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Recorrido a través de las sombras

Las Flores del Cerezo.

por Iranyela López

 

Hay viajes que son el reflejo persistente de nuestros pensamientos, deseado destino alejado por la fugacidad del tiempo. Las Flores del Cerezo (Kirschblüten - Hanami, 2008), de Doris Dörrie, prolífica realizadora (Hombres, 1985; Cómo cocinar tu vida, 2007) y también novelista, se inspiró en la obra de Yasurijo Ozu, Historia de Tokio (1953), para contarnos este melodrama sentimental, una historia de un viaje truncado por la muerte. Utilizando como escenario para su narración el encuentro de dos culturas: la germana y la nipona.

Trudi (Hannelore Elsner) y Rudi Angermeier (Elmar Wepper), viven en una pequeña población de Baviera, un lugar rodeado de montañas con una majestuosa belleza paisajística. Territorio que se enmarca con la serenidad cotidiana de sus vidas envueltas con la fotografía de Martin Kukala (Good bye Lenin!, 2002) cuya voz potencia discretamente el entorno como un personaje omnipresente, casi místico.

Todos los días Rudi se dirige a su trabajo en Weilheim. Mientras su esposa aguarda en casa.  La apacibilidad habitual se irrumpe cuando los doctores le informan a Trudi que su marido está gravemente enfermo y le queda poco tiempo de vida. Es así como ella lo convence de realizar un viaje, y en el proceso, aprovechar para visitar a sus hijos quienes viven en Berlín y Tokio. Luego de  la obstinación de Rudi, deciden emprender un viaje a la capital alemana, en donde viven su hijo Klaus (Felix Eitner) y su hija Karolin (Birgit Minichmayr).

Pese a lo que cabría esperar, las visitas no son bien recibidas y se percibe constantemente su incomodidad, sin embargo Trudi jamás advierte a sus hijos sobre la situación de salud que padece su padre.  Infaliblemente, luego de unos días, la pareja nota que su presencia es sinónimo de pesadez para los vástagos y resuelven viajar al mar, a la costa del Báltico. Sin previo aviso, en la habitación del hotel, ella recae en un profundo sueño en la que es llamada por su alter ego, una danzante de Butoh, y muere.

En ese momento Rudi regresa a casa y la cámara rememora el amor contenido en sus objetos cotidianos: las habitaciones, su cama, su ropa… todo lo que esta penetrado por su presencia. Una vez desentrañados los recuerdos y deseos de su esposa, entre postales de cerezos en flor e imágenes del monte Fuji, y un folioscopio (flipbook) fotográfico de su esposa, él decide emprender la continuación del viaje y visitar a su hijo Karl (Maximilian Brünckner) en Tokio.

Una vez situado, Rudi es guiado por Yu (Aya Irizuki) una joven bailarina de danza Butoh, que conoce fortuitamente en el parque.

La floración de los cerezos,  el sakura, marca el fin del invierno y el comienzo de la primavera. Su estallido blanco y rosa dura apenas dos semanas, y es una alusión a lo transitorio. Así mismo, dice una leyenda, un gigante pasó una noche entera vaciando sacos de arena en el océano intentando hacerlo desaparecer, hasta que al amanecer se dio cuenta de la ineficacia de su empresa y decidió vaciar el último de sus sacos, creando así el Monte Fuji. Esta obra configura una simbólica amalgama, cuyo leitmotiv es un viaje hacia la muerte, en un recorrido poético sobre la brevedad del tiempo y la pérdida.

09.08.13



Iranyela López


@Iranyela
Meliflua, desorientada, cloroformizada con la polifonía de las palabras, el aullido del sonido y la hilaridad de los sentidos. Su andar se guía con el trazo cartográfico de sus retinas hacia un punto de fuga.....ver perfil
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