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Días de cine en los Países Bajos. Brueghel en Utrecht

por Cuauhtémoc Pérez-Medrano

 

Está lloviendo en la herida,

 

el viento saca del lugar la parte roja.

Ricardo Cuartos

 

Llueve tenue y sopla un viento gélido, pero como buen citadino he comenzado a vagar por las calles de Utrecht, y he conseguido crear un mapa mental que me permite trasladarme por la ciudad. La ciudad es de índole estudiantil, muy cerca del bilingüismo absoluto, ofrecido por el inglés riguroso que rige. Sus calles son angostas y muchas veces insuficientes, pues, como cadena trófica, queda, en el último eslabón, el más débil: vehículos motorizados-bicicletas-monopatines-peatones.

Los cines de Utrecht, como toda ciudad, son variados. Pero siempre anda uno en busca de su favorito. El mío lo hallé muy pronto, es el Filmtheater t’ Hoog (El alto), ubicado en la calle del mismo nombre, entre callejuelas cercanas a la Facultad de Derecho. Tras la simpleza de su nombre se esconde un proyecto que conjunta un restaurante, un bar, una sala para exposiciones y tres salas de cine de varios tamaños.

El objetivo del lugar es ofrecer filmes poco exhibidos en el resto de las demás salas de cine: premieres y ciclos especiales, además de presentar exposiciones de artes visuales. En verano, si es que no llueve, existen proyecciones al aire libre. A lado de tu película puedes ver los canales de Utrecht, una rama del Rin, cimientos romanos que devinieron en asentamientos germanos, católicos, protestantes, y ahora son aprovechados por restauranteros de comida poscolonial.

En este ambiente del medievo posmoderno (véaseme caminando con boina, saco tweet y paraguas, entre las calles de destellos muy góticos) viví mi primera experiencia fílmica:

Más o menos, por ahí de la mitad de siglo XVI, mientras que México-Tenochtitlan se convertía en un palimpsesto de jaspeadas rocas, resquicios y grises arterias –sombras anegadas sobre un lago–, Pieter Bruehgel, el viejo, pintor y grabador, se trepaba a lo alto de una colina y recomponía en sus trazos el espacio y el horizonte, en el que se confundía lo que hoy es Holanda y Bélgica.

Imaginemos el cuadro: herreros, trasquiladores, panderos, arlequines, soldados, todos representando la subida al calvario, por ahí el molino, por allá una señora, quizá María llorando. Pero ¿qué tiene que ver esto con lo otro? Rememoro MÅ‚yn i krzyż, The Mill and the Cross, también El molino y la cruz (Majewski, 2011), filme que desarrolla, imagina y supone historias con base en el cuadro de Bruehgel llamado El camino hacia el Calvario.

El director polaco, Lech Majewski, hace una selección arbitraria de trazos para presentarnos la presión católica sobre los países bajos en siglo XVI, y, si uno conoce la pintura y posee una memoria excelente, hasta podría reconocer figuras desparramadas en el cuadro de Bruehgel, pero estos personajes se relacionan tangencialmente y el trabajo narrativo podría parecer inconexo.

El filme invita a observar e imaginar el cuadro más allá de sus contornos y contextos. Propone experimentar una estampa pictórica vívida e inventada. ¿Surrealismo? ¿Neobarroquismo? ¿Las hilachas? La pintura de Bruehgel sugiere una perspectiva global del paisaje, trazando quizá más de una centena de personajes que estáticos esperan el movimiento, tras el rechinar del molino.

Majewski logra que la anécdota del camino al Calvario se represente a sí misma en una adecuación bastante estética. Los personajes son completamente plásticos, cada cuadro de cada escena podría ser algún paisaje que por falta de tiempo no logró estampar el pintor, pero que por tecnología sí pudo el director: el “fenómeno phi” en paisajes renacentistas, digitalizados. La historia, como ya dije, se construye por la presencia de personajes pictóricos del mismo Brueghel, y la interpretación de reclamo contra la sujeción religiosa católica en el siglo XVI.

La construcción reminiscente de un punto de partida, el Calvario, es el ancla y guía de una historia que pareciera a ratos sin pies y ni cabezas. Y que en ocasiones haría dudar al observador sobre la viabilidad de una película construida con pequeñas historias que sólo se relacionan por el espacio que ocupan en el cuadro. Dicha duda podría cansar al observador y, es más, hacerlo reír por lo absurdo. Sin embargo hay que leer en esta película sólo la propuesta de cómo el cuadro de Brueghel autofágico y sus líquidos gástricos se segregan en la mirada del observador fílmico o pictórico. Fuera de eso, como adornos en una sala de Museo (por ejemplo, el Museo de historia del arte de Viena), no posee ninguna importancia, o quizá sí, pero habría que irla a ver.

Llovizna en Utrecht, mientras la Ciudad de México se sigue convirtiendo en un cúmulo de putrefactas sombras anegadas que se desbordan cada vez que llueve como Dios manda. O por lo menos así lo recuerdo.

 

3.07.12

 



Cuauhtemoc Perez Medrano


Comenzó su doctorado en Suiza y lo terminó en Alemania, en la universidad de Potsdam. En el entretanto ha vivido en Suiza, Holanda, Francia, Portugal, Alemania, Italia y Malta. Ha trabajado como mesero, botarga, tablajero, conductor de tren, vendedor de créditos, plomero, jardinero, profesor de español, cocinero, b....ver perfil
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