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Más allá de las colinas

Cómo desatar un silencio


por Brianda Pineda Melgarejo

 

En muchas ocasiones, la cámara convierte al espectador en espía, mientras que las miradas de los personajes rara vez atienden el atrevido punto de vista que hace el cine posible. Así, los testigos del séptimo arte se sitúan en la lejanía del que sin ser visto descubre un secreto, y en su condición de invisibilidad está por unos instantes en el centro de la historia, ese lugar clave donde alcanzamos a comprender mejor la confusión de todo juego de voces.

Eso ocurre en Más allá de las colinas (După dealuri, 2012), largometraje rumano dirigido por Cristian Mungiu, que muestra la historia de Alina, huérfana que ha pasado una temporada en Alemania y en un respiro decide volver por Voichita, su amiga y compañera de vida. Pero las cosas han cambiado durante su ausencia, ella sufre un desequilibrio –¿con qué se habrá encontrado en aquella ala de Europa?– que permite a los que la rodean verla sobre la cuerda floja, cediendo al vértigo; mientras, Voichita halló su sitio en la fe y aislamiento de un convento, la idea y el riesgo de marcharse a la incierta gran urbe con Alina parecen ser trampas en un momento de claridad acompañado de un lugar de reposo como no lo hubo en el orfanatorio ni en una juventud, intuimos, desamparada y caótica. Mungiu pone las cartas sobre la mesa y a todos los personajes les toca una mano pesada, oculta.

El paisaje aparece con gestos fríos y planos fijos en el marco pulido del filme. La paz de las colinas invade nuestra pupila, también su metamorfosis de niebla densa a nieve sobre los suelos, el silencio y la ausencia de luz eléctrica son una nostalgia religiosa vuelta escenario. La vida sencilla del convento es refugio para el sacerdote que, despojándose del ruido y el aspecto material, que tan cercano nos es a los hombres, edifica una comunidad oscura por el color que cubre la desnudez de todas las monjas y de su propia piel, pero que armoniza con la decisión de adorar la misma causa e imagen.

La película es un retrato lúcido y sombrío de las pasiones humanas. La obsesión nostálgica de Alina por Voichita nos recuerda que el pasado puede llegar a ser la línea de suspenso en un filme, el diálogo que surge durante el encuentro de las dos mujeres supone la intuición de ese tiempo anterior. Ver raíces en su amiga antes huérfana y ahora religiosa y querer quedarse por el amor que las ha unido tantos años, la esperanza de un futuro compartido donde no haya lugar para el horror y la soledad, llevan a Alina a ingresar al convento pero su rechazo a los dogmas divinos altera la tranquilidad de los otros y supone un peligro para una reputación donde se pueda anidar un mejor futuro.

El director rumano sabe que hay personajes que son signos de interrogación, interrupciones detrás de líneas de todo guión cinematográfico capaces de modificar la dinámica aparentemente armónica de un colectivo o grupo social dentro de la ficción. La trayectoria del filme es parecida a la que siguen las manos de una mujer desgajando lentamente una naranja, quitando la cáscara con la sutileza de quien quiere conocer los vértices que se ocultan en cada historia por más simple o enigmática que ésta parezca. A eso debe su larga duración, sin embargo el argumento sostiene y revela el gran acierto del director: la  fijación por los detalles. En una conversación mundana, a la hora de compartir el pan o sacar agua de un pozo, es posible desempolvar secretos. Si es bien sabido que por la boca muere el pez, habría que añadir que por esa misma boca asoma siempre el deseo y pocos terrenos son tan insólitos como aquellos donde vislumbramos la puesta en escena del orden, basada en ciertas actitudes y reglas que permiten el gesto amable de la máscara colectiva de la fe, en este caso el convento ortodoxo al pie de las colinas (donde veremos la perturbación que deriva en confusión y caos de aquel orden).

 

Un largo malentendido puede convertirse en crimen y el móvil será nombrado desde la trinchera ideológica de cada personaje o comunidad. Conflicto de intereses que hasta los desmemoriados saben remoto, aquél que consiste en elegir en qué se cree o no; pero más allá de las colinas, donde no hay testigos y la realidad se muestra como un camino cruzado por decisiones, que responden siempre a un deseo u obediencia reflejo de nuestra condición de animales domesticados, queda la contemplación final del invierno, dentro de las vidrieras empañadas de un automóvil; más allá de la razón y la fe queda la incertidumbre por no saber cuándo cambiaremos de estación, mientras cambiamos de canal en una época donde los trazos para evadir la soledad son cada vez más absurdos, y las contradicciones del encuentro, como vemos en esta cinta, pueden resultar fatales.

Con ecos como remembranza de la tragedia (en un tono propio del cine Rumano), por medio de un oscuro coro de religiosas, Más allá de las colinas es recomendable para los adoradores del silencio, para los que buscan exorcismos y afonías desatados por gritos marginales. Algo de música no le vendría mal a esta película, pero su carácter de alarido, dentro de un frío susurro, no deja lugar para el reproche: cruda sabe mejor.

 

01.01.14



Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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