por Verónica Ramírez
Cuando decidí escribir respecto a Tin Tan, lo primero que pensé fue en fechas y nombres exactos, en todo lo que ya se ha dicho de este gran artista a lo largo de 100 años, así que preferí alejarme de la exactitud de datos, de la frialdad de las biografías autorizadas, querido lector. Si usted llegó a esta publicación buscando la corroboración de datos, es preferible que no continúe, lo que aquí prosigue es una serie de escritos que no forman parte del hombre, Germán Valdés.
Esto forma parte del mito Tin Tan, el boca a boca de la gente que creció escuchándolo, que asistió a los cines “piojito” para carcajearse con sus tortas de frijoles bajo el brazo, historias de personas que hoy en día son bisabuelos, historias de aquel lejano e idealizado “bello México”. Este escrito celebra al Pachuco de Oro, por sus películas, por sus chistes y sus canciones que han permeado en la historia mexicana, más allá de los 35 milímetros.
Así, con la gracia de un paso fino, la aterciopelada cortina hace su baile, la guinda marca el inicio de la película.
Otro origen de Tin Tan
Figura circular que sube, por el impulso de una mano, es la imagen del movimiento que hace su danza, después del recorrido lleno hasta el centro del azar y expectativas, cae ella, la moneda cae. Luego un sonido, en el primer golpe nace un Tin, de rebote termina en Tan. Este es el origen de este nombre, Tin Tan.
Alguien me dijo una vez que después de la Segunda Guerra Mundial había un payaso que llevaba por nombre Tin Tan, fue también en ese entonces cuando un hombre Germán Valdés y sus hermanos rondaban el viejo México. Germán Valdés interesado por aquel nombre, jugó un volado con el payaso propietario del nombre, ganó y el resto ya es historia.
La leyenda nace, y poco importa la certidumbre de un dato, relatos que recibo con gusto, porque en esta estadía verdad y fantasía forjan a aquello que sobrepasa al tiempo.
Las carpas
En aquel entonces la clase popular asistía mucho a las carpas, mismas que eran un filtro para conocer la calidad artística y creativa del cómico que nacía y aquél que se hacía. El aplauso o el rechazo se manifestaba aventando hasta las banquitas de madera llamadas “de tijera”, en algunas ocasiones jitomates y naranjas. De ahí que al cómico se le exigía que fuera creativo, simpático, versátil.
Con el tiempo, antes de la televisión y el cine, las carpas llegaron a ser la universidad del artista. Cuando ya se había superado las exigencias y necesidades del público en ese campo de entretenimiento, eran invitados a actuar en películas y teatros. Así comenzaron Palillo, Borolas, Cantinflas, Resortes, Mantequilla, Harapos, Willy, Tilin “el fotógrafo de la voz” y por supuesto El rey del barrio, y era un reto constante de superación conquistar al público, talento manifestado en todo aquel que se presentaba ante un escenario dejando una escuela para las futuras generaciones, no para su deterioro de calidad artística, ya que las raíces fueron los surcos de las diferentes líneas y facetas de “la calidad histriónica”.
De historias de familia
Mi primer acercamiento con Tin Tan no proviene del cine. Recuerdo que en la casa de mi abuela había una cuna grande en la habitación principal, según cuenta mi madre esa cuna había sido ocupada por la variada cantidad de hermanos, 9 para ser exactos. Se trataba de un mueble de madera fina y con dibujos de conejos a los costados, esta cuna perteneció a los hijos de Germán Valdés. Mi bisabuela Doña Feli trabajó como cocinera en su casa, y con el tiempo, al no ser necesitada, la cuna le fue vendida.
La visita al cine, al cine piojo
Toda la gente se desborda con el cine, porque canaliza emociones, entonces la risa es auténtica y también se llora auténticamente, se contagian todas las inquietudes y se maximiza esta experiencia, la justicia existe en esa brevedad de hora y media bajo el esplendor de las estrellas cómicas.
