por Hans Fernández
600 millas, la ópera prima del director mexicano Gabriel Ripstein (1972), inauguró este 6 de febrero la sección Panorama de la versión número 65 de la Berlinale. Con una sala llena de espectadores, el hijo del legendario cineasta Arturo Ripstein debutó en el Zoo Palast.
El filme empieza cuando un muchacho estadounidense entra a una tienda de armas y consulta al vendedor por algunas de ellas. La cámara lo sigue, afuera lo espera Arnulfo (Kristyan Ferrer), su compañero mexicano. Los dos jóvenes dedicados al contrabando de armamento son seguidos de cerca por Hank Harris (Tim Roth), agente de la ATF, quien en una escena al apuntar con su arma a Arnulfo es golpeado y dejado inconsciente por el joven norteamericano. Arnulfo toma el cuerpo del agente, lo introduce a su camioneta y cruza con él la frontera.
Así comienza la historia entre Arnulfo y Hank, entre quienes se llega a establecer una aparente solidaridad. Sin embargo, en México Arnulfo es sobrepasado por la situación, no sabe qué hacer con el secuestrado. De esta manera, ambos se colocan en condiciones límite.
600 millas cuenta con escenas bien logradas –vale la pena notar las de los tiroteos–, la cámara (principalmente cuando está en movimiento) es usada al servicio del relato y las actuaciones son simples, aunque las de los protagonistas destacan por su poder interpretativo. A nivel narrativo y de historia la película puede ser quizá algo floja, pues cuenta con una historia lineal y acude al recurso de la pantalla negra para algunos cambios de secuencia. Sin embargo, el sondeo que efectúa Gabriel Ripstein por medio de la ficción cinematográfica, en el tema del contrabando de armas vinculado al narcotráfico (y por ende, de las complejas dinámicas que se establecen mediante estos movimientos transnacionales de mercancías entre México y Estados Unidos) es sumamente interesante y convincente. De esta manera, y considerando también la película Heli (2013) de Amat Escalante, se puede señalar que la ola de violencia que dichas actividades ilícitas desencadena es llevada a la pantalla grande por los realizadores mexicanos a través de valiosas representaciones fílmicas que calan con profundidad, sensibilidad e inteligencia en la quizás más compleja problemática del México actual.
La mujer de barro, el segundo largometraje del director chileno Sergio Castro San Martín (1979), se estrenó en el cine Arsenal, también el 6 de febrero, en la sección Forum. La historia trata el tema de la precariedad laboral de las trabajadoras temporeras, dedicadas a la recolección de la fruta que se destina a las exportaciones. María (Catalina Saavedra), la protagonista, ha decidido regresar a esta actividad luego de varios años, tras haber sido violada por el capataz –y haber concebido una hija–, quien a su vez vuelve a abusar sexualmente de ella mientras, en el contexto de un paseo laboral, se bañan en un río. Por su parte, una de las compañeras de trabajo es víctima de los pesticidas y fungicidas con los que fumigan las plantaciones de uva. Esto lleva a un camino de venganza y de fuerte expectativa para el público, que se verá recompensado.
La mujer de barro cuenta con una poderosa actuación de Catalina Saavedra, la musa del cine chileno contemporáneo, quien además de desempeñar óptimamente el papel de la protagonista, consigue imitar de manera cabal el sociolecto popular chileno. Una de las particularidades de este filme es la participación de actrices no profesionales que se encarnan a sí mismas en su rol de trabajadoras frutícolas. En este sentido, el director es capaz de lograr un equilibrio entre el desempeño actoral de Saavedra y el de las intérpretes que fungen de compañeras laborales de ésta. El trabajo de dirección no deja de evocar el de Edgar Reitz –con la trilogía Heimat (1984, 1992, 2004) y su precuela estrenada en Venecia (2013)– en la tradición cinematográfica alemana.
La película, aparte de llevar al cine con gran efectividad la temática de las frágiles condiciones laborales en la industria frutícula chilena, cuenta con un muy buen desempeño de cámara y de sonido. Igualmente el aspecto simbólico ha sido bien cuidado por su director: el íncipit visual es una imagen del agua, elemento que en todo el texto fílmico cumple un rol crucial, pues vincula a la protagonista con la naturaleza. Las locaciones de la cuarta región de Chile –que traen reminiscencias del universo lírico de Gabriela Mistral– contribuyen a crear imágenes muy potentes: los claros cielos, los valles, el río, pero sobre todo el trasfondo de la Cordillera de los Andes. En las últimas escenas el barro pareciera redimir a la protagonista y conectar su mundo interior con la naturaleza, de hecho estos planos tienen lugar en el espacio del río y lo último que el espectador oye es el sonido del viento mover los juncos en el agua.
La mujer de barro forma parte de los discursos fílmicos sobre la naturaleza en el cine chileno actual. En esta película la naturaleza no sólo se relaciona con la explotación laboral y venta de sus productos en los mercados internacionales, sino que también adquiere rasgos metafísicos que recuerdan el filme de claro cuño tarkovskiano El cielo, la tierra y la lluvia (2008) de José Luis Torres Leiva.
10.02.15