por Trajano Hernández
Después de investigar la noche anterior sobre Cao Guimarães –y tener como tiempo de calidad en mi búsqueda apenas unos minutos– era pertinente estar nervioso de desconocer su trabajo, trayectoria y la temática empleada en sus obras, porque además de ser un artista plástico s trata también de cineasta, fotógrafo y caminante profesional.
El día 19 de marzo, él, Guimarães, se perdió en un vuelo cansado, horas perdidas en un asiento sin poder dormir, ni caer sobre los brazos de la pesadez. Mi situación era similar: en el subterráneo, aplastado por el calor, tenía apenas unos minutos para arribar a La Casa del Cine, lugar donde el cineasta haría su visita. Desafortunadamente desconocía la ubicación y el tiempo de trayecto desde mi posición no era, por demás, benéfico.
El sudor servía para justificar mi retraso de apenas quince minutos –los mismos que Cao había “perdido” en desayunar y fumar (suertudo)–. Al estar sentado en una sala donde la pantalla invitaba a la tortícolis y done el aire acondicionado no perdía la costumbre de los motores avejentados, el realizador pasó apenas a unos centímetros de mí.
El director oriundo de Belo Horizonte, Brasil, se sentó con la calma que tiene cualquiera que mantiene en expectante a una audiencia, como un fotógrafo que espera una hojarasca que cae. Se presentó cortésmente en un portuñol arrullador.
Yo soy muy escéptico respecto al cine, yo, por ejemplo, no tomé clases para ser cineasta […] yo soy fotógrafo y tenía mucho tiempo libre.
Si así fuera la vida de cualquier periodista –con tiempo de sobra y tranquilidad de por medio-, las crónicas serían más recurrentes que las notas informativas apresuradas. “Me sorprenden las nuevas generaciones, que son impacientes: ya no pueden quedarse más de una hora sentados viendo una película” –comentó.
Es curioso que entonces la gente se pare a tomar fotografías y permanezca estirando las piernas, justo después de la primera hora de la conferencia, donde se anunció el programa y la retrospectiva-homenaje a Guimarães.
Cao no se detiene en lo absoluto sin embargo no le atormenta esperar, ya que tiene en su haber filmes que comienzan desde principios de siglo como El fin del sinfín (2001), un documental donde visita diez ciudades en Brasil para mostrar las profesiones más extrañas: profeta o maquiator morto.
En algunas ocasiones realiza pausas para hacer hincapié sobre su acento y el significado de las palabras en lengua portuguesa. Los organizadores de Cinema Global, que es un evento dentro de otro evento –el Festival del Centro Histórico de la ciudad de México–, toman la palabra para complementar.
Se pasa a la sección favorita de su servidor: las preguntas y las respuestas, como era antes en las escuelas y donde el que no sabía responder bien, tendría la mayor vergüenza de todas; en este caso, el apellido mancharía al más torpe de los cuestionamientos.
Todos están concentrados y el deseo malicioso de la eterna burla no se satisface, sin embargo, motiva a la admiración de la duda: “¿Qué necesitan los jóvenes para hacer cine? Ver cine –ríe. Así como un escritor necesita leer, un cineasta necesita ver cine”.
Esa recomendación abre los corazones de todos los gustosos del celuloide y advierte sobre el trabajo que deben realizar los contemporáneos no profesionales: “yo me considero amateur…siempre me voy a considerar un amateur” –remata el co-director del filme, O Homem das Multidões (2013).
Se termina el tiempo, porque las piernas y los traseros no están acostumbrados para soportar el flagelo de lo estático y del cansancio de no hacer nada. La despedida no está relacionada con la tristeza, gracias a que la tranquilidad irrumpe cualquier sonido extraño de la Casa del Cine. Cao Guimarães irá a fumar un cigarro y quizá lo acompañe, desde mi admiración, que pinta su trayectoria rumbo al subterráneo.
24.03.14