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Carmita
por Andrés Azzolina

Un brillo misterioso se refleja en el agua. Detrás de eso no podemos distinguir si brilla sobre las estrellas o sobre la basura de un charco. Encima de esta ambigüedad leemos al poco tiempo Carmita. La película comienza y vemos la fachada de una mansión descuidada en la que entramos sin prisa.

La dueña de esta mansión es una mujer de edad avanzada con una voz estrepitosa y un malestar permanente que carga incluso en los momentos de tranquilidad. Una mujer joven la acompaña y le ayuda a ordenar la casa, le pregunta cosas. La cámara filma detrás de los muebles, en las esquinas de los cuartos, no se atreve a molestar a la señora. Y ahí tenemos a los tres personajes de la película: una anciana, una mujer joven y una cámara.

Comencemos con la anciana. Después de presentarnos el lugar en el que vive y el carácter con el que se enfrenta a la vida, la película nos transporta a una entrevista televisiva en la que descubrimos que estamos ante la diva cubana del cine mexicano, Carmen Ignarra. Si el nombre no le es familiar al lector, la película tiene un punto a su favor. Carmita es una estrella olvidada del cine mexicano. Es una mujer solitaria que vive recordando su momento de gloria. Lucha por defender y mantener viva su condición aristócrata aún en la decadencia total.


Rara vez no escuchamos su voz en la película. Carmita habla con un timbre peculiar, es agudo y rasposo a la vez, infantil y fatigado. Es perfecta para ejemplificar cierto impulso destructivo que parece ser el motor que la hace atravesar por la vida. Su voz inunda los cuartos en los que transita y crea una paradójica armonía del desorden. Se escucha como si fuera el fluido en el que están suspendidos todos los objetos acumulados obsesivamente, reflejo de un pasado de elegancia y refinamiento absolutamente en putrefacción.

Pasemos a la mujer joven. Así como los otros dos personajes, nos toma un tiempo comprender a quién tenemos en frente. Al principio la vemos barriendo, desempolvando, limpiando los cuartos. Toma el dictado de Carmita para contestar las cartas que sus admiradores le dejan en Fotolog. Creeríamos que se trata de una asistente o empleada doméstica. Pero su participación se vuelve más activa, indaga con cada vez mayor profundidad, incluso se mete en los rincones ocultos y prohibidos de la mansión. Finalmente entendemos que se trata de la propia co-directora de la película Laura Amelia Guzmán.

Entendemos entonces que ha optado por una forma del documental a través de la vivencia, retrata a Carmita con la menor intervención posible. Parece que solo está ahí para arreglar la casa, ayudarle con ciertas tareas domésticas. Sus preguntas parecen inocentes y con pocas pretensiones. Es ante el espacio un impulso reconstructivo que contrasta antagónicamente con la naturaleza destructiva de Carmita. Pero volveré a esta idea más adelante.

Si bien la aparente inocencia de Laura, su búsqueda de material es implacable. Encuentra clandestinamente una colección extensa de fotografías, artículos de periódicos y correspondencia privada en las que descubrimos una obsesión de Carmita con su propia imagen pública. Y para hacer estos descubrimientos no está sola. Es aquí donde juega el tercer personaje: la cámara.

La cámara es cómplice de Laura en la búsqueda de Carmita, sin embargo no están parados en el mismo lugar. Muchas veces la cámara se esconde y en cierto punto Carmita dice que la mayor parte del tiempo no se percata de su presencia. Sin embargo conforme avanza la película la cámara va saliendo de su escondite y juega a acercarse a su sujeto. Es interesante ver cómo en el momento de una entrevista formal, la cámara hace un salto enorme y vemos planos extremadamente cerrados. Después vuelve a su escondite tímido. El hecho de que Carmita le hable al fotógrafo y segundo co-director Israel Cárdenas juega a nuestro favor para comprender a la cámara como un personaje con personalidad propia.

Ahora, mencioné tres ideas que son clave para entender a dónde llega esta película y cómo lo hace. El primero es la contradicción antagónica entre el impulso destructivo de Carmita y la fuerza reconstructiva de Laura, el segundo es la complicidad entre Laura y la cámara, y el tercero es la obsesión de Carmita con su propia imagen. Partimos de un retrato sencillo en el que vemos básicamente cómo Carmita es una mujer en una majestuosa decadencia: Su mansión se cae a pedazos, su voz es desagradable, incluso su gusto por la poesía parece anacrónico y caduco. Y en este terreno llega Laura a intentar reordenarlo todo, incluso en ámbitos que Carmita ignora.

En su complicidad con la cámara, Laura trae a colación las fotos de Carmita en distintos puntos de la película, así como segmentos de un espacio que tiene en la televisión local de Nuevo León en la que vemos su fascinación por la atención y el respeto mediático. Cada vez que vemos las fotografías su connotación se vuelve más compleja. Se revelan algunos nombres del círculo social en el que se desenvolvía en aquel entonces: Luis Buñuel, Gunther Gerzso, María Félix, Cantinflas, Tin Tán, Diego Rivera. En instancias más profundas conocemos una relación verdaderamente castrante y tormentosa con su marido, “el productor que descubrió a Cantinflasâ€. Sin embargo, ¿qué hace con esto la película?

La película a partir de estos tres personajes obsesionados de maneras distintas con la imagen, reconstruye las piezas de ésta escultura rota para crear una nueva. La película es la construcción de una imagen, que no es exclusivamente la de Carmita, sino la de la propia película. Es decir, la construcción de la imagen es una imagen en sí misma.

Ya que entendemos este punto a lo largo de la trama, la película se resuelve por sí misma. Hay una escena, avanzada la película, en que Carmita, Laura y la cámara van al set de televisión en el que Carmita tiene un espacio breve. En este punto los tres personajes están en una armonía absoluta. Sin embargo pasamos inmediatamente a una pelea que rompe totalmente las convenciones preestablecidas por la propia película. Ahora vemos a Laura y Carmita en una relación muchísimo más visceral, sin ninguna barrera “directora-sujetoâ€. Sentimos a Laura dándose cuenta que acaba de crear una imagen que está a punto de apoderarse de ella, y es por esto que tiene que irse.

Se separan, la cámara se queda un rato más con Carmita, pero al poco tiempo también ella encuentra su propio camino. Y es en esta soledad en que finalmente escuchamos a la cámara hablar (literalmente). La voz de Isaías lee un correo apologético que le envía Carmita, mientras que vemos imágenes de la mansión. Ésta escena final no es más que la presentación oficial de la imagen audiovisual que se estuvo ensayando a lo largo de todo el filme. Carmita es una película de cinco minutos que presenta su propia construcción en un poco menos de hora y media.

22.02.2012

Andrés Azzolina



Estudiante del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Hizo un corto a los quince años en el que actuaba como él mismo comiendo mermelada de una carreola en el bosque de Tlalpan. Sabe que nunca volverá a hacer algo tan bueno, pero no le molesta.....ver perfil
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