Amour (2012) de Michael Haneke, a pesar de su sencilla manufactura, es una revisión del fin de la vida, es la revisión personal e íntima de un autor sobre su historia propia, es una cita a la historia del cine que cambió a partir de los años sesenta, es una obra violenta con la cual su realizador gana por segunda ocasión el gran premio del Festival de Cannes (que antes había ganado con la brutal mirada a la infancia del nazismo de El listón blanco de 2009).
por Julio César Durán
Basándose en la desafortunada situación que él mismo experimentó con sus padres, Haneke elabora una historia sobre el final de la vida donde la relación de pareja no es una mera costumbre plana y tal vez práctica, sino que se trata de un verdadero lazo que irá más allá de los recuerdos, y por todos lados nos mostrará, a pesar de la tristeza del relato, una forma de amor que no se ve todos los días en la pantalla grande.
Desde el inicio nos presenta a la comunidad, un plano fijo larguísimo de un grupo de espectadores que asisten a un importante recital de piano, después de unos momentos podemos empezar a distinguir entre la gente a Jean-Louis Trintignant (galán de la nouvelle vague) y a Emmanuelle Riva (musa de la rive gauche), quienes nos miran fijamente. Haneke enfrenta al público consigo mismo y lo hará durante el resto de la película a pesar de haber contado el final de la historia en los primeros minutos de Amour.
La anciana pareja formada por sendos actores de cine, interpreta a dos viejos instructores de piano, algo separados de la vida familiar, enclaustrados deliberadamente en su amplio departamento francés con el tiempo para asistir a los conciertos de sus ex pupilos. Ella, ante la impotencia y preocupación de él, comienza a sufrir episodios en los que se desconecta totalmente del mundo que van a ser sucedidos por la progresiva pérdida de su salud y la degeneración de sus capacidades físicas y mentales con las obvias consecuencias que esto traerá a sus seres queridos.
En la superficie Amour parece un melodrama sobre las enfermedades en la vejez, pero nada está más lejos de lo que la película es en realidad. Haneke realiza una catarsis personal de la manera más agresiva y sin concesiones (como es su costumbre) con su más reciente cinta. El cineasta austriaco nos regala un canto a la memoria, al olvido y al amor, a través de la muerte de una historia compartida gracias al placer de la música. El cariño y el cuidado de la pareja se conserva de manera sorprendente entre la desesperación y la falta de vigor que ha caracterizado el cliché de la tercera edad, y en lugar de ir desvaneciéndose, se mantiene hasta el final explotando en una decisión nada pasional (contrario a lo que aparenta) y dejándonos una emotiva partida de este mundo en tono onírico.