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Onibaba, el mito del sexo

por Brianda Pineda

 

Sólo el terror
despierta a los amantes.

Eduardo Lizalde

Difícil luchar contra el deseo;
lo que quiere lo compra con el alma.
Paradiso,
José Lezama Lima

 

El japonés Kaneto Shindô crea con Onibaba, el mito del sexo (1964)  una joya cinematográfica en la segunda mitad del siglo XX que vale la pena ver si se desconoce, y recordar si ya se ha visto. La trama transcurre en un paisaje rural cercano a Kioto, pero despoblado en sus senderos de matorrales y aguas estancadas envolviéndolo todo con su silencio de insectos masticando rumores. La miseria de la guerra obliga a la esposa y a la madre de Kichi a matar samuráis para sobrevivir, él está ausente y la trinchera que salvaguarda es desconocida para las dos mujeres, quienes del enfrentamiento bélico sólo conocen la espera. La fuga y el retorno de uno de los guerreros, Hachi, complica el curso de las cosas cuando, tras anunciar la muerte de Kichi y saciar su hambre insólita, decide clavar su mirada lasciva en la joven viuda.

Lo simbólico irrumpe en el lugar oscuro de las invocaciones: el pozo, cuya oscuridad dura desde tiempos remotos a la humanidad, es la trampa y fosa de los samuráis, el misterio y la revelación para el que evita su prisión circular. Los cuervos huyen del agujero negro y Hachi parece invocar las fuerzas reales arrojando un grito o diciendo “quiero una mujer” con la voz apuntando al centro del abismo.

El deseo acecha, libera y, convertido en metáfora mediante la lente de Kaneto Shindô, es música proveniente del movimiento de los cuerpos corriendo a través de los juncos, aquellos con las ansias de alcanzar esa otra orilla donde el deseo es la desnudez y su ausencia de pudor y recato.

El color rojo que imaginamos cubre la piel de los amantes eclipsados en el blanco y negro del filme. El viento nocturno y su presencia de caricia mítica sobre los cuerpos. La cámara muestra la dirección que toma la mirada guiada por el deseo. Deseo carnal debido acaso al instinto ignorando las limitaciones de una moral opacada por la frivolidad que no es más que otra sombra engendrada por la guerra y sus tribulaciones, tomando conciencia de la importancia de la mirada, el cinematógrafo nos muestra una serie de close ups, mismos que son lanzas afiladas, posiciones espirituales frente a un enemigo dibujado apenas por el horror que ha cosechado en su ambición imperialista, frente a los cuerpos que ceden a la atracción y a la repulsión según el sitio que señale la brújula del personaje que mira.

Así, Onibaba logra proyectar en sus imágenes, mediante una poética que se inclina constantemente por la sensualidad y el silencio del que espía, la belleza de un paisaje que en su quietud y serenidad está colmado de malos presagios. Sin revelar el desarrollo de la trama es posible decir que los personajes de esta película japonesa desafían su propia imagen dando giros que, por el ritmo presto a la contemplación de un misterio en calma, no hacen más que sorprender al espectador que ante los caminos de lo posible cae en la cuenta de que ningún amuleto es más eficaz a la hora de las invocaciones que el deseo. Recordando los apuntes de Octavio Paz en El arco y la lira, sabemos que la mitología es la historia de las imágenes del hombre, y lo que en esta ocasión nos ofrece visualmente Onibaba es acaso la recreación diabólica y por lo tanto profana de la unión de los cuerpos y la historia de la guerra en una máscara que no es sino el verdadero rostro del que la porta.

Con la afirmación anterior no será descabellado abordar otro de los ejes que sostienen el argumento del filme, la noción de pecado. La madre de Kichi experimenta el rechazo sexual por parte de Hashi, la frustración de sus deseos y sus intentos por frenar el encuentro entre su nuera y el campesino la llevan a infundirle a la joven un temor a dios y al infierno que espera a la vuelta de la esquina que tarde o temprano han de doblar los pecadores. Sembrada la semilla de la duda, la joven lanza una interrogante ingenua a su amante y este responde:

Joven: Si pecamos, ¿vamos a purgatorio?

Hashi: ¿Pecar? La gente lleva haciendo esto miles de años… ¡Me iría contigo al purgatorio!

Hashi representa el escepticismo ante la religión y sus mecanismos de condena o castigo y es, en la forma que toma su voluntad en actos, la afirmación de un erotismo que ante los ojos de la noche se muestra insaciable, aperlado por los secretos que guarda la luna en el sudor de los amantes.

La estrategia del filme es aún más compleja pues el visionario Shindô no se queda en la superficie realista y enfoca su lente hacia lo que hay de sobrenatural, introduciendo la figura de la guerra a través de lo que de desconcertante puede tener un gesto demoniaco petrificado en una máscara.

El enigma del samurái desconocido es una de las apariciones más gloriosas en la historia del cine. Vemos las orillas donde la guerra se vive por sus efectos como ecos y no por el estallido inmediato de la sangre, entre los que luchan aún sin acertar a pronunciar el nombre del enemigo, desafiando a la muerte a favor del esplendor de un imperio cuyo triunfo está siempre en otra parte; las orillas donde la guerra es un rumor de viento oscuro y un hijo muerto en la batalla cuyo último adiós fue no dejar ni sombra de cadáver. Un campo abierto donde el terror es expresado por los deseos nocturnos de los personajes del filme japonés, son el escenario donde transcurre una trama inclinada a la fatalidad que no es más que el orden provocado por el caos de una guerra lejana y las pasiones impostergables del ser humano.

El acto de matar tiene muchas caras y la supervivencia parece ser el único motivo claro: la aureola que corona con las manos del crimen a un presente que no cesa su sed de sangre y suplicios. Si el sacrilegio y el pecado son formas corruptas y siniestras del placer, Onibaba recuerda en su juego de máscaras, soledades y condenas, nos demuestra que todos queremos pecar si de eso depende la realización de nuestros deseos.

 

22.09.14

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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