por Amado Cabrales
Las posibilidades combinatorias que permite reunir en un solo espacio y en la vorágine de una sola semana de harto cine de toda latitud y temporalidad, es deleite puro. El FICUNAM permite este deleite, y nos da la posibilidad crítica de comparar y analizar, a partir de su selección fílmica. Elegí para mis lucubraciones una sola sala, la José Revueltas, y fui fiel a sus caprichos, desde el mediodía hasta las nalgas planas, permanecí como ávido espectadores, implacable imagofago.
Para esta suerte de ars combinatoria tome Y se hizo la luz (1989) de Ioselliani y En comparación (2009) de Harun Farocki. Ambas juegan con el documental, con la falacia de la objetividad de la imagen, presentan los vicios y alcances del progreso, y cómo estos determinan la dinámica grupal de una sociedad.
Y se hizo la luz es algo sumamente bizarro. En un principio me remontó a mi infancia, a esos extensos documentales y fotografías de Discovery channel y National geographic, o las tardes de domingo cuando veía en los ciclos del canal 5 Los dioses deben estar locos (1980) de Jamie Uys (perdonen la pobre comparativa fílmica hasta ahora, sólo busco establecer la base del imaginario, sesgado e ignorante de lo que representa el continente africano en imágenes de fácil acceso). Otar se vale del humor y el absurdo para crear su versión del papel del colonialismo en medio de una población aborigen en la selva, el humor como su arma esencial nos va dando símbolos, situaciones que expresan la tragicomedia de la perdida la identidad.
Es a partir del pastiche de imágenes sobre un continente en la sombra de nuestro imaginario, que Ioselliani juega con nosotros, lejos queda el documental: él (de)genera su propia tribu, con sus rituales y cotidianidades propias (el atardecer como espectáculo colectivo, remontar el río sobre cocodrilos, reanimar a un decapitado), con su propio idioma sin doblajes, con apenas intertítulos de vez en cuando, el entendimiento se da puramente en lo gestual y en la circunstancial por parte de nosotros, el público.
En esos días, siempre interrumpidos por el paso camiones de carga y las sierras, el matriarcado es la base de la tribu, de toda actividad colectiva, la mujer elige a su hombre, es quien caza y quien, dentro de un consejo de hombres y uno de mujeres, decide sobre la vida sentimental de los integrantes de la tribu. La mujer es el espacio, la selva misma, una vez que esta es mancillada, se convierte en propiedad –el patriarcado nace con la propiedad privada, la tierra perdida, la mujer robada se manifiestan en la última parte de la película–, y representa el final de una forma de ver y de vivir, como el principio de la occidentalidad global.
Harun en su producción de 2009, En comparación, es menos alegórico y más "objetivo", busca la dialéctica, la oposición de formas en ejecución arquitectónica. Compara los hechos que giran alrededor de un elemento esencial de la construcción: el ladrillo. A partir de este elemento y con la estética de un video protocolar de fábrica, Farocki perfila un comentario en el que cada objeto de la sociedad posee una forma de ver el mundo, una forma de realizarse.
Al ser en este caso el ladrillo moneda de cambio entre construcciones de cada una de las producciones, es el espacio de la vivienda, su constitución, lo que denota las diferencias. El diseño frío y preciso de la película de Farocki, frente a la construcción orgánica del espacio en una sociedad que no distingue ocio del trabajo, que elabora con alegría y cantos, en colaboración de todos, un lugar, un espacio de beneficio para la población, una clínica, una escuela.
Lo que pareciera suceder en un progreso temporal de las formas de construir ancestrales, sucede en el mismo año, 2009, y es producto de la imaginación de dos realizadores sin par. La diferencia radica en el espacio. En los objetivos secundarios, al construir ambas formas, suplen la necesidad básica de habitabilidad.
Pero en una se busca la eficiencia, el reducir tiempo y esfuerzo, la disminución del número de personas involucradas en el proceso, así como la división de la jornada en tiempo de trabajo y tiempo de ocio, la de Farocki; mientras que en otra, la de Ioselliani, plena de cantos de mujeres y niños involucrados. Existe un poco de coincidencia entre ambos filmes, sucede cuando se deja de percibir las formas de construcción opuestas, cuando se fusionan ambas y desarrollan las cualidades positivas deviniendo en algo más rico y armónico.
El progreso supone el desarrollo de la técnica humana que se posiciona como una mejora por sobre su predecesor, supone la linealidad del tiempo como en una escalada por sobre todos los tiempos. La idea de progresión se impone, ya sea una cultura, un pueblo, una forma de comunicarse y en este caso una forma de construir.
Una mujer del pueblo iosseliano huye de la tribu con uno de los tantos que llegan a deforestar la selva, el consejo le permite al esposo ir en su búsqueda, en su peregrinar, en cada lugar que llega se le exige civilidad. Una vestimenta diferente en cada espacio que paulatinamente cubre su desnudez, cristianos, socialistas y musulmanes, cada uno con su versión del progreso, cada uno con imposiciones sobre el pueblo, impuestas por el pueblo mismo en su ceguera.
He de agradecer a la elección azarosa de la Revueltas, que me permitió ver a estos grandes de la cinematografía esbozar, de maneras diferentes, un ejercicio crítico sobre el espacio, sobre la concepción y construcción del mismo, resaltando los valores comunales de una sociedad intrincada emocional y productivamente. Haciendo ambos uso del documental, ya sea desde la alegoría y la comicidad, o en la réplica de una objetividad inexistente, que en su apropiación devela lo irreal de tal precepto, que reformulan a su manera el género, valiéndose de sus premisas y haciendo con ello un juego libre de reflexión y un uso de la mirada crítica.
14.03.14