por Marco Aurelio del Mezcal
Ben Affleck es no sólo un intérprete bastante querido por los cinéfilos adeptos al cine de Hollywood, y más que un galán de películas convencionales: es ya un director hecho y experimentado, si le podemos decir así. Basta recordar la primera sorpresa que nos dio detrás de las cámaras ganando el Óscar por mejor guión original gracias a Mente indomable (Good Will Hunting, Gus Van Sant) en 1997. Con cinco películas como director, de las cuales estrena su tercer largometraje en este otoño, Affleck es uno de los actores/realizadores más regulares de contenidos polemizables que ha mantenido un estilo bien marcado.
Argo (2012) es el más reciente largometraje de Affleck, el cual (también) co-produce con George Clooney –a quien al igual le hemos visto buen oficio como realizador y productor (Confesiones de una mente peligrosa, 2002)– y se basa en un caso real mantenido como top secret por el gobierno de los Estados Unidos: el rescate/escape de seis estadounidenses que trabajaban como personal de la diplomacia norteamericana en el Irán de 1980. La cinta es un bien logrado de trhiller dramático que se vende como un gigantesco drama épico.
El argumento se va en que Tony Mendez, agente secreto de la CIA (Affleck, por supuesto), planea y ejecuta un descabellado plan para sacar sanos y salvos a los seis ciudadanos estadounidenses del país árabe. La táctica, que se lleva a cabo en conjunto con la embajada de Canadá es la siguiente: se fingirá una producción cinematográfica de ciencia ficción, la famosa Argo del título (una cosa entre Star Wars y Conan, el bárbaro) que buscará locaciones en la tumultuosa nación que es Irán. La complicada maniobra, que básicamente incluye al experto de maquillaje y efectos especiales John Chambers (interpretado acá por el siempre entrañable John Goodman), al productor Lester Siegel (personaje que en todo nos recuerda al fallecido Dino De Laurentis) y a Mendez, el patriota incansable, obviamente será un éxito y logrará llevar a los seis de nuevo a la “tierra de la libertad†recurriendo al bien utilizado, (por desgracia desgastado) rescate de último minuto griffithiano.
La película por supuesto es encantadora y entretenida. Las emociones no se dejarán esperar en ninguna sala, pero nada más. Para cualquier cinéfilo, al salir de la sala Argo no habrá sido más que un buen rato de esparcimiento listo para ser olvidado. Ben Affleck es un cineasta hecho, hay coherencia de estilo y de temáticas entre los tres largometrajes que ya ha dirigido, sin embargo ésta última adolece de ser demasiado condescendiente y demasiado predecible. La técnica y la manufactura son impresionantes, la perfecta fotografía en mate del mexicano Rodrigo Prieto y el buen diseño de producción (decorados, props, vestuario, peinados, etc.) serán las delicias del público. Lamentablemente es una historia llena del más ridículo drama patriotero estadounidense que presenta como siempre no su desconocimiento o ignorancia de la otredad y del extranjero (que, claro, está presente), sino su falta de interés por conocer/entender al “bárbaro†del Oriente Medio, pan de cada día durante los últimos 50 años: la corrección política es unilateral (para los demás está No es una película de Panahi).
Sí, en la forma la película es un drama con tintes de thriller, pero para ser más exactos es un melodrama, una épica de aventuras en tono de cuento de hadas donde los protagonistas son buenos e inmaculados y los antagonistas son malos y siniestramente salvajes. Pero claro, todo esto no importa cuando la única pretensión de los creadores es entretener, lo que logra y con creces.
Ben Affleck tiene un buena mano para guiarnos por donde quiere con acciones paralelas entre las desesperadas acciones de Mendez, el personaje que él interpreta y que no termina por encarnar a la perfección, y la angustia de los seis valientes (nótese el sarcasmo), que se encuentran atrapados en una tierra que los desea ver muertos.
Como dueño de la técnica sabe manipular al espectador, sabe hacer uso de todo recurso cinematográfico para que el público aguante la respiración y llegue a un desenlace emotivo. Como autor, está muy lejos de convertirse en una figura relevante.