por Dulce Madrigal
Quizás uno de los mayores encantos del cine es lograr transportar al espectador al mundo que está conociendo a través de sus ojos y convertir la fantasía/realidad ajena en propia: no presenciar, vivir. Esto sucede con Victoria (Sebastian Schipper, 2015).
140 minutos. 140 interminables minutos, conectados en un solo plano fílmico, durante los cuales seremos testigos de la historia de una chica española que reside en Berlín y, sin imaginarlo, está a punto de vivir la noche que cambiará por completo el sentido de su vida.
Tenemos ante nosotros un ejercicio cinematográfico que, primeramente, hay que reconocer por su ambición, destreza y alto nivel de riesgo. La cámara —único lente que captura los hechos, sin trucos— te obliga a ser parte de la historia. No hay respiro. No hay opción. Frenética e infinita es esta producción alemana que conjuga la aleatoriedad de situaciones diversas, con el peso inamovible que puede recaer en una sola decisión.
La vida. Una noche, una discoteca, calles vacías, risas en bicicleta, un trago de cerveza al filo de una azotea: una decisión. La persecución de una promesa, “un beso o la vida”, espasmos que te dejan sin aliento y respuestas cíclicas. Eso, la vida.
Poco sabemos de los personajes: cuatro chicos berlineses y una bella joven española. Poco, pero suficiente para entender el porqué. Porque Victoria llega a Berlín hastiada de una vida de normas absurdas y competitividad enfermiza, retándose a sí misma en una ciudad a miles de kilómetros de la suya. Porque Sonne, Boxer, blink-blink-Blinker y Fuss comparten un lazo de amistad que los une a pesar de las distinciones. Porque dejan de ser extraños y se convierten en un equipo, porque eligen serlo.
Desde su inicio la película invade. Satura ojos y oídos. El movimiento de la cámara mantiene fija la atención de quien la mira y no da lugar a la duda sobre lo que acontece en la pantalla. El tiempo corre, no hay oportunidad para cuestionarse. El reloj avanza y, junto a Victoria, conocemos avenidas de Berlín en una madrugada que se siente fresca, despierta, luminosa y expectante. Seguimos los pasos de los protagonistas que comienzan una aventura en la que están expuestas las más íntimas y coléricas reacciones del ser humano, los lazos que se fortalecen y el pánico que ello provoca.
El guión de esta producción alemana contó únicamente con alrededor de 15 páginas. Fantástico. Entendemos, entonces, que gran parte de lo que vemos en pantalla es una enorme y maratónica labor actoral y un excelente manejo de la improvisación siempre de acuerdo a la psicología de cada personaje, nunca extraviando el sentido de la historia. La musicalización, a cargo de Nils Frahm, convierte este recorrido en una experiencia eléctrica, nítida y casi tangible. La luz y el sonido se vuelven uno mismo y dan como resultado un viaje por el inconsciente y lo real. El pulso del hilo argumental se dibuja como una montaña rusa regalando al espectador un catártico final que obliga a cuestionarse: oye tú, ¿qué harías? Si somos residentes de nuestros miedos y náufragos del anhelo de supervivencia… oye tú, ¿qué decides?
Y todo está fijo ahí, expuesto como esa irrevocable secuencia que es la vida misma.
Sebastian Schipper es quien dirige exitosamente este filme que llegó a nuestro país para estrenarse como una de las películas exhibidas en la 14 Muestra de Cine Alemán. El responsable de comandar este ambicioso proyecto que le ha valido el reconocimiento de la crítica y la gran expectativa del público en su lanzamiento internacional. Sin lugar a dudas, Victoria es una de las imperdibles de esta muestra tan esperada por los entusiastas del interminable sueño que es el cine (y que pronto tendrá su estreno comercial).
04.09.15