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A better life o de la servidumbre voluntaria
por Praxedis Razo

Se habla mucho de las posibilidades que tiene DemiánBichir de llevarse el Óscar a su casa frente a sus contrapartes que mucho lo han inflamado de vítores. Se tira tinta sobre los honores, pero Âżalguien ya vio la película donde el probable tenedor del premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (TheAcademy of Motion Picture Arts and Sciences), por su desempeño como actor es franciscanamente tratado como toda una servilleta?

En A better life (2011) del realizador Christopher Weitz –por cierto nieto de Doña Lupita Tovar–, amanece en el rincón de una casa marginal, al este de Los Ángeles. Un hombre medio termina de descansar peor que perro en un pequeño sillón. Sin pajarillos ni sol relumbroso, un taladro de concreto comienza su sonoro día laboral. Así inicia, una y otra vez, también la jornada trágica de Carlos Galindo (el dichoso Bichir anulado, sobajado, avergonzado, domeñado y mistificado), un inmigrante mexicano que trabaja en pos de su unívoca aspiración: hacer de su único hijo, Luis Galindo (un insoportable teenage mutant José Julián), todo un señorito de sociedad estadounidense, sin saber bien por qué o para qué, ni cómo, ni cuándo.

Carlos Galindo es el empleadito del conformista y medio acomodado Blasco Martínez (Joaquín Cosío mesuradito), un “contratista” Âżo coyote? que ha hecho su fortuna y aspira volver a su pueblo, no sin antes convencer a su sacrificado empleadín (que hasta los domingos le chambea) de que le compre “la troca” con todo y herramienta para que trabaje como todo un patrón, sin necesidad de venderse al peor postor en la calle, como sus semejantes, Los bastardos (Escalante, 2008) indocumentados indomables. Por supuesto Galindo compra a Blasco “la troca”, luego de suplicarle por dinero a su hermana casada Âżprostituida? con un gringo ausente, y de pronto el filme se transforma en la conocidísima, jodidísima y genial Ladrón de bicicletas (De Sica, 48) hasta el final que sí es bien distinto, para bien de DeSica.

Todo lo que les pasa los Ricci en la tremenda película italiana, les pasa a los Galindo en esta piececilla moral de Weitz –también co-director y productor de la genialmente procaz American pie (Paul Weitz, 99)–, que parece sintió el llamado de la justicia y la dignidad inmigrante al casarse con una mexicana y engendrar a un pequeño chicano, a los que va dedicada A better life, fabricada a la altura de las circunstancias políticamente correctas.

En A better life los inmigrantes son los lobos de los inmigrantes. Los gringos ni se enteran qué está pasando; ellos sólo contratan y pagan a la corte de los milagros mexico-centroamericana, no saben de sus problemáticas, no se manchan cruzando ese fangoso lago del terror de milusoslatinos que apenas sobreviven lamiendo botas, pues, a partir de que un viejo y desahuciado salvadoreño roba “la troca” de los Galindo ¡en una rachita de buena suerte (ja)!, la película pretende ser una monografía del cosmos jodidinmigrante que se desenvuelve en Los Ángeles, siempre al margen de la gran vidorria gringa de los suburbios, o de sus instituciones sagradas: la american way of life, la “policía-migra” y el “pulcrísimo-justísimo” y millonario sistema privado carcelario, mediadores de los conflictos entre insufribles bastardos, fa-vo-re-ci-dos por la mano del tío Sam (God bless you, mi broda!).

A better life o de la servidumbre voluntaria, que en siglos pasados Étienne de La Boétie (1530-1563) llamara a la amable relación entre el poder y sus dependientes súbditos a conciencia, es un filme-moraleja que pone en alto al dólar y nada más, que martiriza al trabajador mexicano que lo único que quiere es una oportunidadcita de vivir ¡but in los United, man!, que enseña lo fácil que es ser parte de la comunidad gringa, en fin, el mágico pero oloroso mundillo de los inmigrantes cuando se tiene un deber, ¡ay de los deberes!, como un hijito y sus amiguitos chicanitos, todos compulsivos, que naturalmente desprecian su pasado –¡oh, paradoja!– y aspiran a ser todos unos good americans gangstas.

Todo el film está en gestus social brechtiano: los jodidos se mueven, hablan, duermen –sin soñar– como jodidos, con la cámara siempre juzgándolos, incluso con su ascenso (a la palmera) metafórico imposible, o acercamientos (falsarios) a los Galindo siempre en conflicto por incomunicación o, de plano, franco asqueo entre ellos, padre e hijo.

¡Y no hay otro gestus porque no hay otro personaje-tipo! ÂżPuede creerlo, lector? La señora de la mansión donde incansablemente trabaja Carlos Galindo –¿por ser única locación o porque de verdad hay mucho trabajo que hacer en esa propiedad?– no tiene la menor importancia, y la policía-migra-tránsito ni se ve, aunque está presente a lo largo de la película.

Para los realizadores, toda la producción incluida, los latin inmigrantes surgen por generación espontánea, y aunque los deporten, léase “borren del mapa” (cfr. Un día sin mexicanos, también amable y suavecita producción sobre inmigrantes del simpatiquísimo Sergio Arau, 2004), volverán, y pues ni modo, como buenos gringos hay que aguantar mientras esa servidumbre voluntaria siga siendo franciscana trapeadora de pisos sin seguro, pacifista enajenada de la televisión estadounidense, democrático animalejo que casi ni come y puede vivir en ghettos cochambrosos, amable esclavo con hambre de esclavos, nuncamente como los terribles y bastardos vengadores anónimos de Amat Escalante, que siempre parecerán grandes críticos constructivitas de la política del chicanismo, tal como en la lustrosa y fantástica Zootsuit (Valdez, 1981), frente a los perritos cirqueros de A better lifee que quiso ser el Ladrón de bicicletas posmo, y que puede que premien a su vejado protagónico en cualquier momento, para que quede bien claro quién está a cargo, men.


13.02.12

Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
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