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Jersey boys

por Praxedis Razo

 

Lo que fue de ese gran participante intuitivo del cine industrial quedará para la posteridad. Valdría la pena ir considerando J. Edgar (2011) como la última gran obra del maestro Eastwood, que se vio obligado por sus acreedores a llevar a la pantalla lo mejor que pudo (desde la silla más neutral del realizador desencantado) una especie de musical de Broadway, Jersey boys: persiguiendo la música (2014), sobre el surgimiento, la coronación y la caída de Frankie Valli y las cuatro estaciones, la crónica entumida del espíritu encarnado del ímpetu del exiliado que quiere llegar a ser todo un WASPIE exitoso (y apenas conseguirlo cristianamente, con expiación y todo), el canto de la cólera contenida de una banda fabricadora de hits y no de música.

Clint, podríase advertirme, nunca ha hecho más que películas de autoconsumo cultural, no obstante, parecía, iba en busca de la trascendencia (de El jinete pálido, 1985, con el que recomenzaba su propio mito del gran anónimo forjador de patria, a Los imperdonables, 1992, con el que salvajemente lo concluyó; y de Million dollar baby, 2004, que va en la línea de su lección social, a Bird, 1998, la carta de amor más apasionada que le puede dirigir un corazón blanco a uno negro en Estados Unidos). Con los armónicos chillidos de castrati de Franki (John Lloyd Young entregándose al juego), Eastwood pareciera declarar que va retirándose dándole a su público lo que siempre le reclamó, gratuita diversión para el cliente, ya no el espectador crítico.

Lo más osado que verá el espectador será una leve inclinación del punto de vista del objetivo cuando los personajes (las tres voces que acompañan a Franki) rompen con la escena homodiegética e interpelan al público, cosa que ya Tin tán hacía mucho en su tiempo. Es ese leve sesgo que empequeñece aún más al público ya de por sí miniaturizado frente a la proyección en lo que más parece Eastwood en haber reparado, pues todo lo demás es un desencantado bloque telenovelesco que ya se había visto en México, en tiempos de taquillazos ochenteros de showmen, como Gavilán o paloma (Gurrola, 1985) o Es mi vida (Martínez Ortega, 1982), donde Juan Gabriel hace las veces de un Charlot cualquiera de Ciudad Juárez.

Lástima de Walken (¿el capo? Gyp De Carlo, bonachón) y de sus lágrimas de cocodrilazo, pues la odisea de la banda, que después de una simpática media hora se convierte sólo un tour de force decadente, que culmina con la autorealización del hombre obsesionado con su trabajo (por encima de su familia, a la que vemos siempre en interiores) y enmarca la estrechez de una amistad de barrio (de ahí lo de “Jersey boys”) que lo puede todo, no llega a ser ni por mucho el Buenos muchachos (Scorsese, 1990) fresita que pretendía, con todo y homenaje caricaturesco a Joe Pesci, con todo y cámara en grúa, acompañando elegantemente, con todo y su trama de casi mafia que no queda clara.

 

07.08.14

Praxedis Razo


Un no le aunque sin hay te voy ni otros textículos que valgan. Este hombre gato quiere escribir de cine sin parar, a sabiendas de que un día llegará a su fin... es lo que más le duele: no revisar todas las películas que querría. Y también es plomero de avanzada. Mayores informes y ofertas al 5522476333. ....ver perfil
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