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11 sobre el 11

En la revista F.I.L.M.E. decidimos conmemorar esta nefanda fecha a partir de una revisión profunda de la imagen que nos ahogó al comienzo de este siglo. Así, 11 generosos teclados ensayan desde su ingenio particular lo visto, o no, aquel 11 de septiembre, que hoy cumple 11 años de estarse repitiendo frente a nuestros ojos.

Al lector atento le está reservado el gozo de las finas claves con que 10 de estos colaboradores construyeron su mínima meditación sobre el fervor grotesco del derrumbe terrible de un símbolo, pero al llegar al final de estas disquisiciones de mil caras, un gran texto espera ser descubierto en su multiplicidad de notas con que denuncia los hechos.



AMERICAN WAY OF LIFE

por Nayla Magaña

El 11/9 se inscribe como uno de los acontecimientos que delinearon el inicio del siglo XXI, evento desgraciado para los familiares de más de 2 mil fallecidos. Los efectos de los atentados contra el WTC, emporio financiero de Estados Unidos, las implicaciones sociales, económicas, y geopolíticas, se inscribieron en el discurso mediático.

Desde aquél martes se reproducen hasta la náusea las imágenes del hecho; se ha transgredido su naturaleza documental, y en consecuencia, su validez icónica y simbólica se trivializó. Sin embargo, sólo así fue posible que todo el mundo presenciara la puesta en escena melodramática más perfecta que Estados Unidos ha fabricado sin quererlo, no por el hecho en sí, sino por la construcción y reproducción de éste.

A partir de entonces la presencia simbólica de Nueva York se consolidó aún más con la venta de postales que inmortalizan la edificación del WTC, libros como Here is New York o folletines disponibles para su consumo de la zona cero, y en el Battery Park. El 9/11 legitima cada concierto, emisión televisiva o producción fílmica que “conmemora” el evento.

La industria estadounidense creó ex profeso un montaje narrativo que legitimó su discurso nacionalista-invasor. Fueron fieles a su condición de potencia capitalista, y comercializaron esa construcción visual, haciendo redituable el evento ya que toda imagen es política, y trae aparejada una disertación ideológica que transforma el imaginario colectivo.


BIENVENIDOS AL DESIERTO DE LO VIRTUAL

por Roger Koza

Se trataba de una de las tantas películas sobre la destrucción de Nueva York, una que ya habíamos visto pero se estaba proyectando en vivo y por todos los canales del mundo. ¿Era una remake de King Kong? ¿Duro de matar 4 antes de que se filmara? La ficción devenía en su opuesto, y en ese entonces apareció un libro síntoma (Bienvenidos al desierto de lo real de Zizek) que daba la clave de lectura del evento: lo real, aquello que se resiste a los caprichos de la imaginación, explotaba sin efectos especiales.

La velocidad de Hollywood para deglutir lo real y trastocarlo en virtual es asombrosa. Hoy, el 11/9 ya es estética y generica. Del nacionalismo ramplón y trágico de World Trade Center, versión oficial y despolitizada de aquel atentado espantoso, al pasaje paródico e irreverente de El dictador en el que dos falsos terroristas aterrorizan a dos ancianos, la imagen del atentado se ha vaciado y es virtualidad apolítica. Una excepción a la regla, sólo una: Spike Lee, en la extraordinaria La hora 25, registró el grado cero del desastre; lo real sin protección simbólica alguna se filtraba. Lo infilmable a secas.


EL ABUELO DE OSAMA BIN LADEN

por Daniel Valdez Puertos

Conocemos muy bien las pesadillas recurrentes de la sociedad norteamericana, una campaña global se dedica a difundirlas con el insano propósito de que todos participemos de su neurosis. Esta endeble civilización, sólida en la barbarie, ha edificado altos monumentos ideológicos en los que cabe cómodamente toda la cultura del transcurrir de los siglos XX y XXI con un sofisticado dispositivo de autodestrucción, en dado caso de que ésta se subvierta a ciertos intereses. Uno de los más fascinantes temores del pueblo norteamericano se centra en la cuestión de la “otredad”. El alter que llega de lejanos territorios representa la amenaza del despojode de sus certezas y perversiones, de sus fabricaciones de ensueño y sus acumulaciones de lujo.

