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Berlinale, día 1. Gran hotel Budapest

Breve crónica intimista de grandes días cinéfilos en Berlín, además del comentario crítico de la película inaugural de nuestro hombre parado en la ciudad paradigmática de la Europa actual, que termina siendo retratada, entre risas, por el propio Wes Anderson.

 

por Cuauhtémoc Pérez-Medrano

 

Noche tranquila en Berlín. De no ser por la inauguración de la Berlinale 2014, parecería un día como cualquier otro en una de las ciudades más grandes de Europa. La euforia de la apertura es visible en algunos puntos de la ciudad como manchas de luz y montones de gente. En el Berlinale Palast sobre la Alter Potsdamer Strasse se halla toda la parafernalia de un festival de cine: alfombra roja, guaruras, dispositivos policíacos, fotos, gente, artistas, chistes malos, presentación del grupo musical de moda, glamour, discursos políticos y demás cosas. Por otro lado, el evento de apertura fue también proyectado en el Friedrichstadt Palast, que lució repleto.

Al final de la proyección del evento oficial, un poco tedioso y con un auditorio expectante, se abrió oficialmente el festival con la película de Wes Anderson, The Grand Budapest Hotel (2014). Previo a la proyección, el mismo Anderson en compañía de Bill Murray y Dieter Kosslik, organizador del festival, dieron la bienvenida en el Friedrichstadt Palast, y con la sentencia de las palabras de Murray: “¡Hoy van a ver la mejor película que este hombre haya hecho!”, vino el aplauso unánime de los asistentes, el gesto de incredulidad de Anderson, y a petición de Murray corrió la cinta mientras en las butacas se acomodaban las altas expectativa y la emoción de los berlineses y el público internacional presente.

Personalmente debo confesar que no me sentía atraído por el primer cine de Anderson. Desde The Royal Tanenbaums (2001) y hasta The Darjeeling Limited (2007) se percibía el humor simple, repetitivo, con personajes raros, que sugerían la búsqueda de una poética propia a través de colores pastel, clichés, y donde sólo en ocasiones emergió una risa sincera. Pero si se tratara de situar un cambio en estilo en su obra, podría decirse que es la introducción del elemento escenográfico, el ambientar una época. Me parece que no es hasta Moonrise Kingdom (2012) que se consolida en Anderson una manera propia de presentar historias que incluye las poéticas del kitsch, del absurdo por medio de la extravagancia, además escenografías plásticas y caricaturas de lo raro. El Anderson en el 2012 fortifica ciertos aspectos de su trabajo y aparecen ciertos detalles distintivos y repetitivos aún vigentes y visibles además, en la incursión de ciertos dispositivos de la cultura pop occidental.

Gran hotel Budapest me hace pensar en que se pueden entrelazar dos estilos que generan de cierto modo una empatía generacional y originalidad en su presentación, y aunque divertida, tiende hacia la banalización y lo comercial: desde Los Simpson a Pedro Almodóvar, dos ejemplos que hacen evidente la caricaturización de la vida, en donde el absurdo a veces “light” y otras no tanto conciben risas honestas. Anderson nos introduce a sus historias como si se tratara de cuentos de hadas, y nos caricaturiza tanto a sus personajes que no agravia la mirada. Vemos proyectados la mente de nuestro niño interior-adulto en la pantalla de cine, para ofrecernos pasar un buen momento.

La película está basada, según el director, en los ambientes europeos narrados por Stefan Zweig y en las comedias del primer tercio de siglo XX. Anderson nos propone una tragicomedia de persecuciones, de crímenes, una intriga situada en la República de Zubrowka,  un lugar imaginario ubicado en algún lugar de la Europa en el periodo entre guerras.

La historia es contada por un el Gran autor, quien nos relata su propio libro, y se presentará como narrador omnipresente de la historia. La película relata el origen y consolidación de la amistad entre Gustave H. (Ralph Fiennes), un conserje mujeriego, gentleman, exigente de todas las minucias y quisquillosidades necesarias para administrar un hotel de lujo, y Zero Moustafa (Tony Revolori), un bellboy, inteligente, presto a ayudar a su amigo conserje en todas sus peripecias.

El nudo de la historia es la combinación de dos sucesos: la extraña muerte de Madame Céline (Tilda Swinton), una vieja y rica amante de Gustav H. y la herencia por la que el conserje debe pugnar con Dimitri (Adrien Brody), hijo de la difunta. El secreto de una carta escondida en un cuadro valioso desencadena, un complot, una persecución y una cadena de asesinatos, que, con la simplicidad, el absurdo y la acidez del humor detonarán las risas, el asombro y un buen sabor de boca para algunos a lo largo de toda la película.

Desde mi punto de vista, y no sólo porque Murray lo haya dicho, Gran hotel Budapest está bien lograda. No sé si es la mejor que haya hecho Wes Anderson, pero lo que sí puedo asegurar es que la película escogió muy bien a los soportes actorales de su historia, y encontró en los chistes simples y en la decoración pastel una manera gringa de contar una historia de aventuras caricaturizada en los años de entre guerras en una Europa donde el totalitarismo se volvía cada vez más evidente.

El filme agrada por ese humor un poco presuntuoso, que en ocasiones nos hará negar con la cabeza, y en otras invitará a la risa hasta llegar a la carcajada. Luego están ciertas manías de Anderson que codifican su obra. Esa necesidad de los actores repetitivos, con uniformes, con un vestuario pastel, de la caracterización física de los personajes hasta en los detalles, que nos hace pensar en el poder de los objetos y de la aglutinación de códigos que son representados en una sola secuencia. Los objetos se vuelven una extensión de los seres humanos y son los instrumentos que caracterizan a los personajes y nos sitúan en las épocas representadas.

Finalmente, lo que vi en el Friedrchstadt Palast: la gente asistente, no sé si emocionada por la apertura o emocionada por las palabras previas de Murray y Anderson, estallaban a risas en donde había ironía (muy bueno), en donde había absurdo simple (aún bueno), pero también había chistes tan ridículos que no se si debía reír por el hecho simple del contagio de la risa, o sólo bajar la cabeza y negar.

Pese a todo, quedé con un buen sabor de boca al final de la película, contagiado por la euforia de la apertura de la Berlinale 64 y por cierta nostalgia de los objetos viejos, las historias viejas, en el envejecido continente.

 

12.02.14



Cuauhtemoc Perez Medrano


Comenzó su doctorado en Suiza y lo terminó en Alemania, en la universidad de Potsdam. En el entretanto ha vivido en Suiza, Holanda, Francia, Portugal, Alemania, Italia y Malta. Ha trabajado como mesero, botarga, tablajero, conductor de tren, vendedor de créditos, plomero, jardinero, profesor de español, cocinero, b....ver perfil
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