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FICUNAM 05. Bajo nubes eléctricas

por Carlos Rgo.

 

El director Aleksei German Jr., a partir de siete narraciones, proyecta una Rusia postapocalíptica en la visión de un efecto enorme e irregular: la memoria. Formas e imágenes están conectadas por la melancolía del gris y el olor de la nieve y la lluvia, reveladoras en algunos unos casos, eclípticas en otros.

La película está contada en el año 2017. Una voz en off dice que el filme hablará de aquellas personas inútiles pero necesarias para el flujo del tiempo y el espacio. Sólo en apariencia, las 7 narraciones son heteróclitas, y vía analepsis viajamos al año 1991, el momento en que Gorbachov renuncia a la presidencia de su país y los jóvenes buscan con ayuda de una especie de dealer, libros de Tolkien antes que de Harry Harrison, Burroughs o Simenon.

Las imágenes de Bajo nubes eléctricas se convierten en un impulso que los diálogos no pueden sobrellevar, eso si damos un valor impecable al destino de los iconos, si no los diálogos parecen disminuidos y poco convincentes por voluntad de unas historias que están en lucha contra el olvido, ese olvido generacional que anula los discursos y tolera cambios en el orden de las cosas y los eventos: un libro útil es inservible para las nuevas generaciones, una construcción es inútil en el contexto de intereses distintos. La muerte revela acciones que la vida oculta. El origen, o mejor dicho, el comienzo, actualiza y devora si no hay nadie que resista. Y los que resisten no son eternos, son exigentes. Bajo nubes eléctricas es un réquiem a la memoria de personajes extranjeros que no dejan de participar en la experiencia histórica.

Un edificio es la metáfora y el pilar en la vida de los personajes. Aunque decir “metáfora” es impreciso por el valor que el tropo tiene sobre la representación (sin pensar en el verbo ser), el filme es un tropo que no sustancializa, repara. Repara una construcción inacabada sobre el ser de las cosas, en este caso, el efecto del tiempo en un edificio moderno y la relación de éste con los personajes.

El filme contrasta siete capítulos: “Discurso extranjero”, “Los herederos”, “Largos sueños de un abogado inmobiliario”, “Obra en desarrollo”, “El rehén”, “El arquitecto” y “La propietaria”. Sobre mares congelados, museos destruidos, robots maltrechos, estatuas que hablan el lenguaje de las emociones, ciudades de memoria, y nombres que van de Caravaggio y Metallica, a Roger Zelazny o Tchaikovsky, el filme avanza con una velocidad un tanto irregular.

Al inicio de la película, hay una dirección gracias a un paratexto: “La línea y el modelado no existen. Un dibujo es una relación entre el contraste o simplemente la relación entre el blanco y el negro”, del pintor Paul Cézanne. La cita no es gratuita, si indagamos en la vida del pintor. Cézanne fue un hombre ansioso y acosado por las dudas en su vocación. Incluso a los 67 años, a meses de su muerte, divagaba entre haber conseguido o no el fin de sus estudios, si su novedad técnica era cuestión de los defectos en sus ojos o de sus perturbaciones mentales. Sin duda, su virtud nació de la debilidad, de su ansiedad y del tedio ante la vida.

Cézanne era un pintor estudioso de las apariencias, no de escenas imaginadas o de sueños que en lo abstracto buscan sentido. No buscó el choque de los sentidos con los objetos, como hicieran los impresionistas. Representó a los objetos ligados entre sí por la luz y el aire, con la vibración y la luz que emana en su interior. Para él, era fundamental el contraste, no quitar de su paleta de colores: los ocres, los negros, los terrosos, o limitarse a los siete colores del prisma. No buscó divisiones, sí escalas cromáticas depuradas en objetos sordos pero sólidos e iluminados. “Aspiró a la realidad, sin abandonar la sensación”, escribe Merleau-Ponty en La duda de Cézanne, y lo logró muy a pesar de que él lo supiera.

No sé si tenga el mismo fin la película de Aleksei German Jr., o si su intención rebasa el resultado de dar vibración a los objetos, pero logra momentos de genuina coreografía a través de un espíritu ruso que busca levantarse a través de los golpes históricos. Dejar fuera el plano-contraplano es un elemento que puede explorar otras formas de visualizar, pero se queda en un gesto desdibujado, que quizá en otro momento, recupere y le saque provecho.

 

06.03.15

Carlos Rgo


@Rgock

Con estudios en Letras Hispánicas y Filosofía, se interesa por las artes plásticas y el cine. Actualmente escribe una tesis sobre literatura mexicana del siglo XX y cursa un seminario sobre teoría y crítica para abordar la imagen y las prácticas fotográficas.

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