Resulta por demás revelador recostar en el diván a la joven historia de los EE.UU., y que nos hable sólo de su cine. El mito del “otro” se resuelve en el cine norteamericano de manera casi poética: con la invasión extraterrestre. Se ha expresado desde la ridícula pero de culto Serie B (La tierra de los platillos voladores del 56, Invasores de Marte del 53 y muchas otras de impresentables realizadores), hasta las más pomposas producciones del cine hollywoodense (para no extendernos tanto, El día de la independencia del 96). El mito del “otro” quiso dar un mensaje altruista con E.T. (Spielberg, 1982) y de seres comprensivos y altamente capaces de comunicación con Encuentros cercanos del tercer tipo (ídem, 1977), pero el mito volvió a su visión de origen: los tiempos lo reclamaban. Por ello era justo y necesario hacer más que una película, era momento de producir el happening más cruento y costoso de toda la historia audiovisual: El ataque a las torres gemelas de Nueva York (Bush Jr. et al., 2001). El agente de la otredad sería llamado, de ahí en adelante, “terrorista”. Terror y terrorismo, dos géneros ficcionales, que han sido el motivo predilecto para la invasión, explotación, colonización, control, pánico, vómito, y cualquier acto de veleidad que queramos enlistar para yanquilandia.

La primera ocasión memorable en la que una nave cayó del cielo en territorio gringo fue el ataque kamikaze de los japoneses contra la base de Pearl Harbor, en 1941. La segunda ocasión fue en 1947, presumiblementente recién terminada la segunda Gran Guerra, en Roswell, Nuevo México. Se dice que se trataba de una nave espacial ovoide con hombrecitos de características muy particulares en su interior. Desde entonces surgió la metáfora del extraterrestre terrorista: el abuelo de Osama Bin Laden.



GIGANTE TOCADO

por Litit

Es casi terrible ver caer a un gigante, y más cuando se trata de nuestro odiado y envidiado vecino. Mientras cae, todo devanea entre saber que lo que sueñas se puede esfumar en un segundo, y entender lo glorioso que es ver que nadie tiene tan seguro nunca el porvenir. El mexicano vive al día, mientras el gringo, en general, que confía en un mañana, hace despensas enormes, como reflejo de la esperanza de su padecimiento. Ver caer un gigante es casi terrible, porque sabes que se trata de un ajuste de cuentas, pero también denota la promesa que, de un futuro en el que creías muy en el fondo, se desvanece, se rompe, quizá para siempre.


I READ THE NEWS TODAY, OH BOY!!

por Cuauhtémoc Pérez-Medrano

Los anónimos que se lanzaron al vacío lo predijeron en la caída, el grito, la desesperación y el alivio del asesinato. 11/9 en CNN, BBC, HBO, NYT: NY, WTC en S.O.S, Apocalipsis 17 o 18; 11/2 esq. Atocha. Números y siglas tan prolíficos como esencialistas. De lo que se trató fue de la venganza vuelta imagen: castigo público. Caín y Abel culturales, el islamismo y occidente: el estereotipo se hizo más nítido. Luego se trató de la revancha: bombardeos on live. Desplegados de Al Qaeda.

No lo viví. Lo vi a través de una pantalla, la imagen y el juicio de la masa acorraló, con un pánico blanco y nebuloso, a los ingenuos y a los dolidos. Ahora en plena era de la vulnerabilidad mediática, ¿no es así Hussein, Gadafi?, hemos visto nuevamente la entrada de la súper democracia avejentada, con bastón, con bum-bum y platillo. ¿Y Osama? Quizá ahí está la completa venganza gringa; marine, si me apuran. Si el derrumbe de las torres fue la imagen de este inicio de siglo, la muerte de Osama fue el silencio: la censura de la memoria. No lo defiendo. Simplemente es poético. Metonimias históricas, yo diría.


MARTES POR LA MAÑANA...

por Julio César Durán

Martes por la mañana en la ciudad de Nueva York y todos los televisores del mundo encendidos en una histórica transmisión en vivo, donde un par de edificaciones urbanas, símbolos del poderío económico estadounidense, se derrumbaban físicamente ante la mirada atónita de miles de espectadores.

