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¡Qué extraño llamarse Federico! Muestra 56

El equiparamiento temerario

por Jorge Ayala Blanco

 

En ¡Qué extraño llamarse Federico! (Che strano chiamarsi Federico!: Scola racconta Fellini, Italia, 2013), doblemente resurreccional filme 36 entre sketches y largometrajes (pero primero en una década) del correoso cinecomediógrafo avellinese de 82 años Ettore Scola (Sucios, malos y feos, 1976; Gente de Roma, 2003), con guión suyo y de sus descendientas Paola y Silvia del mismo apellido, una simpatiquísima caricatura en finos trazos se metamorfosea en un gordo viejo terminal Federico Fellini (Maurizio de Santis) de espaldas en el crepúsculo, para que toda su vida desfile por la playa ante él, cuando niño fellinesco entre grotescos sueños fellinescos jugando a reventar enormes burbujas, cuando joven de 19 años (Tommaso Lazotti) arribando por tren a una Roma mussoliniana en blanco y negro para incorporarse como precoz caricaturista en la legendaria revista de humor transgresor Marc’Antonio en perpetua lucha con la censura, acometer muy pronto la escritura de exitosos o abucheables sketches de carpa al lado de su inseparable amigo Ruggero Maccari (Emiliano de Martino), debutar en el cine como coguionista y devenir un lisonjeado cinestilista dueño de un exuberante mundo inconfundiblemente propio y explosivamente ganafestivales y acaparaóscares, pero también, tal como lo asegura un invasor inextirpable Narrador ubicuo, convertirse sobre la marcha y sin saberlo en el ídolo del niño romano Ettore Scola (Giacomo Lazotti) que decidirá seguir sus pasos a muy temprana edad y alentado por un abuelo, se incorporará como caricaturista desde los 16 años (Giulio Forges Davanzati) en la segunda época de la misma mítica y formativa publicación humorística (ya en la posguerra, pero aún en blanco y negro), pasará a colaborar en infinidad guiones hilarantes para cómicos populares, se hará fiel amigo de Fellini por mediación del buen Maccari y al fin se equiparará temerariamente con él, visitándose infaltablemente en sus respectivos rodajes y realizando tantas películas con Marcello Mastroianni (en plan de italiano feo, según irá a reclamar la sua mamma en persona) como el propio genio autobiografiándose espiritualmente a través de él (en plan de idealizado guapo-guapísimo alter ego), hasta el deceso del inspirador compañero incomparable.

El equiparamiento temerario irrumpe en escena visualista con firme pie titubeante como una stravaganza nostálgica de diez filos, una pócima solidaria e inofensiva mitad ego-trip mitad deliquio reverente/irreverente, una desigual pero evocadora mezcolanza de grises reconstrucciones ficcionales y pálido saqueo de archivos fílmicos (con trozos agradeciblemente inéditos aunque sin demasiada revelación, ni mayor gracia), una fatigada y mortecina evocación cinefílica/anticinefílica con la ambigüedad de quien desea rendirse inconfesable pero evidente tributo a sí mismo por intermedio del amigo famoso, el canto de cisne de un sobreviviente del neorrealismo degenerado en comedia sardónica hoy en migajas, polvo, nada.

El equiparamiento temerario se conforma finalmente con ser una réplica del automóvil-confesionario felliniano y diseminar hilarantes e intempestivas secuencias inolvidables, adoptando una actitud análoga al del director del magazine humorístico calificando con impertérrita seriedad materiales desiguales (“Ésta me hace reír, ésta no”), o del Narrador omnisciente todoauscultante que hace valer su privilegio en la barra de un bar barrial (“El narrador no paga”), y ufanándose de haber (en Nos amábamos tanto, 1975) hecho interpretarse a sí mismo a Fellini (y no a un San José violamendigas en El amor, 1948 de Rossellini) o cachado a Mastroianni cual insuperable Casanova decadente (en La noche de Varennes, 1982) una vez desechado por Fellini (junto con Sordi, Tognazzi y Gassman) para su monumental Casanova con el canadiense Donald Sutherland (Fellini, 1976).

Y el equiparamiento temerario se niega al homenaje funeral directo, tipo La gran belleza (Sorrentino, 2013), pero aún así se atreve a desatar cierto pálido rayo de luz en el baile orgiástico de un locazo ocaso clownesco-funambulesco eterno.

 

23.04.14

Jorge Ayala Blanco


Crítico de críticos, entre los críticos, para ellos y en contra de ellos, publica ahora todos los lunes y desde 1989 en El Financiero una crítica siamesa sobre el estado de las cosas en el mundo de los estrenos cinematográficos. Autor de tesoros bibliográficos (actualmente incluso electrónicos) a propósito de e....ver perfil
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