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Almodóvar: Dolor y vida

por Luis Alberto Moreno Reynoso

 

Ay amor, si me dejas la vida
déjame también el alma sentir, 
si solo queda en mí dolor y vida, 
ay amor, no me dejes vivir.

Ay Amor- Bola de Nieve

 

Ya Rosa Montero dice que el amor es una vulgaridad, el lugar más común de la tierra. Ya muchos se han encargado o por lo menos tratado de explicarlo, de darle pies y cabeza. Es por demás decir que todo esfuerzo es inútil, si bien no hay datos infecundos no existen absolutos y nadie puede o a podido decirlo todo sobre él.

Incluso se dice que el amor es un invento, todo el juego en el que caemos al amar; el cortejo, las flores, en fin, todo parece ser una invención del siglo XII. La Edad Media y su “amor cortés” vino a sentar las reglas amorosas por excelencia que aún prosperan casi inmutables. Donde el objeto amado se exalta, se transforma en sagrado y por tanto en impoluto, nada más absurdo. Julia Kristeva sostiene que el amor reposa sobre el narcicismo, en el aura de vacío, de apariencias, de imposibles, en pocas palabras en el idealizar. El filósofo Rousseau opinaba que el matrimonio, que es una forma de amor (o supone serlo), es una aberración, un invento de la sociedad para garantizar la sucesión de la fortuna y los bienes. Un contrato más. Rosario Castellanos dijo: “El matrimonio es el ayuntamiento de dos bestias carnívoras de especie diferente que de pronto se hallan encerradas en la misma jaula. Se rasguñan, se mordisquean, se devoran, por conquistar un milímetro más de la mitad de la cama que les corresponde, un gramo más de la ración destinada a cada uno. Y no porque importa la cama ni la ración. Lo que importa es reducir al otro a la esclavitud. Aniquilarlo.” También lo dice Woody Allen, un tanto más abreviado: "Algunos matrimonios acaban bien, otros duran toda la vida."

La gente se casa por diversos motivos, el enamoramiento suele ser el más usual, seguido de satisfacciones sexuales, económicas, sociales, presión familiar… Pero en el primer caso el refrán popular de que “El amor hace pasar el tiempo, y el tiempo hace pasar el amor” es muy certero, aunque a veces el amor se le acaba más pronto a uno que al otro. La flor de mi secreto (1995), la película de Pedro Almodóvar, es fiel espejo de uno de estos casos, Leo (Marisa Paredes) vive engañada y engañando, por tanto el castillo de naipes que es su vida se tambalea a la primer provocación.

Leo es una escritora exitosísima de novela rosa, bajo el seudónimo de Amanda Gris. Sus novelas se venden por cientos y el éxito es innegable, por lo menos en ventas. Pero a diferencia de la vida de los personajes de sus novelas edulcoradas y “sin conciencia social” Leo vive a medias, al principio de la película descubrimos que en un acto de melancolía decide ponerse unos botines de su marido, que le quedan chicos, le aprietan, no la dejan caminar. Este acto que pareciera absurdo y sin valor tiene una tremenda fuerza de resumir mucho de lo que es la vida amorosa de Leo, quien no quiere ver que la vida con su marido, Paco (Imanol Arias), es asfixiante, que ya no le calza por más que ella lo intente. Cegada por la necesidad de creer la propina novela amorosa que se ha construido prefiere sufrir.  Y sin embargo la vida color de rosa en la que sumerge las tramas de sus novelas se está tornando negra, está evolucionando a pesar de ella.

 La filmografía de Almodóvar se caracteriza por la presencia del amor como una vágatela penosa. Basta recordar a Pepa (Carmen Maura) en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), y su disparatada búsqueda de Iván (Fernando Guillén), a pesar de que nos queda clarísimo que entre él y la Pepa todo ha terminado, o en Tacones lejanos (1991) donde Rebeca (Victoria Abril) busca desesperadamente el amor  de su marido y su madre.

El amor se goza, se sufre, se transforma inusitadamente, es un motor que puede elevar a los cielos o arrastrar a las más bajas pasiones.  Freud elogiaba al amor como el espejismo más grande, y además que éste era una manifestación que provenía del deseo sexual, el que ama suele olvidar cuanto lo rodea; ni ve, ni oye, ni siente, ni razona. 

Entonces el amor se rodea de catástrofe, incluso de muerte. Antonio (Antonio Banderas), en La ley del deseo (1987), recurre a ella para poder acceder al amor de Pablo (Eusebio Poncela), Benigno (Javier Cámara) y Marco (Darío Grandinetti) están cerca de ella por las mujeres en coma a las que aman.

El sociólogo Zygmunt Buaman nos dice que el amor y la muerte no tienen historia propia. Son acontecimientos del tiempo humano, cada uno de ellos independientes. No es posible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir. Y nadie puede aprender el elusivo –el inexistente aunque intensamente deseado– arte de no caer en sus garras, de mantenerse fuera de su alcance. Buaman nos dice que tarde o temprano uno de estos caerá sobre nosotros, y normalmente no hay indicios de cuándo será.

Nos queda la certeza de que hay quienes se quieren mal, otros bien, y unos más lo que pudieron.

24.09.13

 

 

Mr. FILME


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La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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