Al principio era el verbo.
-No, al principio era la emoción.
(Boy meets girl, 1983)
Si Carl Theodor Dreyer (Dinamarca, 1889) toda su vida se dedico a tratar de demostrar la existencia del alma humana a través de sus películas, Léos Carax (Francia, 1960) ha sido capaz de filmar la existencia de la libertad humana. La libertad como un abismo de conquistas, unas veces ganadas o otras (muchas) veces perdidas, la libertad como esa voz única e interior que nos llama a irle a confesar a la persona amada nuestros sentimientos, esa libertad cuando quitamos las manos del manubrio, esa loca e infantil libertad es la que filma Léos Carax.
āUna película es un impulso que fuerzas diversas intentan romper. Una película es un crimen... Sólo se habla de ella con uno o dos cómplices, y aún así, las películas más bellas son bosques profundos. El cine, como la guerra, obliga a los hombres a vivir su muerte. "La vida me ha cerrado, el cine me abreā dice Carax, considerado como el sucesor de Godard en algún momento. Para este realizador galo la libertad vive en el presente aunque quiere conservar el pasado, congelarlo en un momento de nostalgia por que conducirlo al futuro es a su desaparición. Por eso sus personajes aman el movimiento, por que al igual que muchos de nosotros cuando adolescentes es la máxima expresión de la emoción que amenaza con disiparse, con evaporarse. En tiempos en los que el cine de autor se ha convertido en una fábrica de firmas y sellos pretenciosos, Carax revisa -con la inocencia de un cineasta al ver la necesidad de reinventar-, a la vida a través de la experiencia de hacer y mirar cine. Cuando veo a Mireille Perriere de Boy meets girl (1984), vemos a la Renee Falconetti de La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne dāArc, 1927), de Dreyer, como una forma de reivindicación tan frontal que me conmueve.
Como el niƱo que cuenta a su manera una historia que le han contado muchas veces, Carax nos descubre que el caos, el error, la locura, elementos que nos permiten asumir ese juego de ser amado, amar, devorar, un ojo a veces amante, otras veces devorador y destructor. Así son los ojos de Alex de ese Alex-Denis Lavant tan fácil de hermanar con ese Antoine Doinel-Jean Pierre LeĀ“aud del cine de Truffaut. Un cine que se sabe de la suma de los fragmentos de la vida, de la celebración del éxtasis de sentirte vivo, de echarte a correr al ritmo de Modern Love de David Bowie en una de las secuencias más hermosas en la historia del cine. En el cine de Léos Carax nos encontramos ante historias de amor verdadero, que si bien es un amor gastado, loco, destructivo y no correspondido, son historias que se transforman cual truco de magia delante de nuestros ojos pero es precisamente de ese movimiento mágico que surge la música.
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