Para el 2001, la imagen que miles de personas veían alrededor del globo en múltiples pantallas aquel 11/9 era ya un cliché. El cine de evasión norteamericano nos contó audiovisualmente, durante toda la década de los 90, la destrucción parcial o general de la isla de Manhattan y a pesar de lo poco verosímil que pudiera parecer en pantalla dicho espectáculo, el nacionalismo en aumento y el disfrute fue total.

La imposible caída del WTC neoyorkino fue la gran puesta en escena de la CIA que la televisión norteamericana explotó en clave de melodrama a más no poder; fue la acartonada telenovela que le robaría memoria al crimen ocurrido en Chile en 1973 –también “dirigido” por las fuerzas de inteligencia norteamericanas–, y que sería usado para más de una invasión militar con consecuencias tan devastadoras geopolíticamente como culturalmente.

Al contrario del cine de catástrofes que tanto encandila a la taquilla, aquí la destrucción y las muertes fueron reales, ésta vez el tono era verídico, así que el nacionalismo sin sentido no se hizo esperar. La manipulación fue arrolladora; ganó el espectáculo, perdió la razón.


OTRAS IMÁGENES DE OTRO 11: ¡VIVA CHILE, CARAJO!

por Axel García Ancira

Para las nuevas generaciones, el 11 de septiembre está marcado por las imágenes del derrumbamiento de las Torres Gemelas. El drama de la guerra había llegado a suelo norteamericano, que ni durante las guerras mundiales, ni en el largo período de la Guerra Fría fue atacado. El mundo cambió.

Las imágenes de los aviones impactando las torres se repitieron ad nauseam, mientras que en las cadenas mediáticas se difundía el terror. Pero tres décadas antes, el 11 de septiembre de 1973, en Chile, se quebró también el orden mundial, y se implantó la vía de la dictadura para el establecimiento del neoliberalismo. Eso también fue una expresión del terrorismo.

La Batalla de Chile (1973-1979) es una trilogía en donde Patricio Guzmán muestra los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende y funciona como el gran testimonio de la reconstrucción de una memoria latinoamericana y, por ende, global. Guzmán es un documentalista de lo trascendente, y el poder revolucionario de su obra no está en la exaltación o la agitación inmediata, sino por el contrario, en la meditación profunda que conlleva una toma de conciencia a partir del entendimiento histórico y estético de los procesos.

El valor de las imágenes impagables de La Batalla de Chile: Lucha de un pueblo sin armas, radica en mostrar a una población que resiste ante el ataque del imperialismo norteamericano. Sin embargo, más allá de este suceso, más allá de un Allende deificado, está un pueblo que busca, que anhela, que brinca y canta, y que lucha en una batalla épica filmada en grandes, hermosos y sobrecogedores planos secuencias, que van de lo enunciativo al detalle, de la descripción a lo contemplativo. Hasta el corte-claqueta se escucha, como si quisiera advertirnos que hay un después y un antes que evocarán nuestra historia y nuestro futuro.

Así el 11 de septiembre de 1973 quedó también en el cine inmortalizado en un conjunto de piezas cuya intención es explicar dialécticamente un episodio histórico, una batalla perdida, cuyos hombres y mujeres hablan al futuro, en su lenguaje franco de trabajadores.


PUNTILLISMO VIRTUAL

por Víctor Reyes Eijo

La realidad virtual y mediática del mundo actual nos creó la ilusión de un aparente empequeñecimiento de sí mismo. Mientras las distancias de información se acortan, los medios de procesamiento racional afectivo de esta información se distancian.

Culturalmente las imágenes evidenciarían la realidad, imágenes como realidad virtual que, de origen no natural, forman una alteración, un segmento filtrado por componentes disonantes del espectro de la totalidad inabarcable de la realidad.

Imaginemos fragmentos de un cuadro compuesto por puntos con espacios entre cada uno, diferentes entre sí, y que en su totalidad representarían el espectro que llamamos realidad. El espacio entre los puntos del cuadro podría considerarse como todo aquello que no somos capaces de percibir; si consideramos los puntos como el material audiovisual al que fuimos expuestos el 11/9 análogamente observamos los significantes que, como vasijas, hemos cargado de significado, construcciones simbólicas que hemos aceptado por ser convenciones socio-culturales sin la debida separación de la realidad como interpretación.

