Cuando uno se encuentra con una película argentina sin Ricardo Darín (sine qua non salía un film porteño de la aduana argentina hasta hace unos años) y con diálogos mínimos, merece la pena darle una oportunidad.
El último Elvis (Bo, 2012) narra la vida de Carlos, un empleado de fábrica que realiza espectáculos imitando a Elvis Presley en fiestas privadas. Su profunda creencia e insistencia en ser Elvis lo hace entrar en una crisis al acercarse su cuadragésimo segundo cumpleaños, edad a la que murió el cantante. Carlos es un padre y ex esposo decepcionante, lo que no es de extrañar, debido a que no es tarea fácil ser el Rey y también el hombre de a pie. El último Elvis no es más que eso: el resultado de una lucha de egos en la que el mito es mucho más tentador que la “realidadâ€.
En este caso, John McInery, arquitecto de día y Elvis de noche, como él se describe, hace un formidable trabajo. No es un biopic, pero el tono de la película viene marcado por la sutileza de su desdoblamiento: Carlos/Elvis/John nunca caen en el ridículo. Pero este mérito no es únicamente suyo; Armando Bo, pudiendo haber caído en la caricatura grotesca, se queda al filo de la incomodidad que nos provoca ver el constante fracaso del que se cree ser quien no es.
“Dios me dio su voz, yo sólo tuve que aceptarlo†es una premisa desconcertante sobre la que bascula todo el peso de la ópera prima de Bo. Carlos/Elvis (inseparables, aunque sea de forma extraliteraria, pues así de indivisibles son en el texto propuesto por el director) no es un personaje confuso, alterado o ambivalente, todo lo contrario: tiene solidez y coherencia, cualidades que el director inyecta a su historia. Cuesta creer el éxito que está teniendo John McInery en las pantallas chicas cuando en realidad, si fuésemos parte del público en la boda de un amigo, a lo mejor estaríamos ignorando la entrega del Rey en el escenario. Esto es imprescindible para comprender la tónica que maneja Bo, la nota que predomina en todo el film, porque la finalidad de Carlos no es entretener, sino ser Elvis. Su triunfo es el proceso, y no el éxito o fracaso de su actuación. Su entrega será la misma que la de Presley, tanto en un asilo de ancianos como en un casino vacío.
Fundamental es el trabajo de Griselda Sicialiani, actriz poliédrica a la que no hay que perder de vista (y de la que es difícil despegar la mirada una vez descubierta). El papel de la ex mujer es el contrapunto, la contención ante la prepotencia y sinsentido de la empresa de Carlos. Su hija (Margarita López) actúa quizás como el nexo entre la fantasía y la realidad de Carlos. Su padre no es un héroe, pero tiene la capacidad infantil de imaginar y plegar su vida a sus deseos (Carlos se cree con tal fuerza Elvis, como un niño cree en su amigo invisible).
Ante esto sólo nos queda preguntarnos ¿hubiese tenido la misma efectividad El último Elvis, si la película hubiese estado dedicada a un imitador fagocitado por otro personaje musical? La respuesta, personalmente, es un rotundo no. La dramaturgia de una biografía que se inclina hacia el mito es lo que permite el potente resultado de esta película. Ser el padre del rock and roll y aislarte de tus contemporáneos se paga a un precio muy caro, tanto en la fantasía del Elvis como el joven delgado que hacia gritar a las chicas con un movimiento de caderas, como en la de Carlos, que cumple un sueño que puede acabar si se despierta.
Llegados a este punto es inevitable traer a la mente Mister Lonely (Korine, 2007), porque sus personajes, también imitadores, están tan vacíos que solo pueden provocarnos vergüenza ajena, tedio y pasado el tiempo aburrimiento. Bo llena de carácter y problemas al protagonista, haciendo de Carlos/Elvis algo más que un contenedor ligero, una mera apariencia, un perfil inanimado.
El próximo mes El último Elvis viaja al Festival de San Sebastián, además de salir al mercado en DVD. Esperamos que logre exceder el circuito festivalero y llegue al alcance de un público más amplio, a la Ciudad de México, por ejemplo, sobre todo porque Bo supo deshacerse de convencionalismos y localismos para procurar adentrarse en la miseria identitaria de un personaje cotidiano corroído por una quimera.
16.08.12