La muñeca perturbadora que nos enganchó en El conjuro tiene ahora su película propia. Ahora como protagonista, nos narrará la historia previa a conocer y enfrentarse a los míticos espospos Warren. El filme, que nos recuerda a nuestra Vacaciones de Terror, se estrena en México el próximo 22 de octubre en cines comerciales.
por Jorge Luis Tercero
Miss me?
Para hablar de esta película existe un acto de contrición que el espectador tiene que llevar a cabo: se trata de aceptar que se encuentra ante un género de terror chatarra pero bastante disfrutable, dentro del que han surgido éxitos como Saw (Juego Macabro, 2004), Insidious (La noche del demonio, 2011) y El conjuro (The Conjuring, 2013). Así es, todas las hijas virtuosas del terrible y ocurrente James Wan.
Tras haber aceptado el pecado original de este cine de fórmula –que tiene sus orígenes en filmes como la irrepetible Poltergeist (1982), de Tobe Hooper –, crucemos pues el umbral de este nuevo estreno de Warner Bros.
La verdadera muñeca era de trapo y tenía cara de buena onda, además formaba parte de las miles “Raggedy Ann Doll” que se vendieron en Estados Unidos en la década de los 70, nada parecido al diseño empleado en las cintas El Conjuro y Annabelle (2014).
Después del éxito obtenido por El Conjuro el año pasado, la gente volvió a las salas de cine en busca de más historias de muñecos poseídos demoníacamente. Mucho del carisma de la cinta de Wan no surgía tanto de la trama, sino del relato de una muñeca embrujada, que aparece al comenzar el relato, y de la que se dice que es real. Esa es Annabelle.
Annabelle, dirigida por John R. Leonetti –el cinefotógrafo de la mencionada película de Wan–, nos remonta a la aventura de los dueños anteriores de la poseída muñeca, antes de que llegara a manos de la joven enfermera Dona. El filme se sitúa en 1969, fecha en la que la pareja Mia (Annabelle Wallis) y Jon (Ward Horton) esperan el nacimiento de su primogénita. Mia es una típica joven mujer burguesa americana, cursi y compulsiva coleccionista de muñecas. Un día, como para completar su fantasía infantiloide-conservadora de juguetes maternales, Jon le regala la cereza del pastel, la horrible muñeca Anabelle; objeto fetiche que mucho antes de estar poseído por Luzbel ya tiene una cara de hija de puta que no puede con ella.
Al poco tiempo, los Higgins, los clásicos vecinos estúpidos y bonachones de la pareja principal, son asesinados por su propia hija, la practicante de vudú y adoradora del mal, Annabelle Higgins; el único personaje del filme que salta del régimen heteropatriarcal (del establishment estadounidense) al de Satanás, que también es patriarcal. En fin, de alguna manera, la loca psicópata, emulando la técnica de la transmigración de las almas del buen Chucky (Holland, 1988), logra meterse dentro de la muñeca que Jon le había regalado a su esposa. A partir de ese momento comienzan a ocurrir inexplicables cosas en ese hogar. Ya se la saben: ruidos, voces e incluso materializaciones espectrales, todo cortesía de la muñeca. Como buen esposo, Jon pensará que su mujer está histérica por los recientes eventos violentos y accederá a cambiarse de casa y deshacerse de la muñeca. Pero el inspirador de tantas bandas de heavy metal habrá de seguirlos incluso a su nueva morada.
La estética del filme evoca referencias clave como El Bebé de Rosemary (Polanski, 1968), El exorcista (Friedkin, 1977) y The Omen (Donner, 1976), entre otras: visiones de donde se nutre mucho de lo que veremos en escena. Además la película cuenta un pasaje sobre una carriola que parece como sacado del film The untouchables de Brian De Palma. Como suele ocurrir en este subgénero del horror-doll, el film va trepando en su espiral de sustos baratos y las siempre inmortales situaciones gratuitas, hasta que todo nos es revelado y entonces o reímos de pena ajena o lloramos de miedo, dependiendo de la mano del director. Y en este caso la risa se torna constante.
Por respeto al lector no me permitiré mentir, cualquiera de las cintas dirigidas por el buen Jimmy Wan es superior por mucho a Annabelle. El filme tiene un suspenso muy cuidado en la primera mitad, en donde sin hacer manifiesta la figura del fantasma, el director pone tenso a su público con el sonido de una máquina de coser o de un encuadre a la muñeca, en ese sentido el filme es bastante vulnerable porque depende mucho de su predecesora, la cual le dejó al camino bastante allanado.
Asimismo, Annabelle contiene una no despreciable cantidad de escenas bien logradas, firmes y cumplidoras, con unos momentos muy opresores que garantizan el típico “efecto brinquito” en la butaca y nada más, el resto es broma gastada. Los amantes del susto facilón, las casas embrujadas, Cañitas y los cuentos de espantos de pueblo, la van a adorar, y quizás pierdan un par de noches de sueño sin poderle quitar de encima los ojos a alguno de sus juguetes de Chewbacca o de Master Yoda que guardan celosa y masturbatoriamente sobre su repisa.
15.10.14