por Julio César Durán
El escenario del interior de Canadá está puesto. Un pueblo granjero en apariencia olvidado, ignorado tal vez, misterioso, oscuro, en el cual se verá insertado un elemento ajeno, un personaje que no pertenece ni entiende la hostil dinámica del lugar: Tom. El joven protagonista aparece con una marcada diferencia con el espacio que está descubriendo, como en un filme de terror convencional, se nos revela perdido, los movimientos de cámara anuncian una desorientación y el extraño vacío nos empapan, él “pierde el conocimiento” y despierta en otro mundo, donde su primer choque será la madre de su difunto amante. Así comienza Tom en el granero (Tom à la ferme, 2013) del precoz autor Xavier Dolan.
Un ambiente rarificado contribuye a una película que se estiliza lo más posible, manteniendo las reglas del thriller más acabado que logra poner al servicio de un cine personal, atrevido a la vez que presto para conectarse muy bien con el público. En esta ocasión Xavier Dolan, el joven director –éste es ya su 4° largometraje con tan sólo 25 años–, editor y también actor protagonista, se aleja de los dramas amorosos para tomarse un respiro y ser más agresivo con sus maneras cinematográficas. El resultado es un gran uso del género fílmico, mismo que se catapulta desde la claustrofóbica visita de Tom al pueblo donde su novio Gillaume (recién fallecido) creció y donde quedará varado tras su funeral.
Basado en la obra teatral del laureado dramaturgo quebequense, Michel Marc Bouchard, quien co-escribe el guión con Dolan, el filme nos encierra en un universo hostil desde el inicio y continuará en un oscuro juego de tensiones emocionales y psicológicas, hasta conseguir un liberador aunque abrupto desenlace. La cámara precisa de André Turpin (Incendies, 2010, de Denis Villeneuve) nos introduce aquí con una serie de plano-detalles que ponen el tono asfixiante a todo Tom en el granero al lado del dolor por la pérdida del ser amado, tras ello los planos aéreos de la provincia canadiense nos presentarán a uno de los grandes antagonistas de esta obra: la aplastante horizontalidad de los campos que se extienden sin fin en la profundidad de la pantalla. Produciendo una inflexión al tópico eterno del horizonte como posibilidad y a las largas extensiones de caminos como invitación al escape, aquí el realizador acierta en convertirlo en la peor prisión con su gris ambiente y su peso visual que no dejará ir al atormentado protagonista por ningún motivo.
Xavier Dolan transforma al cine de suspenso más barato en una pieza fina y desconcertante, donde la pérdida se convierte en confusión, y la entrada a un mundo ajeno se entiende como un secuestro casi voluntario, aprovechando la tensión sexual entre Tom y su cuñado psicópata, Francis (Pierre-Yves Cardinal) quien al lado de la fantasmal figura de la madre, Agathe (Lise Roy), tendrán contra las cuerdas al pequeño rubio que poco a poco irá perdiendo identidad y estabilidad, mientras “tranquilamente” ayuda en las labores de la granja familiar, tanto que su espíritu se romperá cuando encuentre muerto al becerro que en un punto ayuda a traer al mundo.
La estilización de esta película no se queda únicamente en el buen tino del diseño de producción –con Colombe Raby en la dirección de arte y Pascale Deschênes en la decoración de sets–, sino que se apoya en la acechante música del libanés, Gabriel Yared, y en el montaje que Dolan quizás retoma del primer Polanski, y seguramente del maestro Hitchcock. Así, entre grandes planicies y espacios claustrofóbicos, el geniecillo canadiense todavía nos va a aplastar más y jugará con la relación de aspecto de la pantalla, dejándonos como asustado testigo de un crimen que sólo alcanza lo que una angosta persiana le deja observar.
Tom en el granero se erige como un buen representante del género de suspenso, pero va más allá con todo y sus pistas falsas que se inclinan hacia el cine de diversidad sexual o a la tragedia. Se logra, también, cerrar un círculo con una genial secuencia final, que por su nerviosismo y su inesperada (por sencilla) conclusión, con la liberación representada en los planos abiertos de la gran ciudad y sus altos edificios (contrapuntos a la horizontalidad), lleva de manera sólida hasta el último fotograma al espectador.
16.04.14