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Muestra 58. La tirisia

por Amado Cabrales

Una bolsa de plástico atrapada en un cactus, un pueblo en el desierto estancado en su repetición, en la recursiva necesidad de salir. La esperanza es un vocho (Volkswagen) amarillo que pasa de vez en vez en tiempo de elecciones, o en la forma de  un avión que resuena en el desierto silencioso. La tirisia (Pérez Solano, México, 2013) nos atrapa con la maternidad capturada en la imagen, en el gesto de la toma, en donde el diálogo nos guía pero no prepondera. Maternidad en el desierto en donde la tristeza eterna se trata con ritual solemnidad y donde los esbozos de una vida fuera son espectáculos pasajeros que pasan y se van del pueblo, solamente.

El director Jorge Pérez Solano nos muestra la ausencia del alma en el cuerpo, el duelo y el conflicto de ser madre a partir de una narrativa visual nítida, cargada de simbolismos que juegan con la edición, creando en ella comparaciones, metáforas y observaciones puramente visuales que no alcanzan a esbozarse en palabras. Los personajes, en la carencia de la oralidad, son introducidos por medio de gestos, una mujer embarazada que se rasca la nariz cuando tiene ansia; una frase "volando bajo" en el parabrisas de una camioneta; una etiqueta de princesita en una moto; una tonada.

Existe un juego entre lo que vemos y no vemos en la pantalla. Lo que vemos es el desierto, su esteticidad en el carácter contemplativo de la cámara, no vemos la violencia que apenas se observa en un retrovisor, en la presencia constante de la milicia en el desierto. No vemos el momento en el que Cheba (madre de dos niños mas y esposa de Carmelo, en EE.UU.) y Ángeles (hijastra de Silvestre) se vuelven madres. Lo entrevemos con sonidos, con la mirada de la esposa de Silvestre. existe un cierto adormecimiento de acción, un perder los actos en la inmensidad del desierto, el calor el bochorno y el hastío son constantes en los personajes como la observación detenida de las tomas.

Los personajes se presentan en silencio, con frases que se pueden leer en las tomas o con gestos que realizan: Silvestre "vuela bajo" (se lee en su camioneta), pero mira con ilusión al cielo cuando cruza un avión; Chema es quien mira la bolsa atrapado y se rasca la nariz; Canelito  anda en moto con una etiqueta que dice "princesita" y dos mariposas en el manubrio; Ángeles es quien se tira en la sal horas enteras en total mutismo, en total ausencia (producto del desierto, producto del trabajo de su familia, como único refugio a la ausencia del alma), prácticamente obligada a ser madre, violentada sexualmente por su padrastro, lo que la conduce a la tirisia, al destino cruel que le depara el seguir viviendo el mismo tormento, el cual su madre consiente.

Cheba, ya ha sido madre de dos niños, sus cordones umbilicales penden del árbol junto a la casa, árbol en el cual colgará el de su próximo hijo. Carmelo no sabe que su esposa será madre otra vez, un constante vibrar del teléfono denota su presencia y nos avisa su inminente regreso. La tirisia, a diferencia de la de Ángeles, surge al nacer su hijo, parto por demás difícil, sin asistencia, en la soledad del lugar; Canelito le ayuda al final.

La estructura del filme se divide en meses, que van de mayo a noviembre, y que omite hablar de los meses de septiembre y octubre. Cada mes tiene un subtítulo de connotación religiosa que llega hasta el purgatorio, la tirisia eterna. La presencia de la iglesia tiene un lugar importante, las familias de Zapotitlán asisten a este el lugar de encuentro con su explanada terrosa, como espacio para los eventos, es ahí donde se encuentran por primera vez las madres en escena, y quizá uno de los únicos encuentros, mientras todos miran que el párroco de la iglesia a muerto. Canelito está al margen de la iglesia, pero escucha las campanas a la distancia justo después de despedir a su amante, un militar.

En el desierto se desata la tormenta, en los personajes se acrecienta la tensión, la tirisia se manifiesta en Cheba al dejar su hijo a Silvestre, pues Carmelo ha vuelto. Al estar en la intimidad con su esposo, su cuerpo la delata, no siente placer con su marido y ha derramado leche de su seno, a pesar de que ha tratado de vaciar sus senos del alimento de su hijo mientras éste, en casa de Silvestre, chilla de hambre. Ángeles no sabe lidiar con dos bebes y no puede dar a mamar a ninguno de los dos, no le surge el alimento.

El silencio, los amplios horizontes del desierto son un personaje más en la historia. La imagen se organiza en analogías permitidas por los encuadres, por las transiciones, transmiten sensaciones he información que la palabra apenas si nos lo dice. Cada imagen está cargada de símbolos, la toma siguiente después del regreso de Carmelo a casa es la de aves en una jaula; los pétalos en el río son constantes, las tirisientas no son un hecho aislado, es algo que se repite en el poblado.

Dios mira desde una toma cenital a Cheba justo después de dejar a su hijo, justo antes de entrar en la tirisia... Mira, pero no responde. Los acontecimiento que rompen los meses cargados de religiosidad, de cargas morales y cíclicas, se rompen en los pequeños momentos de color en la comunidad: el naranja chillón de las playeras y carteles políticos, el dichoso vocho amarillo sonando a través del polvo, un cartel verde perdido en la caravana de los payasos nos advierte que estos hechos son insignificantes. Estos espectáculos en Zapotitlán no le cambian.

Pero la tirisia no solo está en las mujeres, los hombres a su vez están adormilados, sedados por el desierto, continúan en su inercia, son insensibles a los demás. Ellos, como la mayoría de los pobladores, sólo miran el desierto a grandes rasgos, lo miran inhóspito y buscan salir de él. Canelita es la contraparte, la cámara le sigue en sus cuidadosos movimientos de extracción de lo dulce, lo nutritivo del desierto, las tomas son acercamientos a estos frutos, la mirada a detalle de un espacio lleno de vida. A Canelo su nombre lo delata, es la oposición a la amargura a la tirisia, es el quien mira partir la mariposa del alma de Cheba, es quien con cuidado toma con cajitas de chicles las orugas del desierto, es quien ayuda a Cheba a llevar acabo el ritual de pétalos al río y aves en las puertas para liberar la tirisia y retornar el alma.

Cheba deja caer los pétalos, pero no se repondrá, en cambio, Carmelo se ha dado cuenta de la existencia de Tadeo, un hijo que no es suyo, pero que su no presencia permeará toda la relación en el matrimonio. Ángeles ha tomado la decisión de partir, una sonrisa nos hace saber que en el largo proceso de aceptación de su condición se ha vuelto madre. Es posible aseverar que la importancia capital de la imagen sobre las palabras, sobre la acción que sucede fuera de la lente, trate de inundar los ojos del espectador, hacer que el desierto entre en nosotros, y eso confiere una suerte de nostalgia inherente a su paisaje, que nos lleve a tomar la decisión clave en el desierto (lo permite la fotografía): la sal, o el dulce fruto que se oculta en los espinos.

 

03.04.15

Amado Cabrales


@Amado4
Artista plástico, cinéfilo y estudioso del cine autodidacta, amante de toda expresión libre y consiente de la fuerza de la imagen, interesado en las formas y significados que encierra el uso de la información y el ocio.....ver perfil
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