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Cannes: Only God Forgives

Los dejamos con esta intensa revisión de una de las películas más esperadas del año: Only God Forgives (2013). Este filme llega a Cannes para dividir a las audiencias y nuestro colaborador la hace suya.


Encuentro con el cine de Winding Refn en Cannes

por Julio César Durán


Son ya varios días los que este corresponsal de guerra ha pasado en las europas para tratar de devorar lo más posible del festival fílmico más importante del mundo, el inasible Festival de Cannes. Y me pregunto “¿qué guerra se libra aquí?” Respondo: la del espectador contra el filme, la de los medios contra la exclusividad, la del hombre contra la imagen y contra las ilusiones. Justo la batalla en la que nos encontramos los que nos decimos críticos o teóricos de cine (como cualquier cinéfilo, por supuesto): intentar entrar en diálogo, no sé bien si con el realizador mismo o con sus intenciones, pero definitivamente sí con el resultado final de la obra, con la imagen en movimiento, una discusión nunca unilateral con el montaje de sonidos y planos.

Y todo esto me parece fundamental a la hora de enfrentarse con una película como Only God forgives, que forma parte de la competencia de la selección oficial de Cannes. El Grand Théâtre Lumière fue el destinado para ser durante todo un día la casa de la más reciente obra de Nicolas Winding Refn –la cual fue pensada y desarrollada incluso antes de Drive (2011), sin embargo por razones de producción tuvo que posponerse–, y que hasta ahora, con una recepción dividida entre los que hemos podido verla, creo podría ganar.

Tras la noche más larga que he pasado en un barrio que se encuentra entre el centro de Cannes y el pueblo de Antibes (la primera en la que he podido dormir temprano), logré salir a las 7am para tomar un autobús que milagrosamente estuvo en tiempo. Al llegar a la zona del Palacio del Festival, las largas filas para invitados y prensa estaban ya en movimiento para la primera función (8.30am). Tras entrar al cine, una vez más con la sonrisa y curiosidad por parte de los hombres de traje café (guardias que controlan el acceso y siempre que ingresamos nos “echan flores” por venir del otro lado del charco, al saber que soy mexicano), encontré libre uno de esos híper cómodos asientos rojos que todas las salas comparten y me dispuse a esperar... 45 minutos más.

Se apagan las luces, aparece el clip de las escaleras alfombradas que remata con la famosa palma del logo del Festival e inicia la película. Casi hora y media después, en unos créditos que dedican el filme, una vez más, a Alejandro Jodorowsky y se impone un agradecimiento a la madre de Winding Refn (¡qué terror!). Su servidor tenía dos emociones básicas: por un lado estaba encantado y maravillado con una pieza que me conmovió a varios niveles; por otro, estaba echando pestes y odiando a la siempre irrespetuosa e ignorante prensa que se levantaba y comenzaba a salir minutos antes de terminar la película (¡imaginen qué pasaría si nos levantáramos del asiento antes de mirar el balazo directo a la cámara del final de The Great Train Robbery, de Porter, 1903!).



La película ha dividido de manera significativa a todos hasta este momento. Están quienes mencionan –los más, me parece– que Only God forgives es una obra vacía, sin contenido, videoclipera, sin nada que decir. Estamos también los que creemos que no, que justo este cine, en el que desde hace un par de años ha girado Winding Refn, tiene mucho que decir para nuestra generación que padece de exceso de referencias y falta de significados. El filme, en el mismo tono que el anterior, más que intentar contarnos una historia (que sí lo hace), está ofreciéndonos una experiencia; su valor es para la exhibición no para la transmisión de anécdotas que ayudan al comportamiento social e histórico de los grupos o individuos. Sin embargo, y me parece curioso, lo que sí hace la película es trabajar con arquetipos y con motores que van a ir encaminando en unos casos, o disparando en otros, al argumento y a la cinta misma como poseedora de forma y contenido.

La premisa es simple y sin contratiempos. Un juego de venganzas en la parte sórdida de Bangkok provocado por la violación y asesinato de una jovencita. El perpetrador recibe su merecido gracias a los movimientos del omnipresente Chang (Vithaya Pansringarm), pero da la casualidad que el hermano del primero, Julian (Gosling), intentará tomar venganza obligado por la edípica relación que lleva con su dura madre (Scott Thomas). Básicamente ahí está contenido completo, un drama cuyo pretexto para desarrollarse será precisamente la ausencia de Dios (y por lo tanto del mencionado perdón) y que buscará todo el tiempo ser un ejercicio de catarsis sumamente estilizada.

Ryan Goslin es la nueva musa de Winding Refn, es cierto y de cierta manera retoma aquel personaje-tipo spaghetti western bien logrado con su conductor, pero el verdadero protagonista es Pansringarm, el maravilloso diablo que se encuentra rondándonos todo el tiempo como buen daimon, un arquetipo que desde el inicio avisa de la tragedia, del sino que Julian tiene sobre sí y que se encargará de ejecutar. Es el diablo que acá cambia su cara de embaucador por el de juez y verdugo, es decir de Satanás a Hades, siempre desde las sombras merodeando y vigilando el pecado, rodeado de sus Erínias (policías), a quienes les cantará todo el tiempo, casi en planos oníricos (cfr. Blue Velvet, Lynch, 1986).

Crystal, la madre, entrará en escena cuando los movimientos violentos y ajustes de cuentas estén corriendo. Se comportará como la provocadora del conflicto más grande e importante –que tendrá como salida la escena cumbre del filme, el clímax musicalizado por el score de Cliff Martínez– donde Gosling (quien acá no protagoniza, sino que es una herramienta para la obra y para la catarsis del cineasta) sufre una peculiar transfiguración, pues deja de ser un hombre atractivo tras la golpiza que Chang le propina, mientras ella, la mujer, protectora de la casa en un matriarcado que se nos sugiere sexual, necesitará de venganza (cfr. Los Hermanos del Hierro, Ismael Rodríguez, 1962).

Decía más arriba, el valor del filme es para la exhibición, para la experiencia, para participar de un conjunto de situaciones, conceptos y conflictos sin que estos necesiten de un andamio para poder edificarse. La obra exige ser explícita con la agresión, con la sangre, pero se vuelve tímida en cuanto a lo sexual, sólo nos sugiere el (violento) coito o la ausencia de él. El estilo que toma como fondo el barrio bajo tailandés, con las zonas rojas y el mundo del box thai en segundo plano, exquisito, bien aterrizado con planos fijos, movimientos suaves, con ralentí, nunca cámara en mano (como podría esperarse).

Winding Refn, con todo y que su obra es vertiginosa, no intenta ser acelerado con ella ni causarnos náuseas. El propósito del director (al menos así me aparece), es exorcizar (Âżcuestión de psicomagia?) todo el miedo, odio, brutalidad, agresión de sus anteriores etapas, estamos mirando un momento de confesión y purificación en el cine, eso es importante. Ahora se nota más provocativo aunque no de manera directa ni literal, por ello está estilizando su obra y la lleva con la mayor calma posible.




Sin más, Only God forgives, tras su “lenta” apariencia es una obra importante que demuestra el control de la cámera stylo de su creador, quien se encuentra en un momento interesante. Un conjunto de referentes y de representaciones traducidos en el gran diseño de producción que maneja, para resignificarse bajo el montaje y verse finalmente como la apropiación de una sórdida realidad paralela que sale de la pantalla.


24.05.13



Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
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