por Verónica Ramírez
¿Usted, querido lector, cinéfilo o pasajero de rumbos fílmicos, alguna vez ha sentido que desperdició 90 minutos de su vida? No se necesita un estándar de edad, para la sensación monógama audiovisual de haber visto una merde de película, insultando a la inteligencia. Vamos, una película tan mala que ni para dominguear con los sobrinos.
Existen películas que nacen para morir, que desde lejos apestan, y hay otras que embaucan prometiendo un algo construido en parte de nuestra expectativa, en parte de la publicidad enajenada. Alguna vez alguien me dijo, hablando precisamente sobre este tema, que la virtud estaba en lograr hacer una película, ya que es sumamente difícil levantar un proyecto y sobre todo que este mismo tenga su happy end en las salas.
Y sí, eso podría ser toda una hazaña, pero precisamente por esto es que se debería de hacer un cine, ya no decir con mejor calidad, sino más bien en el que sus titulares hayan puesto toda su creatividad, pero sobre todo hecho con un cuestionamiento y su posible respuesta. Ya que cada filme es empezar de ceros, literalmente.
Que quede claro que me refiero sólo a esas malas películas, porque también existe el caso de películas que de tan malas se vuelven buenas, debido a una sustancia poderosa dentro, muy dentro de ellas. Es decir, hablo de la mediocridad y del criterio con que se hacen las cosas, uno termina preguntándose ¿quién invirtió para la hechura de este filme? Algunos dicen, “la película es cine comercialâ€, como si con ser “cine comercial†no tuvieran el compromiso de hacer algo con calidad, otros que pretenden darse sus fumados aires autorales, como si con eso aprobaran en automático, cuando la verdad es que sólo están a merced de sus bajos egos hediondos.
Discutamos, provoquemos, una acción por y para el cine. Espero que este panorama brinde el suficiente coraje para comprometernos por ver y hacer un cine sustancioso, propositivo, reflexivo, divertido, apasionante.
Lo único que me queda, a manera de esperanza churrigueresca, es que hay un cine que se está haciendo en este país (por no decir la trilladísima frase “cine mexicanoâ€) un cine comprometido consigo mismo, que está haciendo ruido, pero lamentablemente muy poco ha podido salir del círculo festivalero-cineteca.
Concluyo con una pregunta parafraseando un poco esa letanía popular del huevo y la gallina: ¿quién fue primero, el espectador o la película?