La historia se encuentra conformada en una pseudología fantástica, y no hemos desarrollado herramientas que establezcan límites ante el mandato que ello implica, ya que sin contextos que sostengan dudas contundentes, no se podrá crear una realidad racional afectiva y crítica.

Lo importante de las imágenes no es lo que se ve sino lo que se oculta, es decir aquello que implica.



UNA DE VAQUEROS

por Amado Cabrales

El “otro” como el malo de la historia, aquel que enuncia todas las debilidades y los miedos de la idiosincrasia norteamericana; la necropolítica como discurso expansionista, colchón ideológico que justifica la muerte como redentora, necesaria para lograr la libertad. El 11 de septiembre como estandarte de la violencia sistemática, el gobierno estadunidense hace uso de la tragedia, para crear un contexto en el que el uso excesivo de violencia y sangre son plausibles. Creando figuras de oposición, la otredad se presenta como afrenta al status quo norteamericano, encarna la maldad y lo reprobable de la sociedad gringa.

El cine proporciona a esta nación la mitología que sustenta su estilo de vida, su política, su carácter. En ella se contiene el discurso que es divulgado al mundo como entretenimiento. Un claro ejemplo de ello es el género del western, el cual contribuyó a legitimar histórica e ideológicamente la política exterior de estados unidos, dotándola de cierto mesianismo intervencionista.

¿Puede discernir nuestro juicio qué tanto de la historia no es una ficción, un cuento de hadas, en el que los hechos son vistos a los ojos de una moral ajustada a los parámetros de una sociedad que dicotomiza su opinión y los trama en persecución? Es menos un cuestionamiento de la veracidad de los hechos acaecidos en el 2001, que una problematización acerca de bajo qué ojos se les mira.


VENIRSE ABAJO

por Josefina Gámez Rodríguez

Al final de aquella ardua jornada bélica en clave de espejismo trágico multiplicado por una imposible cantidad de máquinas para ver y editar lo visto, todo se trató de contemplar desde todos los ángulos a uno de los más procaces y perversos falos del signo de la política económica actual distenderse hasta las cenizas por su propia capacidad devoratriz, y en la propia esencia que lo vio erguirse: el espectáculo a pesar de todo. De todo.


SEPTIEMBRE MOMIFICADO: LA CERTIDUMBRE EN LA IMAGEN

por Rodrigo Martínez

Avispero de metal herido. Columna peste de humo. Par de geometrías sobre fondo azul expresionista. Festín del primer incendio. Sinfonía de grito y conmoción. Sonata de sirenas y primeras plegarias. Apertura de las mil y un visiones mecánicas. Nueva máquina agresora con ambigua fisiología. Incertidumbre de luces que un instante lo incendian todo. Hombre bicolor deslizándose. Hombre navegando sobre su propia muerte. Hombres no orgánicos en azul y amarillo. Hombres polvo. Hombres visión. Hombres estertor de cielo. Mujeres rabia. Mujeres grito de barriga. Mujeres rezo. Hombres y mujeres multitud o masa. Conmociones cara de riñón. Tensiones de mejillas páncreas. Miradas bilis. Gestos paranoia. Gritos persona. Pulmón que corre. Traqueas anegadas de moscas polvo. Pieles quemadas de piedras que parecen escupidas por volcanes. Banquete de objetos cotidianos. Bitácoras de papel, alambre y piedra. Asambleas de molduras y láminas. Región del concreto quebrado. Calles más vivas que nunca, a pesar de que son campos vacíos. Avenidas habitadas de sonido. Olvidado tianguis de verduras. Huérfanas frutas polvorientas. Funerario automóvil bajo fuego. Testigos-conmoción. Testigos-visión. Montones de ojos con extensiones que lo registran todo para nunca dejar de verlo. Hombre casi feto hacia el vacío.

