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Estreno: Güeros

De la familiaridad de los pasos ajenos

por Amado Cabrales

 

En un blanco y negro que se antoja atemporal Alonso Ruizpalacios despliega un road movie en donde la ciudad y sus cardinalidades se vuelven personajes dentro de la búsqueda de un héroe perdido.

Tomás (Sebastián Aguirre) tiene que viajar a la Ciudad de México, pues ha cometido su última broma a cuestas de su madre. Tomás pasa a vivir con su hermano al que le dicen “El sombra” (Tenoch Huerta), estudiante en estado vegetativo que malvive en su departamento junto a Santos (Leonardo Ortizgris). Ambos cortos de dinero y con exceso de tiempo se encuentran en la aletargada posición de estar en “huelga de la huelga” en la UNAM.

Existe una nostalgia en la imagen, una que se antoja pensar como si se nos hablase de un amigo, de una época y un lugar común, al que se refieren con ternura. Bajo esta atmosfera de memoria compartida, es difícil marcar una diferencia entre lo que se mira y lo que se recuerda de ese tiempo, que a la vez existió y no, pues la imagen nos supone al final de los noventa, pero bien podría haber sucedido ahora entre las recientes manifestaciones sociales.

Güeros (2014) es un viaje imaginario hacia el recuerdo, hacia el espacio que crea la melodía sorda de Epigmenio Cruz, símbolo de momentos más entrañables. La presencia del padre de Tomás es una sombra que habita en las letras del héroe que hizo llorar a Bob Dylan una vez. Su búsqueda se vuelve pretexto para romper la inercia de la inactividad “normal” de los estudiantes.

¿Cuánto tiempo sin hacer nada, cuánto tiempo habrán pasado Santos y “El sombra” entre la basura antes de despertar en el camino? La mente se vuelve anquilosa en el ocio de la espera, el road movie siempre coloca el movimiento del cuerpo con el cambio de perspectiva, y con el descubrimiento mente y cuerpo se transportan y cambian. Este filme como ejercicio de genero no es la excepción.

El dinamismo de las tomas, la velocidad de los cortes no responden al sonido del motor, se enfocan en los estados anímicos de los personajes, que acompañan y juegan con la imagen para dotarla de un tono más etéreo. El camino no es una amplia llanura, son las calles, las personas y el tráfico de una ciudad.

Tomás es el detonante de un cambio en el abismo cotidiano del vivir al margen de la huelga y embarca a los personajes hacia la ciudad. Enfrenta al “Sombra” con “El tigre”, episodios de ansiedad que se representan en el film mediante un slow motion de pequeñas plumas blancas que caen por todas partes. Lo lleva a confrontar el amor en el personaje de Ana (Ilse Salas), quien incluso antes de aparecer en escena ya acompaña a los viajantes con su voz en la radio.

El juego de miradas, la forma en que la cámara captura a Ana entre claroscuros, y la escena de cómo se roba el aroma de la chamarra del “Sombra”, el esmerado esfuerzo del director de capturar el sonido de los besos acaban justificando la importancia de Ana como aliciente para saltar a la acción, a la unión de aquello que renegaba.

Para los viajantes sus sueños son los de la poesía, los de la investigaciones no lucrativas. “El sombra” y Santos son parias que han sido despojados del espacio en el que tenían utilidad, tenían un lugar que en su espasmo ni ayudan a cambiarlo ni lo consideran necesario. Así, sin lugar y ante la inmensidad de la ciudad, el movimiento es la toma de una postura ante la infinita gama de historias que permiten las calles.

La existencia del “Furia” como rival sentimental del “Sombra” y como representante de los estudiantes en huelga cala, pues es una caricatura amorfa y distante de un conflicto revuelto en las entrañas de una ciudad. La animalidad y la inexperiencia de quienes se “rifan” por un ideal pone el dedo en la yaga de un tabú generacional, de la existencia de un fracaso en la construcción de un sueño del cual no hemos aprendido.

El título sugiere un contexto y un grupo específicos. Güero, más que designar un color de cabello denota una clase social, la extinta clase media urbana que tiene a regañadientes el tiempo de la deriva, del ocio. Tanto el flaneur de principios de siglo, como los esquiroles vagabundos del DF tienen el tiempo de perderse, de dejarse llevar por la inquietud y las calles apenas marcadas por pistas sobre el paradero de la leyenda del rock mexicano.

El viaje como metáfora de la experiencia, con sus jóvenes flanuers de la cuenca seca del Aztlán, a la vez detectives salvajes en busca de su Cesárea Tinajera en versión musical. Se embarcan en un trayecto físico y mental en el que se les coloca en diversas situaciones donde no encajan: no encajan en la huelga, tampoco en el poniente marginal, ni en las fiestas del centro ni en la mítica lejanía del oriente. No hay a dónde ir ni como regresar.

