidalgo


Periodista de alma que se quedó sin periódico. Atlista aunque gane su equipo. Profesor de la Facultad de Filosofía y Letras desde hace ya 35 años, hoy se divierte en el inframundo de los infomerciales. Miembro emérito del cineclub "José Revueltas" de Ciencias Políticas y Sociales, hoy paga tributo al escritor al....ver perfil
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