por Miriam Matus
Apareció una colegiala en el horario nocturno del Golden Choice, que por desobediente se había quedado hasta tarde en el salón de clases mientras uno de sus maestros le acariciaba suavemente la entrepierna por debajo del pupitre. No cambié de canal, y me convertí en testigo voluntario de lo que sucedió aquella tarde entre el avejentado docente y la descarrilada Lolita. El siguiente martes, a la misma hora, volví a atrancarme en el cuarto, con la esperanza de que el Golden me ofreciera una historia similar. Afortunadamente sucedió, y fue entonces que presencié lo que pasaba en las otras aulas, pero no sólo eso, luego también sucedieron cosas en la sala de masajes, con la niñera, con la vecina, con la doctora, con la secretaria, con la sirvienta y... bueno, un sinfín de situaciones (chafísimas) que hacían del martes un día cáustico cada vez que mi familia se quedaba dormida temprano y yo veía la oportunidad de encerrarme en el cuarto de la tele, muteando el volumen cuando el placer se propagaba a través de las bocinas.
Jamás se dieron cuenta (espero que no leas esto, mamá), me ahorré la vergüenza y seguí viendo porno ya en mi propia casa, con mi novio, en el hotel, sola, con alguien más… sin tener que encerrarme tras la puerta, ni estar al pendiente de los insomnes.
Lo que pasó después no sé exactamente de dónde vino, pero a veces sucede que lo que tanto te gusta comienza a incomodarte para mal, y así me pasó con todos estos vídeos, al grado que decidí bajarme del tren. No sé en qué momento precisamente, seguro fue cuando todas esas imágenes que en un principio parecían tan lascivas –dignas de la clandestinidad– comenzaron a desdibujarse, a quitarse la manta de lo obsceno y develar historias más bien parcas, protagonizadas por un monótono vaivén inguinal que me hacía dudar si estaba viendo Youporn o incipientes escenas de apareamiento en Animal Planet. Una literalidad tal, que en ocasiones sentía que podía estar ante una clase de anatomía. En fin, lo que más me costaba trabajo era no reírme ante la inverosímilitud de las mujeres-pop-neumático que sobreactuaban un orgasmo mientras el semen se colisionaba contra su cara y contra sus enormes tetas; o el falso placer de la estudiante, la doctora, la masajista, la niñera y de todas las demás al hacer cualquier cosa que el acompañante masculino deseara. No me estaba convirtiendo en moralista, simplemente estaba frente a una fantasía que ya no me correspondía y que siempre se planteaba bajo una misma estructura narrativa: penetración-destino, eyaculación-final.
Como resultado, mis bragas comenzaban a secarse. Tenía que haber otras opciones que dibujaran un deseo que sí me interpelara, ¡por favor!, la sexualidad no podía estar tan acotada.
​Afortunadamente encontré a la Postpornografía: una declaración de guerra no sólo en contra del metarrelato del porno tradicional, sino contra la representación tradicional de la sexualidad humana. El objetivo: trastocar la forma en la que pensamos nuestro propio cuerpo, nuestro propio género, deseo y libido, a partir de imaginarios sexuales subversivos, que fracturan y tratan de resignificar la manera en la que cogemos (subjetiva y objetivamente). Nada simple, y tal vez utópico, pero mientras tanto, el postporno camina, y con el paso es que va generando experimentos audiovisuales que sí manifestan diversos deseos, algunas veces discretos y llenos de ternura, y algunas otras inquietantes y abyectos, dignos del ojo de Sade o de Bataille.
Un ejemplo: Ellin Marguson hace un ensayo audiovisual postpornográfico con dos cuerpos totalmente cubiertos por una tela casi blanca; son siluetas sin rostro que juegan las veces de una pantalla vacía, en la que es posible proyectarnos y tener un rol en este diálogo del tacto, el mismo tacto infame que transgrede los límites de este vestido claustrofóbico y convoca al deseo a través de una latente promesa de desnudez, mientras se perpetúa en la memoria de la tela el recuerdo líquido del faje.
El porno tradicional (ese que descubrí la primera vez en Golden Choice) es la imagen de una fantasía sobre la masculinidad mítica, que existe y tiene todo el derecho de ser representada. Este texto jamás estaría inclinado hacia su censura, sin embargo, como texto, sí trata de recalcar la necesidad de difundir otras representaciones de la sexualidad humana un tanto más imaginativas y pervertidas, que propongan distintas formas de coger y de hacer el amor, de tocar, de penetrar y también de terminar. ¿Dónde más podemos besarnos?: detrás de la oreja, en el párpado, en la cintura, justo en el glande, o en la entrepierna, resbalando los labios, para después acariciar el clítoris con la punta del pene, o con la punta de la nariz. ¿Por qué no? Después de todo, como bien dijo la Kruguer, "tu cuerpo es un campo de batalla".
Si quieren ver más formas de hacer Postpornografía y explorar(se), acá algunos links:
Annie sprinkle, página oficial: http://anniesprinkle.org/
Dirty Diaries, película de cortos Post-pornográficos: http://www.miaengberg.com/dd/
Acá se puede ver todo el corto de Skin: http://vdownload.eu/watch/9840316-skin-by-elin-magnusson-from-dirty-diaries.html
23.10.13