De cuando nos poníamos rojos en sus clases
por Guadalupe Cortés Osorno
Al llegar al quinto trimestre de la carrera de Ciencias de la comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana, nos tocaba el taller de periodismo, impartido por un joven Gustavo García.
Corría el aƱo 1986 y García no llegaba a los treinta, pero no por ello le faltaba experiencia, ya dirigía la revista de cine Intolerancia y escribía para el Uno más Uno, también sobre cine, por supuesto.
āLava esa vergĆ¼enzaā, decía Gustavo García con su ya clásico acento (nunca supe si le venía del norte), después de leer en voz alta nuestras reseƱas de libros, y extendía su brazo hacia el rostro más enrojecido del salón, del que había advertido que el escrito era suyo.
Esto nos pasaba a casi todo el grupo durante las primeras semanas, pero después de que Gustavo repetía el ejercicio cotidianamente nuestros escritos eran tan cuidados en su forma y contenido, que podíamos soportar ser leídos por él sin sentir pena.
Fue un aprendizaje sin consejos, ni replicas. Aprendimos a leer lo que escribíamos y a partir de ello nos autocorregimos y aprendíamos lo que nos se debe hacer no sólo por nuestro propio trabajo, sino por el de los compaƱeros.
Además, acompaƱaba sus clases con un sinfín de lecturas que nos dieron pauta y dirección sobre cómo escribir. Aún conservo como un valioso aporte la larga lista de textos sugeridos por él para aprender y gozar la escritura, entre los que están Los relámpagos de agosto de Jorge IbargĆ¼engoitia, La princesa del Palacio de Hierro de Gustavo Sainz, Farabeuf de Salvador Elizondo, y de Vicente LeƱero Talacha periodística y Los periodistas.
Siempre agradeceré a Gustavo su pasión por la enseƱanza y su capacidad lúdica para impartirla.
18.07.13