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Carrie de Kimberly Peirce

El agudo ojo de la bella realizadora Kimberly Peirce nos regala un duelo de hormonas con su adaptación del primer libro publicado por Stephen King, mismo que lo llevaría a la fama en una época donde los adolescentes con súperpoderes estaban a la orden del día (gracias a la literatura popular como Marvel Comics, por ejemplo). Un interesante reparto y la historia del pequeño pueblo norteamericano destruido por una fuerza sobrenatural serán el pretexto para poner un punto de vista sobre dos edades de la mujer en el celuloide.
 

por Paola Parra

Entonces, cuando el Juez se siente, Lo oculto se revelará, Y nada quedará sin castigo…

Dies Irae/Tomás de Celano

 

La mujer es fuente única de histeria, dadora de infinitos y desenfrenados instantes de locura transitoria. En su feminidad germina la semilla de la ira, crece bella una rosa cuyas espinas rasgan deliberadamente a quien ose lastimarle. La locura está en sus manos. Una mujer vestida de enojo es capaz de regalar, con su mirar delicioso, el fuego de muerte.

Carrie White, representación fiel de la histeria femenina. Personaje  original del maestro Stephen King,  ha sido adaptada a la pantalla grande en varias ocasiones durante los últimos 37 años. El hito de todas claro está, es la dirigida por Brian De Palma, protagonizada por Sissy Spacek, quien logró trasmitirle a la jovencita “dotada” una ingenuidad degeneradamente trastocada al transcurrir los acontecimientos de su extraordinaria historia. Los ojos de Sissy pasarán a la historia como encarnación del enfado femenino, tan fiel a la realidad, tan similar a la mirada de toda mujer (sin excepción) al punto del colapso neurasténico-nervioso; dando pie a la sensata teoría de que todas féminas son portadoras del don de la telequinesis, con la facilidad de mover las cosas de tal modo que terminarían destruyéndolo todo. Dicen que no hay mujer más peligrosa que la que está determinada a hacer algo, pues la señorita White es ejemplo de ello, haciendo efectivo el dicho: “pagan justos por pecadores” y todo porque tiene sed de venganza.

En el 2013 Kimberly Peirce, conocida por dirigir Boys don’t cry (1999), regresa adaptando la novela (a petición apurada), tratando de ser fiel a la lectura que ella misma da al texto de King. Pasando por alto cualquier intento de homenaje a la versión de De Palma, y esto es importante recordarlo al ejercer una crítica, la nueva versión tendrá características (sobre todo en la construcción de los personajes) que distan mucho de las propuestas por la película de 1976.

Chloë Grace Moretz, da vida a una Carrie que va rompiendo el cascarón, que se aleja de las faldas de su progenitora, que va cuestionando las lecciones bíblicas con las que ha sido educada por una madre fanática-religiosa. Rompiendo por completo con las certezas infantiles, abriéndole camino a la inquietud sexual, así mismo a la interacción social propia de su generación, esta adolecente se abre al tiempo que queda a la deriva del conocimiento desde la llegada de su primera menstruación, elemento fundamental para el filme, pues éste es precisamente un punto de inflexión y la justificación del desborde de poderes increíbles de la pequeña histérica. De este modo Kimberly Peirce, a diferencia de la interpretación ejecutada por otros realizadores, dota al personaje protagónico de una rígida determinación ante las cosas que le suceden, del reconocimiento de sus acciones antes, durante y después de llevarlas a cabo. La realizadora no la desprende del arrepentimiento, pero sí la aleja mucho de la ingenuidad torpe. Usando el elemento de movimiento de manos y los gestos faciales, como símbolo del arrebato, de la fuerza de la ira y de una falta de control sin medida no del todo inconsciente. En esta versión Carrie tiene un toque lúcido de perversidad, evidente en las escenas donde se desquita del terrible bullying del que fue víctima. La violencia con la que sanciona a sus enemigos va más allá de una espontánea venganza; existe la indudable deliberación en el castigo para cada uno.

Por otra parte, es importante tomar cuenta la relación que une a Carrie con su madre (Julianne Moore), una desquiciada mujer que deja entrever el paso por la etapa de la menopausia. Aquí es donde se puede ver que la fuerza peculiar de esta película se encuentra en la relación afectiva (desfragmentada, sí) entre ellas: la histeria contrapuesta. Se trata de la contradictoria lucha entre la necesidad de renegar y redimir a la femineidad depositada en ambos personajes, unidos por un lazo amoroso superior a sus propios demonios. Una película femenina, sin intención de herir ninguna susceptibilidad, es homenaje a la fuerza de la mujer y se debe ver como un ensayo sobre las hormonas.

Con poderosas secuencias iniciales que se deben, entre otras cosas,  a un buen guión, la película cumple la función de entretener y de mantener sujetas las miradas a la pantalla. Para muestra el momento en que Julianne Moore, ignorante de su embarazo, da a luz a su pequeño “cáncer” e intenta sacarle los ojos, pues en ellos, dice, se deposita el mal producto de su pecado carnal.

En cuanto a los efectos especiales podemos decir que hay cierta complejidad, pero en el ensamble no siempre resultan del todo afortunados, incluso pareciera exacerbado el uso de ellos, pues Carrie además de mover cosas con la mirada y las manos, también provoca temblores y explosiones bárbaras. Peirce señala que estos elementos innovan la imagen que se tiene del personaje en la pantalla grande, pero se mantiene fiel a su propia reconstrucción de la obra original. Del mismo modo, este filme logra hacer una buena traducción de una historia, originalmente surgida de los años setenta, a la caótica época donde las redes sociales son predominantes y la histeria se vive de otra manera.

 

20.11.13



Paola Parra


@polapathe
Miss Paola Parra es la Jefa del departamento de limpieza y desintoxicación en la revista F.I.L.M.E.....ver perfil
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