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No es una película

Panahi y el montaje de la desesperación


por Carlos Tilup


Cámara, guión, actores, locaciones y azar, todo está dado para la más pura ficción. Sin embargo, esta vez la consigna de Panahi es que no se enteren, al menos los esbirros del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, de que esto sí es una película, efectista como la que más.


En el momento en que se escriben estas líneas (y se leen), el director de cine Jafar Panahi debió haber visto incrementada su condena a seis años en prisión (o en arresto domiciliario) y, simultáneamente, veinte años sin hacer cine. Y hay dos razones de peso para pensar que esto es así: la primera, porque el gobierno iraní no se anda con miramientos (pregúntenle a la comunidad internacional cómo le ha ido cuando, con la mejor de las diplomacias, le han pedido demostrar que su interés en la energía nuclear no tiene el propósito de agarrar por los… cuernos a Estados Unidos y sus cómplices); y la segunda, porque los jurados de varios festivales de cine han colmado a No es una película (2011) de no pocas alabanzas (Selección especial en Cannes, 2012, entre otros), siendo un trabajo que, en principio, no debió haberse incluido en ninguna cartelera fílmica, y menos haber salido del país.

Antes de avanzar en este “recuento de daños”, me gustaría aclarar lo poco que, a mi modo de ver, gana un trabajo así cuando se le toma por estandarte de denuncia y libertad frente a un sistema político dictatorial y lo mucho que pierde de ejercicio desestabilizador y enormemente creativo frente a las formas clásicas de hacer cine, a propósito de que el pasado 26 de octubre recibió el Premio Sajarov que otorga el Parlamento Europeo por la defensa de los derechos humanos. Pero no mojemos la pólvora: Panahi no quiere colapsar un régimen, quiere dinamitar una forma de hacer, pensar y ver cine, ni más ni menos. Que no nos distraiga la terquedad y la simpleza de dar premios.

“Si podemos contar una película, Âżpara qué hacerla?”, primer latigazo en seco que recibe el cine de manos de Panahi. Su no-filme había comenzado muy entusiasta registrando un día especial de la vida en arresto domiciliario de este condecorado director (Offside, 2006; El globo blanco, 1995) de la llamada nueva ola iraní (Abbas Kiarostami, Farrokh Ghaffari, Bahram Beyzai, entre otros), pues justo ese día había decidido burlar la ley, aprovechando algo que, en efecto, no le habían prohibido: leer guiones a cámara. Así, nos va contando y dibujando detalles de la película que ya no podrá hacer. Masking tape le basta para montar el set sobre la alfombra de su sala. Sin importar cómo siga la historia, a diez minutos de comenzada su no-película (no puedo dejar de pensar en el Ceci n’est pas une pipe, de René Magritte y las portentosas líneas que Foucault sacó de este desajuste surrealista entre Las palabras y las cosas), el director sabe que el espectador ya no podrá dominar el meta-discurso que le espera el resto de los 75 minutos de este experimento. El masking que simulaba los muros de la habitación del personaje principal de su historia quedará por el suelo, desalentará al director. Más tarde aparecerá por ahí una iguana con complejo de gato de la que se debe encargar, pues él es el único que se queda en casa durante las festividades de año nuevo. El señor de la casa trabaja en casa en día de fiesta.


Se puede decir que un montaje es perfecto cuando también administra el azar, es decir, cuando el azar deja de serlo. Panahi tiene dos cómplices: la cámara y el documentalista Mojtaba Mirtahmasb. El encargo de este último es filmar el enclaustramiento de Panahi, filmar “el azar”. La cámara, en su carácter persecutorio, registra los trazos del estado actual de un hombre no sólo a través de los movimientos contenidos por los muros de un departamento, sino también a partir de la mera sonoridad de llamadas telefónicas, aparentes disparos de bazuca que vienen de la calle, llamadas a la puerta de supuestos vecinos incómodos.

Un momento hermoso sigue a esta persecución: el iphone de Panahi destapa ese armatoste, esa máquina de la tortura que intentaba impunemente hacernos creer que se trataba de cine. Ahora es el telefonito quien registra a la cámara. ÂżCómo no hacer la más flexible reverencia frente a algo que, a cada paso, derrumba su sustento lógico? Pocas veces en esta vida seremos testigos de una temeridad así. Panahi, el hombre iguana en cautiverio, juega a perseguirse con increíble habilidad. Su montaje es tan perfecto y a la vez tan desesperado porque dinamita uno a uno los mecanismos de representación tan queridos por la tradición.

Primero fue el escenario, después el guión, luego la cámara y al final ―qué delicioso dolor da el constatarlo― el director. El enigma envenenado está ahí: el montaje fundamentado en la presencia del director se ha ido a la mierda con Panahi encarcelado. La pregunta es Âżpuede el montaje de la desesperación seguir dando un producto fílmico? Véanla y cuéntenme si es posible aún el no-cine.

Por favor, ayatola Jomeini, no lo libere hasta que no resolvamos esta duda.


06.11.12



Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
Comentarios:
08.11.12
Ramiro SolĂłrzano dice:
parece que lo pueden hasta andar juzgando de muerte, eh
11.11.12
Mr. FILME dice:
Parece que sí Ramiro, ojalá que no.
comentarios.