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Confesiones de un consumidor de porno

El encuentro de un transparente día en la vida salvaje de un hombre cuyo declarado derecho es confesar que ama la pornografía... compulso, maníaco, íntimo y loco.

 

por Opiano M. Martello

La vagina, tal y como la conocí por vez primera, era un triángulo invertido de espuma negra que se asomaba de entre las piernas de una señora. Yo entonces era apenas un párvulo de siete u ocho años. Su imagen vino a mí impresa en un ejemplar de Playboy propiedad de mi abuelo. La vagina era de María Conchita Alonso. Antes de este episodio ignoraba el aspecto de la vagina. Mi abuela, tías y madre, con las que compartía el modesto hogar, siempre mantuvieron en alto el digno sentido del escrúpulo al no mostrarse jamás descubiertas de esa zona. Con los senos no había tanto recato. Y aunque la educación familiar que se me indujo siempre estuvo fuera de la gazmoñería católica, ahora que lo pienso, la ausencia de una moral que fungiera por lo menos de contención, aunada al recato y la cautela procurada, ha sido el corto circuito de mi existencia, pues bien, un fatal error.

Fue después de ese primer encuentro, distante, estático y vulgar, que una obsesión comenzó a fraguarse en mí. El cuerpo de la mujer habíase trocado en un enigma existencial. Los resquicios incógnitos de lo corpóreo femenino acaparaban la totalidad de mis reflexiones infantiles. Tenía que ir más allá. Me di a la tarea de rastrear entre el montón de la colección prohibida, única herencia del abuelo, más revistas así. 

Para mi asombro, encontré una que escapaba a la usual ligereza de las demás. Se trataba de la publicación mexicana La Maestra, que mostraba como modelos a mujeres comunes y corrientes en habitaciones paupérrimas. Entre las páginas de dicho número, había una foto en brutal close-up de una vagina lampiña como nunca la había visto. Pliegues cavernosos, tonalidades oscuras y rosáceos en dermis escamosa.  Debo confesar que al verla un sentimiento de repulsión al mismo tiempo que de fascinación anidó en mí. Me volví loco.  Me era difícil coordinar la confusión entre tan fuertes y contrarias sensaciones. Reparé que nunca en mi corta existencia una imagen me había provocado eso, hasta el grado de activar reacciones físicas palpables. Estaba de cara a la erección. Espantado, arrojé aquél folletín detrás de un mueble. Los días posteriores estuve enfermo de fiebre de angustiosos delirios sobre la mujerzuela desgarbada de esa vagina amada mía.   

              

Es en plena pubertad, después de numerosas revistas pornográficas, que mi búsqueda hacia una teleología erótica se afirmó como sino. Mi alma no descansaba, pues quería sacar a ese objeto de deseo de la inercia. Verla actuar, palpitar gozosa de vida. Intenté espiar a mis tías y a mi madre en la ducha, pero fui aprehendido (a mi abuela no, de verdad que no). Fue así que con mis penosos ahorros me decidí en conseguir una película VHS de las que vendían afuera del metro Zapata. Escogí la que a mi parecer mostraba en la portada a una linda joven con un portentoso miembro masculino llenando toda su boca.

Esperé con paciencia la oportunidad en la que pudiera disponer de tranquila soledad en casa. Llegó por fin ese día. Uno de los más emocionantes y definitorios, pues justo coincidía con que aquella noche fui convidado a una fiesta estudiantil. Me dispuse entonces a ver esa película yo y mi líbido más expandido. Absorto como antes, pero ahora entregado a los efectos de la embriaguez vertiginosa de las imágenes en movimiento es que pude ver en ese filme las formas más extravagantes de copulación que hay entre hombres y mujeres. Hubo un episodio en particular que captó mi atención. Se trataba de una altiva mujer de cabello negro y tez blanquecina que era penetrada por un hombre mientras que ella le propinaba una felación a otro. Creo haberme masturbado más de doce veces al hilo.

Es bella la juventud, su vigor y arrojo, pues después, gracias a algo que en mí indicó el limite de la faena concupiscente, me dirigí hacia a la citada fiesta de los compañeritos del colegio, sin más. No iba motivado con ninguna intención más que la de la curiosidad. Al llegar me encontré con un amigo que, igual de precoz que yo, pero en otras artes, había contrabandeado una botella de ron, la cual iba repartiendo con discreción entre el grupo a costa de que no se percatara la gente mayor de la casa. Ya pasadas algunas horas, una chica de cabello negro, facciones afiladas, tez blanca, se acercó y me espetó con etílica decisión.

-¿Quieres ser mi novio de hoy?- me preguntó.

Este gesto me perturbó de varias maneras, pues jamás una chica me había abordado así y con semejante propuesta. Respondí que sí, casi tartamudeando. Nos besamos con todo y lengua. Fue mi primer beso y me enamoré. Transcurrida la noche nos dimos otros besos más y al final compartimos teléfonos. Para mi lamento, ella me dio un número falso. Nunca pude encontrarle el rastro o alguien que me diera pista de cómo dar con ella. Se llamaba Ruth.

Tras ese excitante día y por el conjuro de los hechos es que caigo en cuenta de un algo que operó en mí psique y me determinó para siempre. A Afrodita me encomendo. Ese día mi percepción hacia el cuerpo de la mujer, la excitación física de la pornografía, el sexo en su mayúsculo fenómeno;  la calidez, sorpresa y ternura de un primer beso de romántica excepción  cristalizó en un cosmos estético del que nunca podré desprenderme. Pero será el gesto de haber sido utilizado en un fugaz instante por un ser insospechadamente amado el que selló ese crisol. A partir de entonces veo porno con vehemencia en espera de enamorarme en algún momento. Ahora soy un obcecado internauta del porno, como muchos. Visito todas las categorías del Pornhub, YouPorn, Redtube y de sitios de pornamateur para practicar una exégesis de los genitales femeninos. He de decir que me atraen especialemte las mujeres de cabello negro y piel clara. Estoy atento a los nuevos videos de Olivia Olovely, Rebeca Linares y Madisson Parker; y sigo fantaseando con Maria Conchita Alonso y la mujer anónima, asquerosamente preciosa de aquella edición de La maestra. He derrochado una cantidad incalculable de semen frente a la pantalla, pero también he tenido las experiencias sexuales más desquiciantes que cualquier otro fantasea incumplidamente en su arrinconado e ilusorio eterno matrimonio. Desde el threesome, hasta el gangbang,  pasando por el foot worship slavery, la clismafilia, el facesitting, el copro ( con vidrio, sí, aún soy un poco mojigato), el boundage, el homo,  la electrocución con cadenas y más. Vivo en esta pornotopía de la que el sistema timorato del amor eterno me ha expulsado.  Lo celebro, no obstante.

        

 El cine de mayor estésis, de mayor incidencia física, es la pornografía, al que he de agradecer y culpar la gran ausencia emotiva para llevar a buen término mis relaciones amorosas. A menos que vea en un filme a una jovencita de cabello negro, esbelta, de tez blanquita, enfiestando y dándose unos besos con algún desconocido.  Es ahí cuando también se me para y pierdo, de nuevo, la cordura.

 

10. 10. 13

Opiano Marciano Materllo


Me expulsaron por convención, no por convicción. Yo hubiera querido ser de otra manera, pero así me tocó. Estudié el sentido de esta experiencia y me gradué en el Centro de Diseño de Reflexiones Teleológicas. Hago cine a escondidas, cuando los demás terminan de filmar, yo tiro pietaje usado, se ve más chido y....ver perfil
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