por Praxedis Razo
Llevo varios días escuchando el fervor de los que me tratan de convencer de sufragar por algo o alguien el próximo 1º de julio, particularmente por López Obrador que por una extraña razón goza de simpatía general entre cercanos a F.I.L.M.E., pero después de lo visto ayer durante el debate –y no me refiero propiamente a las escandalizantes/santificadoras curvas pueriles de Julia Orayen, playmate trending topic global en menos de 60 minutos y durante toda la noche tuitera y eso que apenas algo se le vio– estoy más convencido que nunca de anular mi voto, de ser uno de los que tiran la ficha de dominó sin contar antes, de los que aprieta los botones de un control a lo tarugo y ver que sale en este juego al que me inscribieron sin consultarme y del que no se puede salir vivo ¿o sí?
Y lo voy a anular no porque no me sienta a las romas alturas de lo dicho y sobreactuado de los candidatos, sino porque me parece inmoral que un millonario Instituto Federal Electoral, aún pagando a precio de oro la producción de un eventazo como este, no tenga el menor criterio para obligarse a contratar a un verdadero director de cámaras para no adormilar con los ya de por sí sedantes argumentos de los presidenciables en pugna.
Conté una cámara para cada uno de los representantes partidistas (4), una toma general en el mismo eje que las cuatro que se dirigían a su candidato (5), una extraña cámara con gran angular que hacía travellings sin ton ni son al sonar los tambores (6), otra para los intérpretes de los sordo-mudos (7) –que de tener poca vista ya se fregaron por completo con el mentado cuadrito al bajo extremo izquierdo– , y dos (9) para Guadalupe Juárez: una frontal y otra que pusieron misteriosamente en su cenit; todos esos visores en medio de un foro angustiante de luz y sonido.
Luego, no obstante de no estar privados de las herramientas necesarias para llevar a cabo una gran producción televisiva, entregaron a los cautivos televidentes una pieza tediosísima peor que si hubiera sólo una cámara en un plano general viendo un partido de futbol, todo muy cuadradito, cortando en planos medios a todos al habla y saltando a su gran angular que estaba en un costado, que subía y que bajaba sin ningún sentido –consciencia– estricto de su movimiento. ¿Para qué subía? ¿Para qué bajaba? Para lo único que sirvió esa ¿grúa? ¿camarita automatizada? Fue para medio ver lo que medio enseñó la nenita que repartió los turnos a los participantes.
Las otras cámaras ni gracia hicieron, pues cuando comenzó el jueguito de láminas prehistóricas frente al auditorio, nadie les dijo a los muchachos del sexenio cuál era el margen de su cuadradito que me dio a entender, por ende, que estaba en perpetuo zoom de miedo (“¡the horror, the horror!â€). AMLO y Quadri intuyeron que si ponían sus paradigmáticos cuadros frente a ellos tendrían la foto del recuerdo, en cambio Vázquez Mota y Peña Nieto (¡cuánta cacofonía!) no se atrevieron a taparse, ¡cómo, ni lo mande Dios, para eso soy quien soy, carajo!, y su propuesta visual cuando mostraron las imágenes que removerían las almas votantes, pareció un numerito de fea mímica.
La cenital de Juárez, la conductora, entiendo que jugaba un papel importantísimo: registrar los movimientos de manos, los giros de cintura de esa mujer que tomaba subtemas de una urna y preguntas de otra –no fuéramos a pensar que se las sacaba de la risueña manga que, así como la máscara de falsa felicidad de su dueña, nos hubiera dado al traste con toda la democracia–.
El formato del suceso fue dictado por la improvisación televisiva más ruin y sosa en absoluto desuso desde sus inicios en México con El club del hogar que entretuvo a nuestros abuelos durante varias décadas de caja idiota. Si los que pagaron se hubieran dado cuenta de que lo que buscaban con sus bobas reglas era un programa de concursos tipo Jeopardy! –porque menos que eso fue–, se le hubiera dado más dinamismo y menos falsos bustos parlantes.
¿Se imagina, querido lector, a Peña Nieto eligiendo del panel de enigmas, “Mmm, quiero Gobernabilidadâ€, y que la conductora sonriera en serio esta vez porque esa casilla es una ¡sorpresa! que obsequia al participante la oportunidad de hablar de su infancia? Qué hermosura. ¿O trate de vislumbrar a López Obrador que ha escogido “Cultura y entretenimiento†y Juárez le avisa que se trata de un reto: batear al mejor pitcher nacional. Un tesoro auténtico en la historia de la televisión mexicana sería. ¡O a Vázquez Mota frente a Quadri compitiendo por ver quién sabe más nombres de secretarios de gobernación sucedidos en los últimos sexenios en el menor tiempo posible! Dulzura toda esa experiencia.
¿Y si todo lo hubieran dejado en manos de los creadores de A la cachi cachi porra? Uy, qué grandiosa oportunidad dorada tendrían los candidatos para desempolvarse con todo su equipo para ver quién es más cabrón que bonito: todos corriendo por el foro, los distintos sets de aventura y conocimiento, y respondiendo –los más nerds– preguntas imposibles de resolver, como “¿Cuáles han sido los grandes momentos del indigenismo en México?â€, o “¿Quién fundó el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura?â€, o “¿Quién redactó en gran medida en Plan de San Luis?â€.
Y estos son sólo dos posibles formatos de lo bueno que pudiera ser el debate televisado, pero ahí está toda la parafernalia de Chuck Barris al servicio del IFE: The daiting game, The family game, The game game, The gong show… (parafraseando a la linda Penny en Confesiones de una mente peligrosa, Clooney, 2003), además de poder contar con toda la creatividad de conductores como Don Francisco (y por supuesto ¡el Chacaaaaal!) o Laura Bozzo si se quiere talla internacional, o Chabelo y Lucerito si se requiere de verdaderos profesionales de la conducción mexicana.
Lo que vimos ayer por la noche iría muy bien por radio, un medio denostado por estos personajes que persiguen la silla de la nación. Según la empresa que produjo el show del debate, el chistecito sin gracia nos costó 300 mil pesitos; dos horas de sombrerazos en el peor formato posible al mejor precio del mercado: eso es inmoral.
Anulo, pues, porque sé que sin importar quién llegase a dicho puesto de insulsa gerencia, este aburrido juego sólo puede empeorar con el paso del tiempo.
7.05.12