Tomás que emigra del puerto a la ciudad, a su vez, hace emigrar a dos de los habitantes metropolitanos. Es entonces que la ciudad que vemos es la ciudad que recorren, no un retrato de la ciudad si no un reflejo que en ellos existe, en la medida en que su no pertenecer hace siempre comparaciones, dejando presente el hecho de que quien mira no sabe dónde va. Ruizpalacios lega una comedia entrañable y dinámica que nos deja varados en medio del tráfico de una manifestación, algo familiar y a la vez nuevo desde la butaca.

 

Una metapelícula

por Fernando Bustos Gorozpe

 

Quizá las nuevas generaciones no recuerdan el año de 1999 con la misma nostalgia (¿?) que lo hacen quienes en ese entonces eran estudiantes en la ciudad de México.  Fue un año complicado que dejó a la UNAM una cicatriz luego de 9 meses de huelga que aunque en principio plagada de energía se fue debilitando por el mismo paso del tiempo que borroneaba las esperanzas de regresar a clase y concluir los estudios.

Poco o nada se había retomado de este gastado periodo desde un discurso actual. Curiosamente quien decide remover las cenizas es el cineasta Alonso Ruizpalacios que con su ópera prima decide llevar al espectador de regreso a ese periodo poco animoso del México de 1999.

Güeros (2014), que ya ha recibido una buena cantidad de premios internacionalmente (con visitas a la Berlinale y al FICM), es una cinta que comienza con un castigo materno. Tomás (Sebastián Aguirre), demasiado rijoso para su corta edad, es enviado de Veracruz a la ciudad de México a vivir con su hermano Sombra/Fede (Tenoch Huerta) una temporada. Al llegar, se encuentra con el departamento de dos jóvenes estudiantes foráneos mudados al Distrito Federal con la intensión de lograr sus estudios en la máxima casa de estudios del país: no han pagado la luz, la comida es cereal y café,  y los muebles parecen objetos recolectados a la suerte del tiempo y del espacio. Ruizpalacios recrea y retrata esa incertidumbre que significa para muchos llegar a la gran ciudad a hacer sus estudios y sobrevivirlos: de ahí el difícil concepto ‘estudihambre’. Sombra y Santos (Leonardo Ortizgris), arquetipos de neutralidad, afirman estar en huelga de la huelga. Su tibiez (el no tomar partido) los ha conducido también al atolladero del ocio, de la procrastinación que los tiene suspendidos en un limbo que sólo lograrán fracturar cuando la violencia del vecino al que le robaban la luz se dispara bajo intento de golpearlos. Es ahí, cuando la cámara, que permanecía pasiva al igual que los personajes, también se activa y sale corriendo tras ellos para embarcarse en un viaje que pasará por diferentes escenarios.

Catalogada como roadmovie, Güeros se mueve en la búsqueda de Epigmenio Ibarra, un mítico rockero mexicano a la Sixto Rodríguez que se dice conmovió a Dylan hasta el llanto. El músico que fue ídolo del padre de Tomás y de Sombra está en el hospital, y encontrarlo es un reencuentro a la distancia con su padre fallecido. Así, con la forma de Los Caifanes (Juan Ibáñez, 1966), Ruizpalacios lleva al espectador por un viaje con tufos surrealistas por la gran capital: oriente, poniente, sur y centro, donde Ana (Ilse Salas) el amor acallado de Sombra, servirá de motif para ingresar a Ciudad Universitaria, lo que en su momento fue el corazón de la huelga y tocar desde el interior algunas posturas que existen en estos movimientos.

La obra de Ruizpalacios más que ser un homenaje a la Nouvelle Vague, que ya tanto se ha mencionado, es un claro ejercicio cinematográfico de amor y de crítica al cine desde este mismo. Güeros es una metapelícula que se atreve a romper la diégesis, que se arriesga por la parábasis para derrumbar la cuarta pared y que disecciona, a examen de consciencia, lo que se está haciendo desde las entrañas, desde la fantasía misma para exponer esos estereotipos a los que parece estamos arraigados socialmente, como ese gentil y ¿despectivo? ‘Güero’ que generalmente se emplea para referir al que parece ostentar cierto poder adquisitivo y que en el cine mexicano se han reproducido hasta el cansancio como una fórmula. El mexicanflick[1] y el cine mexicano social enfocado a las periferias, han reforzado estereotipos raciales que es necesario romper pues fragmentan, en vez de apuntalar a, la creación nuevas metáforas que permitan expandir eso que Rorty denominó  léxico último.

Filmada a blanco y negro y en formato 4:3, la cinta dirigida por Ruizpalacios y fotografiada elegantemente por Damián García, es un platillo de autor que llega a lugares poco explorados por el cine. Es sin duda una maravilla de película que pondrá nuevamente a prueba al espectador nacional. Güeros se merece todas esos premios recibidos y tanta crítica positiva. Pocas veces se reflexiona al cine (desde un estatuto ontológico) desde el mismo cine mientras se hace cine.


[1] Aquella cinta mexicana que se desarrolla al interior de un conflicto amoroso donde por lo menos uno de los interesados pertenece a la clase alta y donde mucho es patrocinado por grupo Carso.

 

23.03.15

 

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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