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X de sexo

En su más reciente libro en colaboración, La pantalla global (L’ écran global, Du Seuil, 2007), Gilles Lipovetsky y Jean Serroy abordan por su puesto el tema de la pornografía desde su perspectiva del discurso del hipercine. Y aunque sólo lo describen, vamos viendo (en este extracto, al que se le tuvo que enmendar la plana, descortesía de Anagrama) cómo se toma nuestro tema del mes desde la sociología aplicada a los medios masivos de comunicación a través de la mirada de la postmodernidad más desesperantemente espantada de lo que ve.

 

por Lipovetsky y Serroy (invitados especiales del sermón de este mes)

 

La violencia y el sexo en el cine siguen el mismo destino de lo extremo. Si la primera se despliega de forma hiperbólica, el segundo se muestra en una espiral de exceso orgiástico. Ya estamos lejos de la liberación sexual de los años setenta, lejos de la sensualidad ligth con pretensiones chic de Emmanuelle (Jaeckin, 1974), lejos del porno con pretensiones electrochocantes de Exhibition (Davy, 1975). Estamos en los tiempos de la democratización, la legitimación, la proliferación del sexo duro.

No hablamos del cine “sucio” a la antigua, avergonzado, furtivo y destinado a una minoría, sino de un género nuevo, con actores profesionales conocidos y reconocidos (los “sementales” y las “cachondas”) y dirigido a un público de masas: la industria del porno estadounidense produce unas 10 mil películas al año con un beneficio mayor que la producción hollywoodense. Y no ya las X, sino las XXX hiperrealistas e hipertróficas que presentan las prácticas más extremas, como los gangbangs y otras multipenetraciones en primer plano.

Después de “la parte maldita”, cara a Bataille, la parte del teleobjetivo libidinal. No ya la transgresión, sino la exacerbación pura e ilimitada de los órganos y de las combinaciones eróticas. Exclusión radical del sentido, de la afectividad, de lo racional: sólo queda lo híper. A este respecto el porno se presenta como una representación de la época del hipercine que se abandona al maximalismo, al enseñarlo y verlo todo, como corresponde a la escalada posmoralista de la supereficacia y el sexo en abundancia. […]

En esta época que inauguramos aparece incluso en los más puros productos hollywoodenses, durante mucho tiempo gobernados por leyes rigurosas y puritanas que medían el alcance de los escotes y prohibían cualquier asomo de vello íntimo. Pero ahora, Sharon Stone separa las piernas en Bajos instintos (Verhoeven, 1992) y todo el planeta se inflama. La lujuria triunfa por doquier… Lo que estaba reservado al dominio X se ha transformado poco a poco en moneda corriente. Ahora se hacen intercambios de pareja, sodomizaciones, copulaciones, masturbaciones, felaciones e incluso autofelaciones en directo.

Virgine Despentes y Coralie Trinh Thi anuncian [con el comienzo del nuevo siglo su producción fílmica que a más de uno le hizo levantar la ceja], Baise-moi (2000). La directora Catherine Breillat, vinculando feminidad y conquista del placer, recluta a Rocco Siffredi en Romance X () para que satisfaga como es debido a la protagonista. En Ken Park (2003), de Larry Clark y Ed Lachman, aparecen adolescentes haciendo el amor en pareja y en trío y al final eyaculan sobre la pantalla. En las sombras nocturnas de un club neoyorquino donde el sexo refleja el deseo desenfrenado de vivir después del 11 de septiembre, vemos en Shortbus (Cameron Mitchell, 2006) a heterosexuales, gays y bisexuales –actores voluntarios– amándose de todas maneras y en todas las posturas posibles.

La época en que los actores simulaban ha cedido el puesto a un cine nuevo en el que ya no basta con representar y donde hay relaciones sexuales auténticas delante de la cámara. Hipersexo, hipercine: en la era del híper, la comedia de Eros ya no es totalmente comedia. Las antiguas fronteras que separaban la simulación y lo real se han salvado en beneficio de una hiperrealidad videolibidinal. […]

En 2007, productores sensibles al espíritu de los tiempos lanzan Destricted (vv.aa., 2010), una película con la que quieren dinamitar las fronteras entre cine y pornografía y que consiste en siete cortos de diferentes directores que, derribando las barreras, muestran que incluso el arte más exigente expresa el sexo por sí mismo y sin rodeos. Amor, siempre; pero sexo, cada vez más, símbolo del placer extremo, metáfora del éxtasis de ser otro, sueño de la liberación de los grilletes de la vida cotidiana. Crash (1996) dice el título emblemático de la película de Cronenberg en la que se dan cita la velocidad, la violencia y el placer.

No se puede explicar este auge del sexo hiperbólico apelando sólo a la lógica comercial. La realidad es más compleja. Hunde sus raíces en la revolución cultural de los años sesenta, en la transformación de las costumbres, la desaparición de los tabúes, la amoralización del referente sexual. Con esta diferencia más o menos radical, allí donde la modernidad se basaba en la reivindicación emancipadora, la hipermodernidad se basa en la normalización consumidora. […] El exceso ya no se siente realmente como exceso. Se ha asimilado y normalizado, al mismo tiempo que se ve arrastrado a una huida hacia adelante: tras la liberación de los cuerpos, viene la liberación de las imágenes y de las palabras que hablan de erotismo, de lubricidad, de Sodoma y Gomorra. La disolución del “no” transgresor ha abierto las puertas a las exageraciones de lo híper.

 

07.10.13

 

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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