Hace 11 años en que atestiguamos un suceso cuya ontología parece consistir en impedir que se le afirme de algún modo. Salvo por la omnipresencia de viñetas visuales multiusos (que van del periodismo a la propaganda sin dejar de lado la memoria sentida y noble), la colisión de dos aviones en las torres del extinto World Trade Center en Nueva York bien podría dar lugar a un problema filosófico. Sólo que, como en el mejor cine de Hitchcock, comprender y definir los varios rodajes aficionados del 11 de septiembre aún pertenece al universo de lo ambiguo.

Duda y especulación, el derrumbe de los avisperos metálicos donde murieron 2 mil 749 personas, según datos de la agencia EFE, ha sido objeto de toda clase de debates. No hay verdades ajenas al mundo de lo visual. A pesar de ello, y en medio de numerosos rumores tan latosos como piedras en el riñón, también hubo esfuerzos que optaron por el terreno de la certidumbre. Allí destacó el trabajo del periodista Thierry Meyssan (La terrible impostura) al documentar las contradicciones de los comunicados gubernamentales, la evidencia insuficiente del avión que presuntamente cayó sobre el Pentágono, las imprecisiones discursivas de funcionarios gubernamentales, así como los datos duros sobre una red de negocios petrolíferos en Afganistán, que resultó paralela a la invasión norteamericana que comenzó el 7 de octubre de 2001, menos de un mes después. A pesar del tratamiento oportuno de fuentes y de un claro espíritu de verificabilidad periodística, el propio autor, al comprender que había escrito sobre un nuevo corazón de las tinieblas, negó que el reportaje tuviera consigo la pesada condición de ser verdad.

Como en los instantes del colapso, columnas de humo recubren lo orígenes y las condiciones del suceso. Hay todo tipo de evidencias y discursos sobre sus implicaciones y repercusiones. Algunos son razonables mientras que no son útiles ni para completar el argumento de una película de Serie B. En cambio, con cada conmemoración aparecen cuestionamientos, datos o suposiciones. Cada aspecto de las colisiones reclama ser un objeto de estudio o documentación, pero muchas tentativas de actualización resultan en un descenso al laberinto.

A más de una década del infortunio geopolítico y de sus afecciones más inmediatas, uno de los fenómenos persistentes en medio de tantas preguntas es la de la imagen en sí. Acto perceptivo, dinámica del ojo, objeto de interpretación y, sobre todo, semillero de experiencias, el registro audiovisual o fotográfico del 11 de septiembre fue un fenómeno que, más allá de las incertidumbres que exigen documentación, aparece como una experiencia común. Minimalismo verificable y perceptivo, el acervo visual de la colisión, siempre motivado por una razón humana, también es su propio ser y su propio lenguaje. Si bien la discusión de las implicaciones, como fue el caso especial de la imposición de ese unilateral discurso sobre el terrorismo, confirmó que Babel sigue viva, la experiencia de la imagen fue genuinamente colectiva. Se trata del vestigio más sensible y universal de esa mañana septembrina. Una propiedad común que, gracias a esa capacidad de transcodificación que posee la tecnología digital (Lev Manovich), ha sido puesta en escena tantas veces como las tragedias clásicas.

Fue André Bazin quien señaló que la imagen debía ser “sentida como objeto y el objeto como imagen” (¿Qué es el cine?). Afirmación originada en el anhelo de desentrañar la ontología del registro fotográfico, con esta expresión el crítico francés buscó explicar una metáfora que denominó “complejo de la momia”. En su afán de describir mejor el suceso cinematográfico, consideró que la escultura egipcia funeraria fue una manera de luchar contra el tiempo. Bajo la premisa de que el ser podía ser salvado por sus apariencias, los escultores del Egipto antiguo anticiparon una cualidad filosófica de dos expresiones visuales que registraron el derrumbe de las faraónicas torres neoyorquinas. Al leer la metáfora desde los aportes de Charles S. Peirce, se podría afirmar que, en su relación de índice con respecto a los objetos, tanto la captación fotográfica como la cinemática son la cosa en sí. Bazin pensaba que si una foto hacía presente los objetos, el cine podía concretar la presentación de su duración. En aquel septiembre momificado, las imágenes de las colisiones hicieron mucho más que multiplicar las posibilidades de permanencia del suceso. Como en el cine, multiplicaron su duración. Hicieron de su experiencia una suerte de efecto sucesivo. Así como esas películas que se repiten cada navidad en la televisión norteamericana, la conmoción de Nueva York tiene su propia temporada y, del mismo modo que un filme como Qué bello es vivir (Capra, 1946), reside en la bitácora sentimental de sus espectadores.

