Una tarde ya hace cinco aƱos encontrábase éste vago escriba corriendo por la costa de arena dura y mercante en Playa Azul. Allá, en ese tiempo y en ese lugar, lo único que me retraía el pensamiento más allá de dar la siguiente zancada bajo el resquemor saleroso era encontrar el modo de estructurar, exponer, relatar y explotar el cuarteto amoroso del que versaba mi primer ejercicio fílmico de ficción dentro del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Me importaba a sobremanera hacerlo con los menos planos posibles, saltando de aquí para allá la mayor cantidad de los mentados ejes de "Josko".
Esto en el pueril afán de hacer enfadar ese maestro titular de la materia de realización fílmica, ese maestro de enseƱanza tan extensa como el lenguaje cinematográfico y tan concreta como el tabaco con el que retacaba su pipa. Maestro que tanto podía hacer repelar y enojar a a sus fílmicamente imberbes alumnos como avasallarlos, no solo con una calificación reprobatoria, si no también con la final comprensión de la inabarcable cátedra cuando las imágenes en pantalla nos revelaban siempre que el aprendizaje sustancial de la gramática cinematográfica básica es lo que nos permite crear más allá de las mismas y entonces cumplir los primarios objetivos del arte de la imagen en movimiento: comunicar, compartir, asombrar, emocionar.
Pero como uno, los ha habido muchos, mejores y algunos peores. Todos alumnos doctos en el repelar y mandar por caƱo, casi siempre, lo que un Ingeniero en comunicaciones eléctricas y electrónicas del IPN/egresado de la primera generación del quincuagenario CUEC/emérito internacional tuviese que decirnos sobre el acto fílmico de mostrar y entablar una conversación con el otro mediante imágenes. Sin embargo, pasan los días y los ejercicios, los proyectos y las chambas; pasan las imágenes y los resultados que difícilmente nos permiten olvidar esas primeras lecciones de composición, de las miradas y los mentados ejes. Palabras que en consciente eco se han quedado como referente y guía de nuestros atrevimientos y conciencias imagóricas.
Los legos cuec-eros (y cececeros) que se permitían fehacientemente seguir el camino joskowiano de la educación nunca, en cuarenta generaciones, la vieron fácil dentro de las aulas pero la sienten imprescindible pues la vivieron inolvidable: Las Meninas de Velázquez, la observación y la experiencia estética, como me permito titular aquel instante āde casi dos horas- en el cual, mediante la exposición de un āsencilloā cuadro del maestro sevillano, nos invitó a ver más allá de lo que se expone y así desde sus ojos poder entender un poco de esa pasión que ardía más allá del tabaco quemado y se expandía con cada cruce de palabra en los pasillos, escaleras y biblioteca del alma-mater en la colonia Del Valle, aquella que ahora él se ha negado a traicionar dando lección en las nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria. Éstas aún con todos los avances técnicos que puedan tener, jamás se sentirán del todo completas si su legado no es prolongado y fortalecido entre los ecos de la cantera.
Aquellos que se permitan aprenderle ānunca tardíamente- a través de āla retención natural de un juego de luz y sombrasā, que se dejen de los preceptos enjuiciadores de la crítica postmodernona āque siempre le fue dura y perra compaƱera pero compaƱera al fin-, deban siempre saber de principio que su cine nunca abandonó eso, su sencillo principio joskowiano de naturalidad para con sombras y luz jugar, y dejarnos fantasía (El caballito volador, 1982), nostalgia (Playa Azul, 1992 y Recordar es vivir, 1993), sacrificio (La Manda, 1968 y Meridiano 100, 1976), sabiduría (Constelaciones, 1980) y sencillamente vida (Crates, 1970).
Para los que, hasta inconscientemente, aprendemos hoy en las calles los derroteros de la conformación, atestiguamiento y búsqueda de una voz audiovisual para no solo un simple movimiento si no una complejísima trama que tenemos por nación, me permito proponer sumar un esfuerzo más: el de pervivir y preservar y nivel del ánimo de responsabilidad social que un creador artístico debe tener para con su entorno. Alfredo, antes de Joskowicz, se atrevió, bajo la batuta de su camarada Leobardo (López Aretche), a unirse a un grupo de verdaderos estudiantes y valientes para filmar lo infilmable en la construcción de la mayor crónica fílmica nacional:El Grito (1968). Y sin embargo su labor decidió extenderla más allá de las calles, de las pantallas; aún más a profundis que en los foros y sus sets, se aventuró a buscar una soberanía fílmica en los tiempos más oscuros de la cultura mexicana trazando planes y construyendo cimientos de un verdadero Instituto realmente Mexicano de plena Cinematografía.
Hace unas cinco semanas he terminado la filmación de un proyecto de tesis en el cual Alfredo Joskowicz Bobrownicki es el asesor principal de realización, circunstancia que volvió al cortometraje aún más difícil de filmar pero un proceso creativo incomparablemente más disfrutable. En estos tiempos sigo siendo un lego y un creído imberbe; en este lugar sigo corriendo ahora en una superficie más dura, la del medio profesional al que he decidido dedicarme y la del país que me convoca a no voltear la vista y filmarle de frente. Casi siempre termino encontrándome pensando en cómo calmadamente rabiaría mi Maestro por éste o aquel plano que faltó o que no se entiende, fuese en los videos del actual movimiento social o en el corto de tesis.
De un modo u otro tendré que guardar cada uno de esos planos para poder sentir unas palmadas en la espalda, esas que me confiesen que mejor debo dedicarme a jalar cables. Tendré que ser paciente y no sufrir demasiado bajo esas nubes negras que decías siempre ver sobre mi antes de empezar un rodaje.
06.07.12