Retrospectiva de Ali Khamraev
por Rodrigo Martínez
Muchacho y almendro. Fascinación y destino. Ramas que atraviesan una cara para convertirse en gestos juveniles que invocan la profecía de un alma que está cambiando. Impresión de naturaleza y de vida que avanza y que corre gritando a un pueblo entero la noticia de la primavera. Muchacho, anciano y almendro. El primer retoño como poesía enunciada por un vagabundo que anhela ser lección para esa existencia de encantamientos y atrocidades que se toman de la mano. Muchachos y almendro. La alianza íntima de dos abandonados que marchan hacia el corazón de invierno y de tormenta de los hombres medievales.
Asediado por visiones de la muerte prematura de su madre, Faruk niega el vino a su padre alcohólico en su última noche y duda ante los cortejos de una muchacha de su pueblo. Tras encarar el arrepentimiento en un funeral y en una boda, el disciplinado lector de Omar Kayam emprende un viaje al lado del inseparable Khabib no sólo para evadir una orfandad en común, sino para sobrevivir a los forajidos de la región. Cuando encuentran un paraje que promete el aislamiento, la durmiente Gulcha llega a ellos arrastrada por la corriente de un río. El trío juvenil construye una morada de piedras en la plenitud de la primavera bajo la mirada de un habitante anónimo de esa región.
Poesía de feroz iniciación. En la primera secuencia de El hombre sigue a los pájaros (1975), un ermitaño enuncia un verso para volverse cómplice de la fascinación de un joven por los almendros. El diálogo funge como catalizador de un poema fílmico que elabora variaciones del símbolo arbóreo. La onceava realización de Ali Khamraev avanza como una forma episódica, lírica y abstracta que no pretende ser un estudio de las imágenes del Rubaiyat. Es el desenvolvimiento de un leitmotiv que aprovecha la diversidad de significados del almendro para plasmar una educación sentimental como paisajes de alegría y de dolor que forjan el coraje y la decisión de seguir adelante.
Con una apariencia semejante a la ya intemporal Sombras de ancestros olvidados (Parajanov, 1964), el filme de Khamraev ofrece desplazamientos de planos medianamente cerrados para explorar prácticas y rituales que, por sí mismos, colman la puesta en escena de un imaginario cultural que danza al interior y al exterior del campo con ritmo de sonoridad regional. Impresiones de muchachas que lucen atuendos, abstracciones en las tramas de los textiles y coreografías de una ceremonia nupcial brindan acompañamiento prosaico al desdoblamiento de las imágenes y sitúan la narrativa en un punto medio entre la potencia bucólica y el pensamiento de la película. El poema está en el argumento de ambiente realista, pero también está en el sonido y en la atención que el montaje suscita en composiciones metafóricas o abstractas que invocan los acontecimientos interiores del alma y el pensamiento del joven Faruk.
La expresividad El hombre sigue a los pájaros es abundante porque trata de colocar al espectador en una percepción poética del mundo. La película es lírica por la suma de sus contrapuntos de realidad e irrealidad (de visión e impresión) y por su deseo de ser una mirada que encarna en sí misma un modo de concebir poéticamente el entorno para sentirlo. Sin trastocar el flujo narrativo, metáforas, símbolos y mezclas aparecen concatenados con el decir y pensar de Faruk como reacción a los acontecimientos de vida de los tres muchachos.
Cada momento transformador emerge o desemboca en un inserto que es metáfora cuando se avecina la muerte del padre como cántaro de vino que estalla, que es símbolo cuando el joven combate con un manzano porque se resiste a la seducción de Amadeyra en el jardín nocturno o que es acción múltiple cuando imagina el parto fatal en blanco negro, y en color y con una trama de hierbajos que se desliza sobre el contorno del cuerpo de su madre moribunda devolviéndola a la tierra en un plano formalmente tan innovador como las capas de sombras, contornos y gestos yuxtapuestos más sencillas del contemporáneo Shuji Terayama (Butterfly Dress Pledge¸ 1974).
Quizás hay un capricho en esta pieza decididamente bucólica en unos pocos ejercicios de abstracción que no son difusos gracias a un montaje que hace de ellos una extensión de la situación anímica de los personajes. Las aberrantes y deformes ramas de almendro y las grietas de agua estridente tras el acoso de un Faruk come-ciruelas a las muchachas que nadan en el río son como nociones y como emociones, pero su ambigüedad justifica un impulso expresivo que hace pensar en aquello que Kent Jones describió como una sensibilidad única que caracteriza a varios cineastas del Asia central (Film Comment, mayo-junio 2003). Khamraev evidencia una pasión por moldear la imagen como artesanía para construir planos alucinantes que escapan del poema sin desprenderse de la forma y del decir porque hay en ello un expresionismo que plantea el vínculo entre el sentir del personaje y su estar en el paisaje.
Un plano a medio camino donde aves de plumaje extenso irrumpen con su negritud en la serenidad de los árboles, anticipa el despertar de Faruk, Khabib y Gulsha sobre una cama de verdor primaveral donde están cobijados por pétalos de almendro. El trío celebra la profecía de la felicidad que augura el encuentro con “los ángeles de la vida”. Los muchachos saltan y corren y gritan y se abrazan sintiendo amor fraternal y amor pasión bajo la templanza del arpegio medieval que acompaña casi todos sus momentos de crecimiento antes de hallar este sentimiento de comunión. El episodio no sólo representa el instante máximo en las vidas de estas criaturas todavía inocentes, sino que implica el fin de la dimensión luminosa del poema (han vuelto a florecer los almendros de las montañas, dice el anciano) y su tránsito hacia una oscuridad que subyace a la maduración fúnebre y violenta de Faruk (y la nieve de mis lágrimas se derrite).
La pluralidad de la imagen del almendro funge así como figura unificadora de El hombre que sigue a los pájaros. El árbol prematuro evoca el amor juvenil y también es símbolo de sabiduría. Es la condición efímera de experiencias repentinas que maravillan o que aterran. Es dador de bienestar o portador de fiereza. En el despliegue del motivo, felicidad e infelicidad son comunes porque están presentes como imágenes de ritmo lento y sonoridad evocativa. Ambas son objeto de la capacidad bucólica de la cámara que arma una elegía circular donde principio y fin son el mismo plano. La alegría y el dolor son la lírica de una fiera adolescencia que poco a poco aprende a resistir el invierno al interior de su propia alma y que por eso aguarda la aparición de los primeros retoños en medio de una tormenta.
25.02.15