En el país donde el cine lo intenta todo, el mayor instante de verosimilitud cinematográfica fue verdadero. A pesar de la calidad y honestidad de documentales como 9/11 (Hanlon, Klug et al., 2002) y de la ambigüedad de los inevitables y ya numerosos espectáculos, relatos, propagandas, elegías y telenovelas fílmicas (como aquel cortometraje de González Iñárritu, que se conformó con repetir lo que nació para ser repetido), no existe material profesional que haya podido concretar la capacidad del registro aficionado para plasmar el instante en bruto, ni siquiera entre los cuatro mil cromos de Gary Marlon Suson, a pesar de lo que sí consiguió. Si se discutiera en qué momento se pudo llevar al audiovisual la legendaria unidad de impresión del cuento clásico, pocos hubieran dudado en incluir el registro audiovisual del 11 de septiembre. Lectura de un sentón; lectura intensificada y sin adjetivos. Anécdota eficaz y universal, ninguna poética cuentística podría resistirse a aceptar la capacidad de trascendencia emotiva de esas imágenes repetidas miles de veces. Como muchos otros, el video CNN –As It Happened, colocado por el usuario dave46563 hace ya tres años, tenía 252 mil 443 reproducciones hasta el 9 de septiembre de 2012. Sería inútil enlistar las numerosas digitalizaciones y consultas de otras cápsulas semejantes, pero carecería de sentido desconocer que cada repetición no es sino la reiteración de esa experiencia movida por una nueva necesidad o intención.

La vida de estas imágenes después de ese día ha sido una vida minimalista. Vida verificable y vida perceptiva, pero sobre todo vida repetida. La mínima evidencia fue suficiente. La parte fue el todo. No hubo mejor metonimia que el choque del avión y el consecuente derrumbe de esos dos seres vivientes que no pudieron ser como las esculturas egipcias que vencieron al tiempo. Como anticipó Gyorgy Lukacs cuando habló de cine (“El cine como lenguaje crítico”, entrevista con Yvette Biri), no fue la técnica lo que determinó el contenido, sino el contenido que definió la técnica. Había que registrar o filmar, y los cientos de ojos analógicos y digitales que captaron las duraciones de ese instante actuaron en la inmediatez. Las colisiones fueron el contenido; la conmoción colectiva, acaso movida por la necesidad de creer, fue su técnica.

Amén de que algunas dudas comienzan a desentrañarse, la imagen inmediata del 11 de septiembre de 2001 ha hecho de ese instante un interminable proceso perceptivo, basta con mirar cualquiera de las grabaciones que superan los veinte minutos para entrar en una progresión cuya ley de interés seguro habría envidiado Scherezada. No encuentro otra certeza más que el hecho de que la capacidad de estos registros para hacer presente y durable la destrucción podría explicar por qué este material posee una fuerza evocativa tan apropiada para toda clase de usos y propósitos. Tal y como reza la propaganda cívica (“Never forget”), los registros de esa mañana siguen siendo el ser, pero no son ya su intención originaria.

Quizás para comprobar que fue verdadero, los primeros aficionados que filmaron ese día salvaron el hecho en un estado de conmoción. Los repetidores lo han salvado con intereses distintos donde se incluyen, cómo no, las doctrinas del espectáculo y de la guerra. Aunque repiten la experiencia, ahora su efecto está dado por su uso. En muchos casos fueron hombres y mujeres comunes quienes produjeron esas imágenes, pero también fueron individuos quienes determinaron sus numerosos puntos de llegada una vez que concluyó el momento. Como objeto del periodismo, la propaganda o cualquier otro discurso o práctica, parece que acudir a la momia (y a sus múltiples plagios inacabados) es una especie de necesidad para muchos: el hábito de un Sísifo audiovisual tangible y vigente. Un instante que tiene vida durable a pesar de que muchos son conscientes de que ya no se trata de la colisión en sí de dos aviones en el World Trade Center, sino solamente de sus numerosas apariencias.


11.09.12, por supuesto.

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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