Amnistía (Buyar Alimani, 2011) es café. Café por el color que compone la fotografía, por el tono con que habla de la desesperanza de sus personajes, por el contexto árido y desértico en el que muere cualquier ilusión; café como el ron con el que los personajes se anestesian para ser insensibles ante el sufrimiento que impera en la prisión de una nación abandonada en el tercer mundo.
La cinta funciona como una elegía que retrata a la Albania contemporánea, inmóvil, atrapada en el desempleo y la burocracia, un lugar en el que todos permanecen cabizbajos y parecen no anhelar absolutamente nada. La historia principal rodea a un hombre y a una mujer, que gracias al montaje subsecuente que nos ofrece la edición, podemos suponer desde un principio que habrán de encontrarse eventualmente.
Las visitas conyugales que ambos hacen a sus respectivas parejas encarceladas se vuelven una obligación tortuosa hasta para nosotros, testigos que sufrimos también el desagradable e insípido encuentro sexual, tan anti-erógeno que nos hace pensar que el sexo también tiene fecha de caducidad.
Los visitantes se conocen accidentalmente y comienzan una relación amorosa secreta que funcionará como el único sonido armónico en la disonante y amarga realidad de ambos. Su infidelidad los regresa a la vida, aunque lamentablemente, ya que en este lugar en el que la libertad es una amenaza, augurar un futuro positivo sólo sería propio de los más ingenuos.