por Bruno Bazin

Sin perder la tradición de escribir/dirigir una película al año, el viejo realizador neoyorkino Allan Stewart Konigsberg, mejor conocido como Woody Allen, deja ya muy atrás sus tragedias londinenses y a partir de 2008 lleva a cabo un tour por la Europa vacacional y la lleva sin ningún remordimiento al cine, pasando por la Barcelona bohemia y el París de los vanguardistas para dar paso a la Città Eterna: Roma.

La entrega en esta ocasión es el filme De Roma con Amor (2012) en donde Woody Allen establece una serie –que se antoja inacabada– de estampas curiosas sobre la vida e historias de la capital italiana, aderezada con un reparto que tiene tanto a las jóvenes promesas de Hollywood (Ellen Page y Jesse Eisenberg), como a algunos actores maduros olvidados (Alec Baldwin y Judy Davis) y una serie de emblemas locales (Alessandro Tiberi, Alessandra Mastronardi o Riccardo Scamarcio) sumados a un par de hitos, mejor dicho souvenirs extranjeros, del cine mundial (Penélope Cruz y Roberto Benigni).

Al igual que con Medianoche en París (2011), Allen tendrá un éxito asegurado (al menos en taquilla) con un cartel promocional que en su título lleva el nombre de una ciudad por demás romántica y paraíso del turismo más convencional y que a ello de agrega una pléyade de actores que serán la delicia de más de un espectador que no busca más que un entretenimiento audiovisual mientras termina su tanda de palomitas de maíz.

De Roma con Amor, forma parte de esta saga de cine de postales sobre las grandes ciudades del mundo –cunas del arte occidental. Recordando que desde el principio de su carrera Allen dedicó gran parte de su filmografía a elaborar una oda a Nueva York, y más de 30 años después le hace un homenaje a la Europa vuelta cliché a la que retoma en una suerte de gigantesco comercial turístico, en este caso pagado por las instituciones de cultura italiana, para mostrar lo que hay que ver cuando uno viaje a la llamada Ciudad Eterna.

Desde Scoop: Amor y Muerte (2006) no habíamos visto a Allen formando parte del reparto en una de sus películas, ésta vez regresa a la pantalla para ser el motor de una de las historias romanas.

La propuesta de la reciente película de Woody Allen es una intentona de hacer un guión dinámico en el que se intercalan cuatro cuentos paralelos, en el que cada uno de sus personajes sufrirá una apoteosis debido a la inercia de la ciudad, pero que al final resultan bastante sosas y el viejo director las resuelve de manera por demás floja.

Destaca por sobre todas éstas postales cinematográficas la de Roberto Benigni –un hombre común que de pronto sin razón alguna se vuelve toda una celebridad– en donde se nota la licencia que relega Allen a su gran Otro-yo italiano; a la par de la desperdiciada historia protagonizada por Jesse Eisenberg y Alec Baldwin –presente y futuro de un mismo personaje que se encuentra en un aparente momento importante de su vida– que nos sirven de guía de turistas.

En De Roma con Amor, Woody Allen nos confirma una vez más que su fan número uno es él mismo. Sigue refriteando su personaje de inadaptado social, irónico, reticente siempre a la modernidad, nostálgico por los modelos clásicos, ese proto-personaje neurótico freudiano, animal de la urbe quien hace la caricatura de un intelectual. Y para intentar que siga destacando su personalidad, descafeína a todos los demás personajes a su alrededor.

A pesar de los recursos obvios que utiliza durante todo el filme, a sus ya ochenta y tantos años, Allen sigue gozando de un sano humor que no dejará insatisfecho a una buena parte de sus seguidores (por ratos), así como a nuevos ojos de espectadores que seguro se enamorarán de su reciente obra que va de excursión por las europas. Ahora, a esperar la próxima parada.

20.07.2012