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La sal de la tierra

Hay en La sal de la tierra (Wenders, Salgado Ribeiro, 2014) un candor que emociona: el acercamiento del hijo al padre, y sin embargo, el drama de la imagen fija en tiempos de imágenes trepidantes mantiene en movimiento nervioso al espectador, que cuando menos se da cuenta vio un filme cuyo propósito es hilar una serie de retratos que traducen la vida de quien los capturó, y entender la vida misma de un mundo esperanzado pero en perpetua autodestrucción. Win Wenders vestido de Werner Herzog cuenta una fábula en clave de espejos.

 

por Mariana Pintado

 

En este documental se cuenta la trayectoria de Sebastião Salgado, un renombrado fotógrafo brasileño que ha dedicado su vida a recorrer el mundo capturándolo, dibujando y escribiendo su historia y la de la humanidad, en bellísimas e impactantes imágenes blanco y negro. Esta vez, el hombre que durante cerca de 42 años ha ocupado un preciado lugar detrás de la cámara, se encuentra delate de ella, y es observado a través de otras dos miradas privilegiadas: la de su propio hijo, Juliano Salgado Ribeiro, en conjunto con la del cineasta Wim Wenders. Con todo esto, no podemos menos que imaginar lo profunda, entrañable, conmovedora y artística que es esta experiencia.

Wenders comienza la película con esta narración que introduce su obra: “Un fotógrafo es literalmente alguien que pinta con luz. Un hombre escribiendo y re-escribiendo el mundo con luz y sombras”, palabras que toman un nuevo significado al tomar en cuenta que el mismo Wenders, además de cineasta, es también fotógrafo, y nos hace intuir que no se trata de un documental común y corriente. Las condiciones de los involucrados, que se entrelazan en su realización, lo convierten en una obra que potencia el significado de lo que sucede en pantalla.

Se trata, entonces, de un fotógrafo fotografiando a otro fotógrafo. El reflejo de las miradas mirando forman una matrioska conceptual que se extiende hasta el espectador. Aún con tantos grados de separación entre los sujetos fotografiados por Salgado y las cámaras de Juliano y Wenders, nos damos cuenta de que nos encontramos inmersos en un mismo universo y de la sorprendente conexión emocional que compartimos con esos seres inmóviles a blanco y negro. Nos indignamos con las injusticias de las que Salgado fue testigo, comprendiendo e incluso experimentando al menos un poco del sufrimiento que las imágenes nos transmiten al ver los frágiles cuerpos de la población de Ruanda debido a las condiciónes infrahumanas en las que fueron obligados a salir de su hogar. Y de la misma forma vemos la esperanza en los rostros de aquellas criaturas y los paisajes de los más remotos rincones de la tierra fotografiados por los que vale la pena seguir luchando. Wenders comprende la fuerza de las imágenes pues ha dedicado a ello su vida, y es así como logra llevar a la pantalla una historia cargada de emoción, y no hay manera de que deje un público indiferente.

Por otro lado, tenemos al codirector Salgado Ribeiro, quien en este filme nos revela al dulce, sabio, heroico y legendario hombre que ve en su padre. Esta es también una jornada de coalición generacional de un niño que redescubre a un padre quien, con una vida de road movie, estaba a miles de kilómetros de distancia mientras crecía y lo necesitaba. El mismo Juliano cuenta que este proyecto fue un parteaguas en la relación entre él y Sebastião, a quien después de verlo como un super héroe lejano a quien realmente no conocía, y terminó siendo un amigo más.

A partir de esto es como las cámaras de Wenders y Juliano nos revelan a un Salgado más que observador: lo vemos involucrarse con las personas, la sal de la tierra, y con él lo hacemos nosotros. Con lo que ambos nos cuentan a lo largo de este documental nos damos cuenta de que la fuerza y lo especial de las fotografías de Sebastião radica en como este fotógrafo al disparar su cámara busca más que una simple imagen, busca un encuentro entre él y lo fotografiado, lo que podemos atestiguar en cada una de sus imágenes. Es por esto mismo que el fotógrafo fue tan afectado por los horrores que presenció en 1994 durante el genocidio de Ruanda, a un grado tal de caer en una profunda enfermedad emocional: “Cuantas veces no baje mi cámara para llorar ante lo que veía”, nos confiesa.

¿Cómo puede alguien recuperar la fe en la humanidad después de contemplar tanto odio, violencia, injusticia y muerte? Esto parecía una tarea imposible y para muchos podría ser el final del camino. Sin embargo, con el apoyo de Lélia, su esposa, y su familia, Salgado emprende un nuevo proyecto (fotográfico y ecológico) en búsqueda de una nueva esperanza. El proyecto: tranformar la mirada de aquello que parece perdido por una de renacimiento y vida: “Génesis”, que como Win Wenders lo describe es “Una carta de amor al planeta”.

Las imágenes que a lo largo de dos horas nos han presentado ante nuestros propios ojos nos permiten entrever como la complejidad del ser humano y su relación con el planeta entrelazan la vida y la muerte en una misma unidad, para comprenderlo es cuestión de mirar y saber mirar realmente, más que con nuestros ojos, con el corazón. Como Salgado, ve al planeta, como Juliano ve a su papá, como Wenders ve y comprende estas miradas y como nosotros mismos presenciamos estas perspectivas a través de la pantalla.

Esta dinámica es la que permite y empuja a reconocer la condición humana vacilante entre lo más abyecto y lo más noble de la raza humana: a pesar de todo el mal que puede infestar la tierra, tener la fuerza de luchar por aquello en lo que creemos, y así dejar a nuestro paso un lugar mejor del que encontramos, creando un camino propio con la ganacia personal de dar sentido a nuestros pasos.

27.04.15 

Mariana Pintado Zurita


@Mar14naPz, cinéfila de corazón. Estudió Diseño Gráfico en la Universidad Iberoamericana. Se dedica a buscar arte en donde pueda encontrarlo. Sabe que nada sabe, y quien mejor la conoce es twitter. Es la voz de @SaladeArtecine. ....ver perfil
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