por Jessica Oliva
Un salvaje es, según las acepciones antropológicas, alguien que actúa por instinto, por impulso, casi por electricidad. Es alguien sin neutralizadores o límites, sin cauce, códigos ni líneas que lo guíen y controlen: alguien que vive fuera de la cuadrícula llamada civilización. Pero éste no es el salvaje del que nos habla Damián Szifrón en su exitoso tercer largometraje: Relatos salvajes (2014).
Es a través de sus cuentos de humor negro, que el director argentino nos presenta a una nueva criatura, producto de los tiempos modernos y aparentemente libres, con su proliferación de “opciones”, estrés, frustración, indeterminación y dictaduras silenciosas. Se trata del ciudadano que se exilia temporalmente del sentido común, el que estaba adentro y decide salirse “de sus casillas”, del cuadrado, como un adulto que de pronto le da por colorear fuera de las líneas. Relatos salvajes es, más bien, sobre personas que se desbordan.
Antes de este fenómeno taquillero, Damián Szifrón era conocido por ser el creador de la serie de televisión Los simuladores y, sobre todo, por la cinta Tiempo de valientes (2005), una comedia de humor inteligente que ya lo había colocado en ese popular grupo de realizadores argentinos, capaces de identificar los gustos del público y transformarlos en ventas de taquilla. Guiones accesibles, buenas historias y actores de renombre son algunas de las características de este clan, que incluye también a cineastas como Juan José Campanella. En este sentido, Relatos salvajes es el epítome de todo lo anterior: no sólo es protagonizada por Ricardo Darín, el actor argentino “número uno” y otras de las caras más notorias (Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia, entre otros), sino que sus cuentos de “ojo por ojo” están claramente destinados y estructurados para el disfrute del público. Sí, hay muchas reflexiones sociales, sobre la división de clases y altos niveles de frustración del individuo moderno, pero son secundarias. El mismo realizador lo ha dicho durante su paso por el 12 Festival Internacional de Cine de Morelia: “Yo hago películas pensando en el espectador”.
Seis cuentos distintos forman el repertorio, escritos por su director “en los tiempos libres” que tenía entre un proyecto y otro, y colocados en el orden en que fueron terminados. Esto último es particularmente llamativo, dado que el hilo narrativo logra ir in crescendo: más que una antología de cuentos, podrían ser los capítulos de un manifiesto nihilista, violento y muy cómico. Una vendeta aérea, un duelo de automovilistas, una venganza en un comedor, un asesinato pasional y una boda despechada son algunas las situaciones que Szifrón presenta, con el absurdo como protagonista.
Mejor dicho, los protagonistas somos todos. Basta una chispa, un insulto en el semáforo, una infidelidad, una grúa que se lleva nuestro automóvil u otro estímulo parecido para que cualquiera de nosotros comience a planear un homicidio dentro de la mente. Todos hemos secuestrado, aventado muebles, cacheteado y gritado en nuestras ensoñaciones de venganza, que ocurren en esas décimas de segundo que hay entre el momento en que nos agreden y el instante en que nuestro autocontrol se pone en marcha. Y lo único que hace Szifrón es tomar esas fantasías de desquite y hacerlas realidad en pantalla, por medio de un compendio de cortometrajes que ha reunido a más de 3 millones de espectadores en las salas argentinas desde su estreno en agosto. Con este récord, Relatos salvajes –producida por los hermanos Almodóvar– se ha convertido ya en la película más taquillera de la historia de Argentina (superó a El secreto de sus ojos de Campanella), ocupando el primer puesto por ocho semanas consecutivas (solo Annabelle logró desbancarla).
Hacer películas para el disfrute del público, ese que quiere ir al cine a divertirse, es cosa del diablo para muchos. En una visión hollywoodense, significa utilizar fórmulas simplonas y complacientes, guiones que entumezcan, poblados de lugares comunes. Pero Relatos salvajes, con sus situaciones cotidianas que se salen de control, narración inteligente y bien estructurada, y humor basado en el detalle, hace evidente que hay otro lugar desde donde se puede plantear una relación especial con el espectador, de igual a igual: el de la semejanza. No sólo nos pone un espejo frente a nosotros para que nos veamos en la novia que decide estrellar a la amante contra un espejo o en el automovilista que decide invertir todas sus energías en una venganza de carretera, sino que Szifrón se pone en el lugar del espectador y se habla a sí mismo.
Al menos en esta cinta, no se percibe un ‘director’ que hace una película para el divertimento de los otros, sino a un espectador que narra historias perturbadoramente graciosas para el público, que es su prójimo y su semejante. Y cuando ese tipo de comunicación sucede, en cualquier tipo de arte, el resultado suele ser hilarante, porque terminamos por reírnos de nuestras vulnerabilidades compartidas, por más oscuras que estas sean. Al fin y al cabo, debajo de toda nuestra violencia, de la ansiedad y de la ira que hay dentro de todo habitante de las grandes metrópolis, debajo de todas esas capas generalmente no queda más que la risa. Damián Szifrón nos lleva a ese lugar profundo. Y si nos vamos a subir al dichoso tren del ‘fanatismo’, ahora que la película se estrene en México el 4 de diciembre, que sea al menos por buenas razones, como esa.
08.11.14