La autoficción usurpada
por Jorge Ayala Blanco
En La danza de la realidad (La danse de la réalité, Chile-Francia-México, 2013), reciclador filme 7 tras dos decenios de inactividad fílmica del mimo pánico psicomágico chileno-parisino de 84 años de Alejandro Jodorowsky (de Fando y Lis, 1967 al aquí inédito El ladrón del arcoíris, 1990 y pasando por el meteórico éxito internacional de El Topo, 1970), con guión suyo basado en su autobiografía homónima e interpretado por él mismo al frente de su progenie, el hipersensible niño judío circuncidado de blonda cabellera pero miedoso y cobarde para su entorno Alejandro Jodorowsky (Jeremías Herskovits) desperdicia sin remedio su infancia desdichada en el recóndito puerto chileno de Tocopilla, donde debe ser de continuo protegido por el sabihondo octogenario en que habrá de convertirse (el propio Jodorowsky hoy), por haber sido hijo de la solipsista madre operática Sara (Pamela Flores) que lo consideraba la reencarnación del abuelo inmolado en un progrom ruso y, sobre todo, de su usurpador autoficcional, el tiránico padre exacróbata-bombero stalinista ucraniano Jaime (Brontis Jodorowsky), absorto por entero en llevarlo a tuzar a una peluquería, endurecerlo mediante una premiada resistencia absurda a la vejación y al dolor, alejarlo de las malas influencias religiosas de un encuerado teósofo derviche del muelle (Axel Jodorowsky) y entregarse a un activismo político como jefe de célula comunista, que lo llevará a enfrentarse a la fuerza pública y largarse a la capital para asesinar a quemarropa al desquiciado dictador militar Ibáñez (Bastián Bodenhöfer), disputar el derecho de hacerlo a un anarquista suprimible (Adán Jodorowsky) y fracasar en varios intentos de consumar el magnicidio, sea en un atentado callejero o en la finca donde habrá logrado incrustarse como caballerango del equino Bucéfalo, favorito del déspota, para acabar con las manos perdurablemente agarrotadas por la frustración, sufrir amnesia por golpes recibidos y ser reeducado puliendo sillas por un santo Hermano José, devenir líder sacramental instantáneo, cebarse en el exterminio de una patrulla hitleriana, padecer encarcelamiento y brutales torturas, ser liberado en un golpe de estado ciudadano, retornar a su puerto original y ser objeto ¡uf! de una mágica curación sacra allí donde su familia languidecía en la desdicha victimada y en la fingida invisibilidad de su raza.
La autoficción usurpada a veces sorprende y siempre abruma, pero nunca de los nuncas emociona, al aplicar de manera indefectible, a lo todo largo de 130 derrumbados minutos, la fórmula aleccionadora que resume poco desarrollo de abundantes eventos descabellados con demasiada presunta sustancia, y la autosatisfecha fórmula que trasunta exuberante imaginación con pobreza fílmica de inmediato teatralizada y pésimamente actuada, pues, como de costumbre, la forma congestionada de Jodorowsky sigue rigiéndose por el esquematismo, aquí ya fatigado y sin capacidad de provocarse ni a sí mismo, muy por debajo de La montaña sagrada (1972, con su desaforada Conquista de México por sapos en el atrio de la Basílica de Guadalupe) o de la sobrehecha Santa sangre (1987), ahora en su punto más débil y flojo e inane y exangüe.
La autoficción usurpada escala cumbres inalcanzables del ridículo excelso e inefable, con decrépitas secuencias inolvidablemente gratuitas o abyectamente misóginas, como las apariciones de la asfixiante madre posesiva donde sólo ella cretinamente habla cantando, el supuesto combate heroico contra una turba de despreciables mutilados de guerra con uniforme de mercenarios yanquis, la meada curativa de una Tetona Mendoza que restaña milagrosamente todas las heridas corporales, el abusivo rescate amoroso por una diminuta jorobada (Alisarine Ducolomb también diligente directora de arte cumplidora de jaladísimas) que se ahorcará cuando su inerme macho barbón recupere la memoria, el voluntario entierro en vida de un ranchero, los pases de kung-fu que devastan a los atropellantes nazis sin siquiera tocarlos, el fusilamiento con una bala de fuego a los retratos de tiranos o así.
Y la autoficción usurpada apenas logra abrirse paso entre abruptos diálogos cosmogónicamente altisonantes para que la Sagrada Familia redimida abandone su hogar en una barca donde el cineasta canoso se oculta sonriente detrás de un comparsa con traje de calaca (“Alégrate de tus sufrimientos, gracias a ellos me verás a mí”).
23.04.14