Doña Feli solía llevar a mi madre, a escondidas de sus demás hermanos: “Mira hija, a mí me gusta el cine, porque cuando veo una película me meto dentro de ella y todos los problemas se me olvidan”.
Las películas mexicanas en la eterna canción, fantasía aceptada, aún no permeaba el rocanrol y todo era sentir charro, todo terminaba en un canto, historias con final feliz. A diferencia de varias estrellas pintorescas de la comicidad, Tin Tan sobresalió por ser un artista completo, donde el canto, la actuación, la comicidad y el baile se plasmaban con versatilidad. La frescura del eterno enamorado.
Doña Feli al terminar la película solía decir ¡Jalisco, no te rajes, eso Miguel Aceves Mejía, eso el cantante, eso los héroes que ganaron, eso Santo, dale Santo!
Y no sólo era ella, era todo el pueblo al unísono de emoción y sentimiento. El cine se vive, no ausente, no en silencio, se siente a gritos, como si se presenciara una función de lucha libre. El público se entregaba en las catedrales fílmicas: Cine Janitzio, Nacional, Colonial, Cinema Tepito, Florida (Tepito), Victoria, Alarcón, Acapulco, Mariscala (eje Lázaro Cárdenas), Cinelandia (películas infantiles y animación) Cine Savoy, Venus, Río, Sonora (entre El Nacional y El Colonial). Las tres películas por un peso, en el Cine Máximo, Bahía, Apolo, Odeón, Isabel, etc. Las palomitas traídas desde el Cine Cosmos, los gritos al unísono “Cáaacaro”, muéganos, dulces, vendedores con su filipina blanca y gorrita cuartelera, la mejor variedad.
El rey del barrio, El bello durmiente, Calabacitas tiernas y demás títulos escritos en el periódico Fígaro de color azul casi morado, delgado, saliendo los domingos con los horarios de matinés, para la Galería: 20 centavos; Anfiteatro: 50 centavos; Luneta: 1 peso, donde El Pachuco de Oro, su chispa y ojos enormes provocaban la carcajada, Tin Tan en “La gran casa del pueblo”, aquella permanencia voluntaria.
Tres películas de un jalón y ratones de pilón -pululaban entre butaca y butaca-. Incertidumbre de llegar al cine sin saber qué podías encontrarte, el público estaba abierto, asistir al cine por el gusto del cine, amado por el pueblo por sí mismo, no era por el nombre de algún filme. La catarsis primero como caja de promesas lista para ser abierta.
¡Hija, vámonos al cine prepara unas tortas!, y Pedro Infante cantando “Así, enamorada…”, mientras los gritos de muchachas se acrecentaban en todo el palacete. Mientras la televisión era para un grupo privilegiado y los libros sólo para ilustrados, el cine era universal. Claro a excepción del cine norteamericano que solo se podía ver en El Máximo y pertenecía a un pequeño grupo que dominaban la lectura, el pueblo prefería sin duda al cine mexicano, sin importar encontrarse con la misma película: aunque de antemano se sabía lo que iba a pasar, el disfrute era el mismo, Tin Tan el don del pueblo.
100 años de Tin Tan, un México que ya no es
El cine donde vive Tin Tan y su fiel compañero Marcelo, las risas de Vitola, coloreando marquesinas, nutriendo al chascarrillo para abrigar la risa y la lágrima.
Si tuviera que decir lo que hoy en la actualidad me ha dejado El Pachuco de Oro, sería la urgencia de una nueva figura que cobijara a la gente, no con un entretenimiento desechable, donde hoy el cine y la televisión invirtieron papeles en comparación con aquella época que abrazó a Germán Valdés, por un lado el lujo que representa pagar la entrada al cine y la accesibilidad popular en la tele.
Ahora con la aparición de nuevos medios de comunicación podríamos preguntarnos ¿a quién recordaremos dentro de cien años?
18.09.15