por Cuauhtémoc Pérez medrano
Fotografía de portada: © Berlinale
Friedrichstadt Palast, nuevamente. Falta una hora para la proyección, y ya había muchísima gente esperando entrar, y, como en todos lados, los gandallas se metían y entrometían para poder conseguir un asiento mejor para permanecer cómodo, dentro de lo que cabe, en un viejo sillón de tabla con escuetas colchonetas rojas durante los 145 minutos de duración del filme.
La proyección para este caso es la primera parte de la controvertida Nymphomaniac (2013) del deliberadamente controvertido Lars Von Trier (recordemos que la inclusión del realizador al programa de esta edición de la Berlinale fue criticado, después de que en Cannes, en el 2011, el danés expresó su cierta simpatía por Hitler en la presentación de Melancolía (2011), con lo que se le expulsó del evento con la etiqueta de persona non grata).
Sus declaraciones, a veces torpes, mas los tabúes de las sociedades europeas, han hecho que se le catalogue como un provocador cómodo al elegir temas polémicos, lo que a su vez produce una fama maquiavélica y sensacionalista que oculta el afán del director por hacer historias verídicas, asequibles a la realidad circundante, que coloca su lente en las llagas y disloca las historias narradas. Por otro lado, también Von Trier es un paradigma de la simplicidad de la cámara al hombro, con pocos efectos especiales, un minimalismo en el que la música y la imagen digital comienza cada vez más a intervenir en sus obras.
Lars von Trier eligió para Nymphomaniac no sólo un tema controvertido, pues siempre ha tratado temas sexuales, violentos, dramáticos, sino que su ojo busca contar el chiste racista o misógino, mostrar lo que no se muestra, la mierda, el miedo, el sexo, bajo la poética de la simplicidad que en ocasiones obvia el acto mimético y lo transgrede.
Nymphomaniac es una historia que por su duración ha sido dividida en dos volúmenes. El volumen I comienza con una tarde lluviosa en donde Seligman (Stellan Skarsgård) al salir por leche y pastelillos encuentra a la lastimada Joe (Charlotte Gainsbourg) tirada sobre el empedrado. Seligman le ofrece ayuda, la lleva a casa, y así, entre la convalecencia de ella y la hospitalidad de él, comienza la narración de la autodenominada ninfomaníaca. En su relato, Joe cuenta aspectos sobre su infancia, sus primeras experiencias sexuales, su juventud, y durante esta introspectiva el rol de Joe es interpretado por Stacy Martin en su debut actoral.
En el departamento simple, con una casetera, libros, cuadros viejos, un anzuelo sobre la pared, Joe se recupera y narra su propia historia, Seligman va añadiendo comparativos, acotando, preguntando, imaginando la historia contada. El acto de autoafirmación sobre maldad o insensibilidad que expresa Joe, es contrarrestado con la relativización de los hechos y los comparativos que indaga el viejo Seligman. Es un juego voyeurista si se quiere, el asomarse a la imaginación y la vida íntima de una persona, sólo que Lars nos ahorra un poco el trabajo, y nos da elementos para desnudar a una ninfomaníaca, ¡qué perogrullada!
No se trata sólo del hecho de mirar una historia erótica o muy explícita si se quiere, es la necesidad muy klossowskiana de mirar no sólo detrás de la puerta, o entre las cortinas de la ventana, sino de hacerlo como omnipotente juez. Como película porno, Nymphomaniac es una muy mala. Quizá por ello se le ha denominado soft porn, porque el aspecto pornográfico se borra con la explicites, una suerte de examen anatómico de la depresión expresada por el cuerpo. No olvidemos que un acto muy humano, o mejor dicho, muy instintivo, es el de enfrentar a la muerte, y muchas veces el sexo es una manera instintiva de refrendar el acto de vivir.
Como mencioné, la película, por su duración, está dividida en dos volúmenes segmentados en ocho partes. Para esté volumen I, la historia que se nos cuenta son las primeras cinco partes (capítulos): “The complete angler”, “Jerôme”, “Mrs. H”, “Delirium” y “The little organ school”. De ellas, el emblema es “Mrs. H”, o por lo menos fue en esta parte en la que el público de la Berlinale reaccionó de manera muy positiva. En ella entra en escena Uma Thurman dentro de unas secuencias que esputan ironía, absurdo. Un aplauso del público en medio de la película.
En general, pese a la controversia, si miramos la película sin autor, sin Cannes, sin referentes otros, podemos disfrutar una muy buena película y delimitada historia de una humanomaníaca. El sexo es sexo. La pornografía, el erotismo, y la cursilería son modos de pintarlo. La ninfómana de Lars von Trier es, al menos en esta parte, una humaníaca, y esperamos la segunda parte para confirmarlo.
Como colofón, solo agregaría poner atención a la música del filme, pues más allá del oscuro y metal sonido de la banda alemana Rammstein, Johann Sebastian Bach aparece como el pornósono de la música. Y lo es, ¿o a poco no?
14.02.14