por Adriana Marusia
Las historias de vagabundos, delincuentes, prófugos o bandoleros contextualizados en colapsos económicos, crisis sociales o hasta en un apocalipsis zombi, siempre tienen como eje temático la protección egoísta de la vida de algún sujeto o de la especie humana. Ahora bien, hace unos días vi The Rover (2014), que apenas se estrenó en mayo de este año en el Festival de Cannes. La película está dirigida y escrita por el australiano David Michôd, y aunque muchos menosprecien sus secuencias largas o tomas fijas, la película resulta una joya audiovisual.
Michôd desarrolla con mucha más agilidad temas que en su primer filme de ficción, Reino Animal (2010), donde ya había expuesto al hombre como una especie que pertenece a una red, o mejor dicho cadena de supervivencia, en la que los más fuertes o más viejos tendrán el control de un grupo: la sobrevivencia del fuerte sobre el débil, la lucha entre el deber y la corrupción del hombre, la lealtad y la traición, el caos y la ley, entre otros.
The Rover es una película con trazos del western futurista donde los vándalos son perseguidos por el vagabundo Eric (Guy Pearce), acompañado por el leal y torcido Rey (Robert Pattinson). En la persecución, los personajes están rodeados y sometidos por la intemperie desolada y terrosa de una Australia que está sufriendo un colapso económico. Hay que remarcar las actuaciones de estos dos actores protagónicos. Por un lado, Pearce ofrece una gama de matices emocionales que dan mucha credibilidad a la historia; por otro lado, la sorpresa es el ex vampirito ídolo de adolescentes, Pattinson, que desde su aparición como protagonista en Cosmópolis (2012) de David Cronenberg ya despuntaba como un buen actor y ya no como un estilizado chupa sangre. Pattinson interpreta a Rey con genialidad, dado que sus gestos desorientados y sus frases inconexas están bien realizados. La lealtad que surge en Rey hacia Eric me recordó un poco a Lennie (John Malkovich) de De ratones y hombres (1992) de Gary Sinise, el cual acompañaba fielmente a su compañero cuerdo. En The Rover, las tomas fijas con fondos e iluminaciones verdes deslavados, o amarillos ocres y azules, refuerzan aún más la emotividad hosca o vulnerable de los personajes. Es decir, ambos tienen actuaciones impecables; jamás se muestran sobreactuados.
La narrativa no tiene saltos al futuro ni al pasado. Esta linealidad temporal mantiene el suspenso bajo las formas de las balaceras, los diálogos crudos, las texturas de los ritmos electrónicos de la música y por las focalizaciones que tenemos a partir de la mirada interna de los personajes o de las panorámicas.
No pretendo dar muchas nociones de la historia, pero Michôd expresa de manera brillante la línea discursiva de la película justo con el plano de la espalda de Eric, quien contempla a través de una reja las montañas. Esta imagen se asemeja a la del romántico decimonónico que miraba desde la cima de las montañas la infinitud de la naturaleza para llegar a la sublimación, sólo que en Michôd parece que Eric está atrapado por la ambivalente e intrínseca naturaleza del hombre.
Mi conclusión con ésta película, que reúne todas las herramientas cinematográficas para dejar al espectador desconcertado y fascinado sobre todo por el gran final, que obviamente no describiré, es que se trata de algo muy cerca de la excelencia. Cuando termine la película estarán tan conmovidos que estrecharán a su incondicional amigo. Y si no tienen amigos, los dejará pensando en todo lo que Eric realiza, y que de algún modo los rituales del duelo, en esas circunstancias, nos hacen más humanos o menos egoístas.
18.12.14