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Carol de Todd Haynes

por Jeremy Ocelotl

 

Las coordenadas discursivas del cine de Todd Haynes podrían fácilmente llevar a pensar en un estudio sobre la figura femenina, cuando se toma en cuenta que es el realizador de filmes como Safe (1995) y Lejos del cielo (Far From Heaven, 2002). Pero cuando vemos también trabajos como Velvet Goldmine (1998) o Mi historia sin mi (I’m not There, 2007) y analizamos a fondo sus discursos, vemos que la preocupación del director va más allá de la figura femenina que retoma en Carol (2015), ésta se adhiere a su objetivo general de diseccionar las construcciones sociales, entre ellas la identidad sexual  de las personas, el cómo las construyen, refuerzan, transgreden y viven  sus personajes.

En el relato basado en la novela The Price of Salt de Patricia Highsmith, encontramos un romance entre dos mujeres: Carol, quien da título al filme, una mujer de mediana edad, glamorosa, elegante, arquetípicamente femenina en su apariencia, y Therese Belivet, una joven, bella y taciturna dependienta de  tienda departamental, con aspiraciones de fotógrafa. La relación ocurre entre ambas sirve a Haynes no solo para examinar las construcciones sociales y normas de conducta de los años 50, sino que nos presenta un estudio sobre el deseo y el amor, al lado de sus representaciones simbólicas.

En los primeros encuadres de Carol, que nos remiten a uno de los momentos finales en el filme,  ya se adivina una secrecía y complicidad entre ambas protagonista; al revivirlos después, éstos se resignifican de una manera dramática, volviendo los gestos, silencios y miradas de cada protagonista incluso más resonantes que en un principio.

Haynes abre un enorme flashback que constituye la película, con el enamoramiento a primera vista entre Carol y Therese, en una viñeta situada en una tienda departamental. Ahí se refleja el imaginario femenino de la década de los años 50: mujeres realizando la compra navideña perfecta para los miembros de su familia, seres ultrafeminizados y recubiertos de un glamour impuesto, cuyo rol social probablemente no pase de ser madre y esposa.

Nos vemos sumergidos en un intrincado romance donde ambas mujeres se verán enfrentadas a situaciones, como el inminente divorcio de Carol debido a su orientación sexual, la lucha por la custodia de su hija y el rechazo de esta relación por parte de los hombres que pueblan su universo, no solo por lo transgresora e inaceptable que resulta su sexualidad, sino por la simbólica emasculación  para con ellos, que de paso deja derruida su masculinidad.

Las mujeres de Carol habitan Nueva York, contraponiéndose al vasto escrutinio de la vida suburbana retratada en Lejos del cielo. Así, este filme propone un tipo diferente de soledad alimentada en el anonimato de la gran ciudad. Por ello no resulta sorprendente que la magnífica labor fotográfica realizada por Edward Lachman recuerde en no pocos instantes a la obra de Edward Hopper, pues esta soledad confinada a la rutina, a un espacio que por tan público logra contener dolores y luchas anónimas, es una constante dentro de sus pinturas, y dentro del mismo filme.

Quizá sea por eso que para dejar florecer la relación de ambas, el filme se transforma en una road movie muy en la vena de Thelma and Louise (Scott, 1991), camaradería incluida, pues incluso Carol parece encontrarse huyendo de esa vida doméstica que la persigue y atormenta. Es en este viaje que realizan juntas es donde las heroínas construyen un lenguaje propio basado en miradas, roses corporales, así como detalles que tiene la una con la otra, Haynes parece indicarnos que solo alejándose de aquel estéril y hostil terreno que representa la ciudad, estas mujeres pueden cultivar ese amor que sienten la una por la otra.  En un romance que apenas podría ser adivinado por aquellos quienes las conocen, y que se antoja harto delicado y sutil, contraponiéndose a romances masculinos como el presentado por Brokeback Mountain (Lee, 2005), cargados de una violencia y una ferocidad, atributos relacionados por antonomasia con la masculinidad.

Al mismo tiempo el director examina cómo cada una de las mujeres construye su feminidad de manera distinta, al margen de su orientación sexual. Si la amiga y ex amante de Carol, Abby, resulta ser la más “masculina” de la tríada femenina en su actuar, Carol es la imagen de la mujer ideal (occidental, claro), con una belleza atemporal, preocupada por conservar una imagen que la haga ver atractiva y glamourosa, refinada y sofisticada, mientras que Therese se vuelve mucho más etérea, despreocupada y jovial.

Pero Haynes parece también preocupado por las convenciones Hollywoodenses sobre la pareja, aun cuando nos enfrentamos a  un romance entre personas del mismo sexo, vemos la clásica dupla de la pareja de edades dispares, arquetípica de los filmes de los años 50 y 40. Y en este caso Carol cumpliría la función del hombre, pues es quien corteja a Therese, e incluso en algún punto sacrifica su felicidad por el bienestar de la misma. Esto fácilmente podría verse como un inteligente y subversivo guiño de los cánones fílmicos, invitándonos a reflexionar que si Carol fuera un hombre, la relación que vemos en pantalla no tendría nada de polémica.

 Si bien las protagonistas de Carol se encuentran mayormente liberadas de la figura masculina, Haynes hace sutiles disertaciones del peso que sigue teniendo la misma sobre la relación que mantienen. No es en vano que el despechado y alcohólico esposo de Carol, Harge, se sienta a lo largo del filme como un ente amenazante, con la capacidad de destruir ese universo que (a pesar de los tabúes) han logrado construir para con ellas. Por eso mismo es necesario el regreso de las protagonistas en el tercer acto a Nueva York, donde se dará por fin esta emancipación no solo de las reglas sociales y buenas costumbres, sino de la figura del hombre que las constriñe. No se trata de poner como el villano al género masculino en el filme, sino resaltar el hecho de que estas mujeres por necesidad logran emanciparse de los prejuicios y tabúes que no lograron sus contrapartes masculinas; pues ellas ya no necesitan de un hombre para reafirmar su carácter femenino, no así sus respectivas exparejas. De esta manera Carol y Therese se erigen como heroínas que reivindican a la mujer como un ser que no debe anteponer la felicidad de los demás sobre la propia, como se puede adivinar el cuasi abierto final del filme.

 

16.02.15

Jeremy Ocelotl


Yo, como Cecilia en la Rosa Púrpura del Cairo, voy al cine y termino teniendo romances con los personajes. Comunicólogo por la UNAM, crítico matriculado en la escuela de la autodidaccia.....ver perfil
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