por Luis Vaca
Se cumplen tres décadas del estreno de Blue Velvet (1986), cuarto largometraje en la carrera de David Lynch, cineasta que transformaría la forma de hacer cine en Hollywood. Lynch, antes de dedicarse al cine, aspiraba a ser pintor e incluso viajó a Europa para tomar clases con el expresionista Oskar Kokoschka, pero no lo consiguió. A pesar de esto, Kokoschka es una de las influencias estéticas más notorias en su obra; por ejemplo, cada que veo esta pintura me resulta imposible no pensar en Dorothy Vallens, o en Blue Velvet.
(Oskar Kokoschka, Woman in blue)
Terciopelo azul es visualmente extraordinaria y su arranque es prodigioso: Tilt down desde el cielo despejado de Lumberton que termina en las blanquísimas vallas típicas que delimitan los jardines de las casas en los Estados Unidos, tótems del idílico sueño americano. En 1986 muchos críticos se mostraron conmocionados por la atmosfera violenta y oscura que mostraba la cinta, pero treinta años más tarde podría ser clasificado como un filme ligeramente violento.
Esta película es especial por muchas razones. Por un lado, es el primer trabajo de Lynch en donde se fusiona la “realidad” con un mundo “onírico”. En Lumberton los habitantes viven en una calma aparente, pero al mismo tiempo conviven, sin darse cuenta, con un submundo de crimen y personajes trastornados. El entorno tranquilo y agradable que muestra la secuencia inicial de la película se rompe en el momento en que Jeffrey Beaumont decide introducirse en la casa de Dorothy Vallens, abriendo la caja de pandora en donde habitan delincuentes y psicópatas que muestran el lado oscuro de la sociedad norteamericana: un mundo de drogas, asesinatos, explotación sexual y secuestros.
Por otro lado, se trata de una pieza fundamental para entender el imaginario y la estética de este cineasta norteamericano, pues es en este filme donde empieza a coquetear con elementos que más tarde se convertirán en su marca de autor, como el uso del gran angular para crear entornos oníricos.
Blue Velvet es una obra-puente, ya que transporta la semilla que dará vida a otras obras maestras de la televisión y el cine: Twin Peaks (1990) y Mulholland Drive (2001), respectivamente. En esta última, incluso en podemos apreciar un par de transiciones en donde aparece un camión que transporta enormes troncos, un recurso que utilizaría nuevamente en Twin Peaks.
En Blue Velvet los personajes son complejos, tienen muchas manías y contradicciones, por eso son tan fascinantes. Jeffrey Beaumont aparenta ser un estudiante universitario común, pero en el fondo es un voyerista que lleva su fetiche hasta el punto de arriesgar su vida. Está enamorado de dos mujeres: Dorothy y Sandy. También resulta extraño —de una manera inverosímil— la forma en que afronta el peligro: domina perfectamente sus emociones y parece sentirse cómodo en el mundo del hampa, cosa que no me esperaría de un bebedor de Heineken.
Del otro lado tenemos a un villano memorable: Frank Booth, interpretado por Dennis Hopper. Su personaje es un masoquista con extrañas conductas sexuales en donde juega el rol de “papi” o de “bebé”. Uno de los rasgos que caracteriza a este personaje es que antes de un episodio de violencia inhala un gas, tal vez oxigeno, helio o alguna otra droga sofisticada.
Más tarde podría saciar mi curiosidad al revisar el documental que incluye la edición especial del DVD de Blue Velvet, en donde Dennis Hopper aclara que se trata de Popper, aún cuando Lynch había pensado en usar helio para que hubiera una diferencia en la voz del personaje cuando se comportaba como un bebé. Afortunadamente la experiencia toxicómana de Hopper salvó este punto para bien del personaje.
por Amado Cabrales
Siento que estas palabras ya las había escrito, o dicho, pues cada vez que me piden una recomendación sobre películas, casi siempre empiezo con Blue Velvet (1986). Tal declaración no tiene nada que ver con el hecho de que David Lynch sea el mejor director o incluso ésta la mejor película. El motivo radica en el hecho de que hay palabras, imágenes y sonidos que resuenan en mi cabeza aún mucho después de haber visto el filme por primera vez.
Bajo las rosas rojas se retuercen los insectos. El primer plano es contundente, dentro de la estética lyncheana esta imagen que se vuelve la introducción hacia el agujero negro del conejo que, paulatinamente, se vuelve el agujero negro de gusano que culmina en Inland Empire (2006). Todo empieza con la representación literal del sueño americano, casas y jardines siempre verdes en donde los bomberos van saludando al ondear sus brazos entre las calles. Es este el lugar, es esta la noche, donde las rosas rojas se alimentan de la actividad secreta de los insectos bajo el césped.
A candy-colored clown they call the sandman. El arenero de los sueños es un reptil enfermo, vive en la tierra encantada del sueño americano, colecciona mujeres y orejas. Entre los accesos violentos e infantiles de Frank se asoma lo grotesco. Frank es el monstruo que anida en nuestros sueños más enfermos, donde el placer, la culpa y la violencia son la mezcla para el erotismo más salvaje.
Now is dark. El misterio seduce y en la oscuridad de la noche, la irracionalidad se asoma dejando sólo el instinto y la carne. Lo oculto se abre a la luz, por el ojo de la cerradura se vislumbra la noche terciopelo. Nosotros miramos con morbo los descubrimientos de Jeffrey Beaumont, nos dejamos seducir por el asombro y el escándalo; saber que lo que miras no era para nosotros, llena los ojos de intriga y deseo.
Dorothy lives in the Deep River building on the seventh floor. Lewis Carroll es a la literatura lo que David Lynch es a la cinematografía: una obscenidad frente a la razón. Carroll abusa del positivismo y lo lleva al quiebre de sus propia instrumentalización, determina el carácter fatal y entrópico de la razón en el absurdo de su raíz. Lynch desestabiliza desde el plano secuencia el lenguaje cinematográfico; éste es articulado como símbolo y por lo tanto como imagen de ambigüedad, crea con ellas alegorías de la locura.
Hit me. La seducción es el motor del argumento y éste se debate en un conflicto interno entre el no sabernos coherentes de nuestros actos, ni libres de nuestros propios demonios. La imagen se desvela al oscurecer. La completa construcción del claroscuro en la iluminación nos da un mundo artificial el cual, juega con nosotros. Miramos y la imagen se posa en nuestros ojos: Now i have your disease in me.
And I still can see blue velvet throw my tears. Más allá de las estrellas, el cielo es negro; más allá de él, reina el caos, y así como Lovecraft designó un mal ancestral, Lynch lanza una apuesta sobre la fuerza de nuestro morbo frente a lo oculto más allá del césped. Now is dark.
por Javier Quintanar Polanco
19.09.16