por Joshua Oppenheimer
El cine tradicionalmente está hecho por películas que tratan sobre el bien que combate al mal, “los buenos” enfrentan a “los malos”. Pero esos buenos y malos sólo existen en los cuentos. En realidad, cada acto de maldad en la historia ha sido cometida por seres humanos como nosotros.
Creo que disfrutamos tildando a los demás como el mal. Tal vez porque, al hacerlo, nos repetimos a nosotros mismos que somos diferentes, que somos buenos. La empatía no es un juego para no sumar, y sentir empatía por un asesino no quiere decir que sintamos menos empatía con las víctimas, todo lo contrario. La empatía es el principio del amor –ese sentimiento inconmensurable–. Para ver The Act of Killing les pido que se reconozcan a ustedes mismos en Anwar, un hombre que quizás ha matado a mil personas. En el momento en que lo hagan, sentirán instintivamente que el mundo no se divide entre buenos y malos... y más preocupante aún: que estamos mucho más cerca de los perpetradores de lo que nos gustaría creer.
Mi película pone un espejo perverso delante de Anwar y de la Indonesia contemporánea. El mismo espejo que pone delante de todos nosotros, porque precisamente dependemos del trabajo de hombres como Anwar y sus amigos [especie de policía política. N. de la R.] para nuestra supervivencia. La realidad que se ve en The Act… no es un mundo de disparates, distante, donde lo negro es blanco y lo blanco es negro, sino que es la parte más oscura de nuestra realidad: todos dependemos del sufrimiento de otros para alimentarnos y vestirnos. Todo lo que puede tocar mi cuerpo, incluyendo la computadora con la que escribo esta carta, trae consigo el sufrimiento de las personas que lo facturaron. Cada fábrica de explotación en el mundo se encuentra en un lugar donde existe la violencia política, donde los perpetradores han ganado y todavía están en el poder, y donde un pasado terrible mantiene a la gente con tanto miedo que ningún precio lleva consigo el costo humano de todo lo que compramos. Lo que nos hace responsables.
Empecé este viaje hace casi una década. Filmé a algunos de los sobrevivientes del genocidio indonesio (1965-1966). Nos hicimos cercanos, se convirtieron en mi segunda familia, aprendí su idioma. Pero cada vez que filmábamos, los militares nos detenían, y era aterrador para los sobrevivientes, que todavía están sujetos a un régimen de apartheid político que los designa como “impuros”, negándoles a ellos y a sus hijos una educación, empleo, incluso el derecho a unirse libremente.
En algún momento dado, uno de los sobrevivientes sugirió que filmara a sus perpetradores: “Van a presumir”, me dijo, “filma su jactancia, y los espectadores podrán ver las razones de nuestro miedo”. Durante muchos años filmé a cada perpetrador que pude encontrar, dirigiéndome hacia el norte de Sumatra donde se encuentra el petróleo y las plantaciones de caucho, y seguí la cadena de mando de la ciudad de Medan, más allá de los generales del ejército, en Yakarta. Anwar, el protagonista de The Act…, llegó cuando ya había filmado a 41 líderes del escuadrón de la muerte.
Sin excepción, los perpetradores estaban abiertos, dispuestos a contarme lo que habían hecho. Por lo general, ellos insistían en que filmara en los lugares donde habían matado, y espontáneamente se ponían a recrear las matanzas. Después de mostrarme la forma en la que lo habían hecho, muchos de ellos, lamentaban haber olvidado sus machetes como accesorios de demostración, o algún amigo que pudiera hacer de víctima. Sabía que su franqueza era, en realidad, una consecuencia de una representación de la impunidad. Pero ÂżDe qué se jactan? ÂżCómo querían que yo los viera? Como realmente se ven a sí mismos.
Los perpetradores en las películas normalmente niegan sus atrocidades (o bien piden disculpas por ellas), porque en el momento que el cineastas llega, han sido retirados y sus acciones condenadas. En este caso, yo estaba filmando genocidas que ganaron, que construyeron un régimen de terror basado en la celebración del genocidio, y que hoy permanecen en el poder. Ellos no se han visto obligados a admitir que lo que hicieron estuvo mal. Al principio, tomé su jactancia sin ningún remordimiento, pues ellos mismos están orgullosos de lo que hicieron. Sin embargo, comprendí que esa especie de complicidad mía fue demasiado apresurada, pues la jactancia de los asesinos era, quizá, el desesperado esfuerzo por escapar de sí mismos, de los hechos.
Si ustedes o yo hubiéramos matado, y tuviéramos aún la posibilidad de justificarnos a nosotros mismos, estoy seguro de que la mayoría lo haría. De lo contrario, cada mañana tendríamos que mirar en el espejo a un asesino. Los hombres en The Act… todavía pueden justificar lo que hicieron debido a que no creen en su propia justificación. Por ello se vuelven más estridentes y la justificación se transforma en desesperada celebración, no por falta de humanidad, sino porque saben que lo que hicieron estuvo mal, pero era su deber.
La celebración de los asesinatos en masa puede, entonces, ser un signo de humanidad. Esa es probablemente la paradoja en The Act…. La tragedia, sin embargo, es que la celebración de la muerte requiere que cometan más maldad, que opriman a sus víctimas, e incluso que reanuden la matanza. Después de haberte corrompido a ti mismo matando a una persona, si ahora te lo vuelven a pedir, no te puedes negar a menos de que admitas que la primera vez fue un error aceptarlo.
The Act… hace preguntas difíciles acerca de lo que significa ser humano. ÂżQué significa tener un pasado? ÂżCómo hacemos nuestra realidad a través de la narración? ÂżY cómo, siendo una parte crucial de esto, usamos la narración para escapar de nuestras verdades más amargas e indigestas? The Act… ha transformado la forma en la que los indonesios hablan de su pasado y su presente. En respuesta a la película, la corriente principal de los medios de comunicación de Indonesia publica ahora, por primera vez en 47 años, investigaciones serias sobre el genocidio, y sobre el papel de los llamados mafiosos en la política.
Según un miembro de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Indonesia, la película actualmente es el trabajo cultural más influyente en Indonesia. Ha llegado como el traje nuevo del emperador: todo el mundo sabía que la democracia de ese país era una farsa corrupta construida sobre el miedo, que cualquier político podría ser un gángster [palabra que para los indonesios en el poder es sinónimo de “free men”] o un asesino, pero nadie se atrevía a decirlo. Pero una vez que se ha demostrado con tanta contundencia, tan emocionalmente –y por los mismos perpetradores– no se puede negar, y no hay vuelta atrás.
28.06.13