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FICG31. El filme que se aleja de José Agustín

por Pedro Emilio Segura

 

El reduccionismo in extremis conlleva al cliché, pero usualmente la percepción estereotipada nos permite un acercamiento generalizado, cuando se conoce a profundidad lo clasificado. Si se dice que el mexicano es “macho” hablamos de un estereotipo correcto. La sociedad mexicana continúa siendo una estructura patriarcal, arcaica y retrógrada con muchos avances pendientes en diversos rangos. El trato a la mujer, las estructuras familiares y el lugar que ocupan los géneros en la interacción social, son temas pendientes junto con otros como derechos humanos, violencia o igualdad.

El cineasta Roberto Sneider se ha preocupado por el tema del machismo en un par de sus obras que comparten otro elemento, ambas son adaptaciones literarias. La taquillerísima Arráncame la vida (2008), estelarizada por los referentes populares Daniel Giménez Cacho y Ana Claudia Talancón, el papel de la mujer en el patriarcado mexicano en referencia al lugar en el hogar, la familia y la pareja, era analizado en el espacio temporal de principios del siglo XX, reducido.

Casi ocho años después de que aquel filme reventara la taquilla nacional, Schneider regresa con una nueva adaptación reduccionista. El texto de esta ocasión, Ciudades desiertas, la reconocida obra cumbre del convulso escritor del setentero movimiento de La Onda, José Agustín. A diferencia de la adaptación anterior, en esta nueva obra tentativamente titulada Me estás matando, Susana, Sneider incursiona en una traslación más interactiva que la literalidad sincrética de la previa, con traslaciones arbitrarias que brincarán a quien este familiarizado con el texto.

La novela, que transcurría en la década de los ochenta, cuando fue su publicación, es trasladada a la actualidad, con Gael García Bernal como un actor frustrado que sigue a Verónica Echegui, la tal Susana, su esposa, una escritora española que huye abandonándolo sin previo aviso hacia los Estados Unidos a enclaustrarse en un taller de escritura universitario.

El texto original, como el filme pretende, era una indagación sobre diversas temáticas que salían a la luz gracias a la exposición de las problemáticas de pareja que planteaba Agustín. El mexicano y su relación con su vecino del norte, los choques culturales eran algunas aristas. Las que realmente le importan a Sneider y que busca exprimir al máximo, son las referentes al espacio de la mujer en relación con el machismo desde la relación de pareja y el folklore del mexicano, sin importar su relación comparativa, sino a partir de su existencia misma.

Si en Agustín la exposición era por contraste, con Sneider hablamos de un tour caprichoso y jocoso de la mexicanidad, cercano a la indagación que te puede brinda un guía de turistas en hora y media sobre la Historia de México. El trabajo de Schneider no pasa más allá de la comedia ligera. Si en la novela una erección era un acto tortuoso y culposo, en la adaptación hablamos de un gag hueco. 

Existen otros errores puntuales y de suma importancia, como el par de desnudos de índole erótico de la protagonista, más un desenlace redentor, a través de la sumisión física irrisoria. El desnudo gratuito sobaja el discurso feminista de Agustín. La lucha, no intencional, sino personal de Susana contra toda una Historia de machismo a partir de su situación contra la desigualdad, la sobajación y la objetivización, encuentran un nuevo enemigo en estos errores discursivos que el director emplea en su adaptación.

El enemigo, continúa en casa.

 

Actualización de un cine tradicionalista

por Julio César Durán

 

Basado en la novela homónima de uno de los bastiones de la literatura mexicana que conjuga sus referencias pop con lo canónico, Roberto Sneider relata la vida de un matrimonio en plena ruptura. Él, Eligio, un actor mexicano en plena vida bohemia, y Susana, una mujer española que pretende llevar sus intenciones de escritora a un nivel profesional, ambos en una espiral repetitiva y disfuncional a través de un ritmo vertiginoso que mezcla (en un principio) planos oníricos con flashbacks y flashforwards, y logra regresarnos totalmente a un ambiente anacrónico.

El logro del largometraje está en la manufactura funcional: una eficiente fotografía, una cuidada selección de música que otorga el tono preciso a esta obra y un montaje que a ratos ordena la puesta en escena dentro de un mismo plano. Todos estos elementos, unidos a la selección actoral que obviamente está al servicio de la complacencia sentimental, nutren una obra pensada y creada totalmente desde una pretensión industrial, que a la fecha, en México al menos, no se ha entendido de manera diferente desde los años 40.

Gael García, quien interpreta expresivamente a Eligio, propone y refrenda una serie de tópicos que el cine mexicano no había arrastrado desde su época de oro. Eligio refresca, si puede decirse así, al estereotipo que actores como Pedro Infante popularizaran en el inter de los años 40 y 50, donde el macho, de sangre caliente por supuesto, no sufre ninguna vulneración hasta que se le pone en una especie de situación límite.

Con toda la pretensión de volver a una industria que dejó de existir hace más de 60 en México, el “tipo” que representa García (en su personaje charolastra de siempre), es el motor de una comedia costumbrista, donde la figura patriarcal, heteronormativa y viril, en el aspecto más anacrónico posible, se pone de manifiesto a partir de una serie de tropiezos y acciones bufonescas que marcan el ritmo de la película, donde el clásico “macho mexicano” ríe, grita, explota y se revuelve en sus vísceras para recobrar a quien cree el amor de su vida.

La sumisión a la que Eligio pretende someter a Susana es típica del periodo cinematográfico cardenista, al que pertenece Emilio “el Indio” Fernández, por un lado, y al encantador cinismo que Ismael Rodríguez imprime a sus mujeriegos hidalgos, por otro, ambos personajes masculinos están sujetos a normas tradicionales, donde la superioridad del hombre recae en su simpatía y extroversión, aquí ya no a caballo, pero sí al frente de un automóvil que sirve como el telón de dos actos que abren y cierran episodios en el largometraje, al tiempo que reflejan la manera en que el protagónico lleva su vida, primero en la ciudad, después en medio de la carretera nevada: acelerada, sin control y con los impulsos sexuales-emocionales de por medio.

El ritmo, bien logrado por cierto, consigue las risas y empatía del espectador que desea ver una pieza fílmica de calidad, pero con evasiones políticas. La repetición de patrones que se dan en el día a día tanto del cine hegemónico mexicano como de una realidad patente, incluso hoy, en el siglo XXI, consigue seguramente una identificación con los personajes y la puesta en marcha de un aparato más que ideológico, moral, donde la mujer debe pedir aprobación, debe mostrarse menos creativa y debe recibir nalgadas para demostrar el devoto cariño hacia su conyugue.

Me estás matando, Susana se trata de un filme calibrado para hacer reír en los momentos indicados con una producción impecable encima. La pretensión que este intento de cine industrial pone frente a la pantalla engrana con el cine más comercial que hace décadas dejó de existir, pero que aún permea en la idiosincrasia del capitalino mexicano que se regodea en sus referencias de cultura popular, los bigotes, los sombreros de charro y las canciones vernáculas que poco dicen y mucho aplanan, culturalmente hablando, y que acá están modificados por otros elementos contemporáneos que los suplen y los reafirman.

Sneider dirige una película regular que cumple lo que promete: un momento de diversión a partir de la inspiración de una obra literaria interesante. El resultado es más esta reapropiación de motivos tradicionales y anacrónicos escondidos en la piel de una oveja contemporánea y urbana, superficialmente cosmopolita y completamente risible.

 

11.03.16

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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